Turquía es un inmenso país
situado a caballo entre el continente europeo y el asiático, y entre la cultura
occidental y la islámica. Presente en la historia de Europa desde el derrumbe
del imperio bizantino, su influencia ha ido decayendo con los siglos y hoy en
día resulta curioso que un país de semejante dimensión y potencial aparezca muy
poco en las crónicas y periódicos, salvo en situaciones de violencia y
disturbios como las que actualmente suceden en Estambul y otras ciudades.
Tenemos a ese país más olvidado de lo que es debido y hacemos mal.
Quizás por ese olvido, empezando
por mí mismo, surja mi sorpresa al ver la
magnitud y prolongación en el tiempo de los incidentes que, iniciados el
Miércoles de la semana pasada como protesta ante la construcción de un centro
comercial en un parque de Estambul, se han convertido en la revuelta más seria
que sufre el gobierno proislamista de Erdogan desde que llegó al poder hace más
de una década. Noche tras noche, cada vez son más numerosas las concentraciones
que se enfrentan a la policía y otras fuerzas de seguridad del gobierno turco,
formaciones en las que parece haber poco acuerdo más allá de la protesta contra
el régimen. ¿Estamos ante una primavera turca como se ha mencionado en algunos
medios? Lo dudo, y en todo caso aplicar ese calificativo a Turquía me parece un
error, porque más allá de las distancias que pueda haber con las democracias
europeas, que las hay, Turquía se rige por un régimen que para sí quisieran la
mayor parte de los habitantes del Magreb o de Oriente Medio. Con amplios
sectores de la población occidentalizados, altas tasas de alfabetización y una
economía pujante que crece a tasas del 8%, Turquía forma parte de un grupo de
países que podríamos considerar emergentes de segundo nivel, tras los BRIC.
Junto a ella se encuentran naciones como Vietnam, Bangladesh o Filipinas, que
empiezan a ser focos de crecimiento económico intenso y que, con esfuerzo y
dificultad, empiezan a sacar de la miseria a amplias capas de población que
llevan viviendo en la más absoluta subsistencia desde tiempos inmemoriales. En
el caso turco además se vive una tensión derivada del problema religioso que
supone uno de los principales escollos para la vigencia del régimen y su futuro
como nación, y es que la constitución turca, legado del Ataturk, proclama la
laicidad extrema del país, defendida como bandera y seña por el ejército,
mientras que las fuerzas proislámicas, de las que el actual primer Ministro
Erdogan, de tendencia moderada, es su principal abanderado, luchan incesantemente
por devolver el estado turco a una situación en la que la sharia tenga un peso legislativo
y las costumbres sean más similares a las que se viven en países como los de
Oriente Medio. La eterna lucha que se lleva gestando en el país desde hace
siglos entre la fascinación que produce occidente, reflejada en una ciudad, Estambul,
a caballo entre dos mundos, y el peso del islam, que es mayor a medida que el
país se acerca a sus fronteras en el este. En los últimos años las decisiones
de Erdogan, cada vez más proclives a dar poder a los islamistas, y el
desarrollo económico, que ha propiciado el auge de una clase media laica y que demanda
cada vez mayores libertades, ha sido fuente de tensiones crecientes, que apenas
han trascendido entre nosotros. Controvertidas decisiones de los tribunales
recurridas por el gobierno, medidas a favor del uso del nihab y otros tocados
entre la población femenina y muchas otras por el estilo han creado un caldo de
cultivo propicio al enfrentamiento que, de manera inesperada (desde luego para
mi) y con una violencia sorprendente, ha prendido en las calles de Estambul en
estos días.
¿Qué es lo que va a pasar de aquí
en adelante? No lo se. Erdogan parece fuerte y aparenta controlar de manera
segura los resortes del poder, pero las imágenes de estos días, de cargas
policiales duras, carreras y la existencia ya de algunos muertos empañan su
imagen y, cuidado, pueden hacer mucho daño a la economía local, ahuyentando un
turismo que en la zona del Bósforo es una de las más importantes fuentes de
riqueza. La propia amalgama de opositores que protestan, carentes al parecer de
liderazgo y voz que los aúne, complica mucho el análisis de la situación, y saber
realmente cuáles son las fuerzas que se están manifestando en al calle y qué es
lo que piden. Habrá que estar muy atentos a lo que vaya sucediendo.
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