lunes, junio 03, 2013

Enfrentarse al auditorio y ganar


¿Se han enfrentado ustedes alguna vez a un auditorio? ¿Han salido a un escenario a hablar, exponer o disertar, por trabajo o por algo muy distinto¿ ¿Es esa situación una de sus pesadillas? o, por el contrario, ¿les entra un gusanillo en el cuerpo cuando ven a un conferenciante y desean estar en su lugar? Hablar en público, utilizar recursos expresivos y de dicción ante una audiencia es una de las materias que debieran ser obligatorias en la educación de todo joven y que poseen una utilidad inmensa, tanto en el ámbito laboral como fuera de él. En España seguimos sin darle la importancia debida, pero hoy voy a referirme a dos casos de éxito en este campo que he presenciado este fin de semana.

Justo al principio del tiempo de ocio, el viernes por la tarde, asistía a la conferencia inaugural de la feria del Libro de Madrid, que corrió a cargo de Javier Gomá, y que versaba sobre la vocación literaria, de cómo surge, en este caso particularmente en él, y qué implica. Ante un auditorio comedido en su tamaño y dispuesto a la escucha, Gomá desarrolló un discurso de media hora ameno, centrado y que, a pesar de que el tema no era sencillo, lograba que cualquiera de los presentes se introdujera en el mundo de la vocación y la filosofía con naturalidad. Tras esa primera intervención, se produjo un diálogo entre el filósofo y Manuel Borrás, editor de sus dos primeros ensayos que, mediante el recurso a la pregunta y la respuesta, mantuvo el interés de la audiencia sin abusar en ningún momento del monólogo y la perorata. Era un formato de comparecencia clásica, con los ponentes sentados en torno a una mesa y el auditorio de frente, igualmente sentado, en una relación tipo profesor alumnado pero desvestida del rigor y seriedad que acompaña en muchas ocasiones esa imagen docente. Ayer por la tarde, en otro contexto muy distinto, acudí a la puesta en escena de una nueva hornada de contacuentos, entre los que se encontraba uno de mis compañeros de trabajo. Presentados por su maestro a lo largo de los meses en los que se han ido formando, y en el acogedor y desenfadado marco de Libertad 8, cada uno de los cinco miembros de la promoción de cuentistas (y no me refiero a ejecutivos postgraduados de un máster bancario) subió al escenario y contó un cuento. Algunos de ellos fueron sentidos, otros divertidos, por momentos pura carcajada, pero hubo momentos también para la seriedad, el sentimiento y la ternura a flor de piel. Para varios de los que ayer se subieron al escenario era su primera vez, el primer momento en el que se enfrentaban a un auditorio expectante, igual de entregado que en el caso de la conferencia, pero igualmente exigente (había mucha familia por allí), que llevaba unas expectativas de casa, unas ganas de pasarlo bien, de aprender, de sentirse estimulado, y de responder ante lo que se le iba a mostrar. Y como sucedió en la conferencia del viernes, los cuentistas del domingo lograron su objetivo, y acabaron por llevarse al público de calle. En el marco de Libertad 8 el éxito del artista se manifiesta de una manera más ruidosa y expresiva que en el de una conferencia, con aplausos, risas y brindis de copas en los momentos de desenfado, pero tanto en el acto del viernes como en el del domingo se alcanzó ese punto necesario que debe existir en la relación público artista, que hace que se unan de una manera especial, en la que ambos se retroalimentan, se buscan y encuentran, y ese punto, que tanto busca el artista o ponente, muy difícil de alcanzar y aún más de sostener, es mágico en el momento que se logra, y así es percibido por todos los que se encuentran vinculados a él. Pese a ser novatos en la materia, mi compañero de trabajo y los que con él actuaron lograron llegar a ese estadio, y gracias a su esfuerzo y entrega cosecharon un éxito entre los que allí nos encontrábamos que, a mi entender, no tenía duda alguna. Fue una bonita tarde para todos, ellos y nosotros.

Y seguro que Gomá antes de empezar su charla, o los cuentistas minutos antes de subir al escenario, eran un manojo de nervios, tenían dudas sobre lo que iban a hacer o decir… ¿lograré captar su atención? ¿y si me equivoco, qué hago? ¿Y si a mi madre no le gusta, dejará de hacerme la tarta los domingos? Seguro que en el momento de la actuación surgieron instantes de duda, y algunas frases o texto son se dijeron como esperaban, o se improvisó respecto a lo que se tenía preparado, pero es la técnica lo que ayuda a solventar esos problemas, y la práctica lo que permite pulirlos y que pasen desapercibidos. El resto es entrega, ganas de hacerlo y pérdida del miedo al escenario, y ayer se perdieron muchos miedos, y eso también es un triunfo.

2 comentarios:

peich dijo...

Bravo por esa descripción¡¡ Y me ha encantado lo de los ejecutivos "cuentistas".Casi tiene tanta gracia como lo de las 7 personas con disfunciones en el sistema hormonal del crecimiento...

David Azcárate dijo...

gracias a ti, por todo