No es raro el día en el que todos
los medios de comunicación abren sus portadas o informativos con una noticia de
fútbol. Ese deporte, convertido en un fabuloso negocio, se ha hecho con el
control de las mentes y balances de los medios de una manera absoluta y los
domina de manera dictatorial, plegándolos a su servicio a la mayor gloria de
unas supuestas estrellas y equipos. Sin embargo, hoy los titulares mezclan
deporte y delito, gracias a la
querella que la fiscalía de Barcelona ha interpuesto contra Leo Messi por
fraude fiscal, con unas cifras evadidas que rondan los cuatro millones. Qué
interesante.
No nos engañemos, aunque lo
hagamos constantemente. El fútbol es uno de los mayores nichos de corrupción,
delincuencia e ilegalidad de España, y probablemente suceda lo mismo en el
resto de los países. Clubes privados, dueños de sí mismos, que gastan dinero de
una manera desaforada, insultante, obscena, sin rendir cuentas a nadie, que
fichan a personajes narcisistas y egocéntricos por fortunas que superan los
sueldos de los banqueros, incluso los emolumentos de Juan Luis Cebrián, y que
no dejan de cosechar aplausos y admiración allá donde vayan. La presidencia de
los clubes es, desde hace décadas, el destino de personajes siniestros, algunos
con una pinta de mafioso tan arquetípica que podrían actuar de extras en las
películas del género, y desde sus despachos y palcos hacen y deshacen,
entretejen acuerdos con los ayuntamientos de turno para recalificar terrenos,
conseguir permutas, evitar pagar impuestos, eludir responsabilidades, y vivir a
cuenta del erario público amparados únicamente en “los colores del club”. Y las
instituciones públicas, encantadas, no dejan de regar con dinero de los
contribuyentes los lujos obscenos de todo este tinglado. Sin ir más lejos ayer
se supo que la Diputación Foral de Vizcaya va a aportar 7,6 millones de euros
del presupuesto público para las obras del nuevo campo de fútbol del Athletic,
que contará con sustanciosas aportaciones de todas las administraciones
públicas que uno pueda imaginar, que día a día recortan servicios sociales de
primera necesidad, dejan de atender a enfermos y dependientes, abandonan la
educación a su suerte, pero no tardan ni un minuto en sacar millones de euros
para destinarlos a una entidad privada, que eso es un club de fútbol, para que pueda
dotarse de instalaciones que sólo los dueños de esa entidad puedan usar. Sí,
señores, el fútbol es intocable, como decía Vázquez Montalbán, es una religión
en busca de un Dios, y a él se le permiten todos los excesos posibles sin que
haya pena alguna. Las
deudas de los equipos superan los 3.600 millones de euros, unos 700
de los cuales con Hacienda y la Seguridad Social. Si usted posee un negocio
o es un particular y tiene deudas con Hacienda verá su empresa embargada y sus
bienes confiscados a la primera de cambio, pero no sucede lo mismo en el caso
de regentar un equipo de fútbol no. En ese caso verá como las administraciones
le tratan con cariño y paciencia, le aumentan los plazos disponibles, hacen la
vista gorda a los entramados societarios que ha organizado en torno a la
entidad y los jugadores para eludir al fisco, y pasado un tiempo, pelillos a la
mar, palmadita en la espalada y olvidemos las deudas por un palco en el campo
que permita al político o concejal de turno ver el partido cerca de sus
anheladas estrellas. La burbuja en la que vive el fútbol es insostenible, y se
debe pinchar, pero en este caso existe un acuerdo social entre todo el mundo
para que eso no suceda, para que estos comportamientos se mantengan y la ley, que
tanto exprime a unos, pase rozando, apenas sin tocar, a quienes son los auténticos
privilegiados de este país, los que sí se saben intocables, que no son los políticos
el Rey y demás, no, sino los que pegan patadas a un balón sobre el césped.
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