Hace unos pocos días tuvieron
lugar en Irán las elecciones presidenciales cuyo resultado más visible es, de
momento, la jubilación de Mahmud Ahmadineyad, nuestro querido “Ajma”, uno de
los personajes que frecuentemente han visitado este blog durante los años que
lleva en marcha. “Ajma” para quien el apelativo de querido también requeriría
numerosas comillas, se va dejando a su país sumido en una grave crisis
económica, un conjunto de sanciones internacionales que mantienen a Irán
prácticamente aislado del resto del mundo y un historial de declaraciones y
actos que lo único que han hecho ha sido elevar al tensión allá donde ese señor
ponía los pies. Su marcha es, en sí misma, una buena noticia.
Como Irán es una dictadura teocrática
extraña, las elecciones no son como en todas partes. Allí sólo pueden
presentarse los candidatos que previamente hayan obtenido el visto bueno por
parte del consejo de la revolución, que así creo que se llama el comité de
clérigos que manda realmente en el país, al frente del cual se encuentra el
imperturbable y todopoderoso Alí Jamenei, el hombre fuerte, muy fuerte del
país. Por ello estas elecciones son un poco de cara a la galería, tanto por la
criba previa de candidatos como por el hecho de que el ganador, quiera o no,
debe plegarse a las exigencias clericales. Diseñadas en formato de doble
vuelta, al sorpresa saltó el fin de semana cuando uno de los candidatos obtuvo,
por los pelos, más del 50% de los votos, consiguiendo así la victoria directamente
y sin necesidad de un segundo comicios. Y
el ganador ha resultado ser el moderado Hasán Rohaní, el menos extremista
de todos los candidatos, que ha vapuleado a los miembros de la ortodoxia que
pujaban contra él y que aparentemente ha recibido el apoyo de toda la
disidencia y los descontentos con el actual régimen. Rohaní no es un
desconocido para occidente, ya que ha presidido durante bastante tiempo la
delegación iraní encargada de negociar la continuidad del programa de
enriquecimiento de uranio, uno de los graves problemas que ahora mismo está en
manos del ya nuevo presidente, y causa principal de las sanciones que el resto
de países a impuesto a la nación persa. En general, la reacción ante el
resultado de las elecciones ha sido en parte de sorpresa y un cierto alivio.
Sorpresa por el hecho de la incontestable victoria, que al parecer nadie había
pronosticado, y menos aún los adictos al régimen de Teherán, que se han visto
humillados en su propia casa, y alivio por el hecho de que el sucesor de “Ajma”
tiene un perfil diferente, bastante más reservado, introvertido, moderado en el
tono y las formas, y probablemente más sensato (bueno, esto es fácil). Salvo
Israel, reticente a todo lo que pase en Irán, y con motivos, el resto de líderes
internacionales han respirado al saber el resultado electoral y prevén que haya
cierta distensión en el contencioso nuclear, uno de los grandes problemas que siguen
sobre la mesa y que avanza hacia no se sabe muy bien dónde. De todas maneras
habrá que esperar para ver cuál es el rumbo que toma el nuevo gobierno que
designe Rohaní, y cómo va a ser su relación con Jamenei. Cuanto más tensa sea ésta
más se puede confiar en el presumible aperturismo del nuevo presidente y en la
creación de oportunidades para su país. Los retos a los que se enfrenta son
inmensos. Internamente, Irán es un país con una enorme población joven,
empobrecida, ansiosa de conocer mundo y sometida al yugo del chiísmo más retrógrado
y oscurantista. Las variables macro del país muestran un comportamiento
deprimente y la economía nacional no puede soportar durante mucho más tiempo las
sanciones, las restricciones al comercio de petróleo y la ausencia de divisas. Mejor
económica y aperturismo exterior pueden ir de la mano, y Rohaní sabe mejor que
nadie lo necesarias que son ambas variables para la estabilidad y futuro de su
gobierno y, sobre todo, la sociedad iraní.
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