jueves, junio 20, 2013

Todos espían a todos


Me gustó mucho un titular que vi en la web hace un par de días, que ahora no soy capaz de encontrar, que afirmaba que los casos de espionaje revelados durante estos últimos días, que sobre todo afectan al gobierno norteamericano y británico, habían envenenado las relaciones internacionales de estas naciones con el resto del mundo y, en el fondo, las de todos entre sí, porque la sospecha de que el espionaje es masivo, multidireccional y que no se frena ante nada ahora tiene certezas que la avalan. Así, reuniones como las del G8 de inicios de semana son un escaparate de fotos que, tras lo conocido, se demuestran aún más huecas y falsas.

Ya comenté la semana pasada que uno puede escandalizarse mucho ante el asunto del espionaje, pero lo que no puede es mostrarse sorprendido. La idea que se difundió en los noventa de que, tras la caída del muro, los espías se habían quedado viejos y buscaban su reciclaje profesional o indemnización por despido era, obviamente, falsa. En un principio el espionaje se derivó hacia fines privados, y muchos agentes seguro que fueron contactados por empresas industriales que ansiaban hacerse con las patentes y desarrollos de sus rivales, pero tras unos años de relativa calma, sospecho que el mercado de espionaje público, por parte de los estados, volvió a resurgir con fuerza, alentado por dos factores muy interesantes. Uno es la complejidad del mundo en el que vivimos, complejidad que no hace sino aumentar día a día, y que tiene a todo el mundo perplejo y perdido, también a los gobiernos, lo que hace que la necesidad de información sea creciente. El otro factor es el desarrollo tecnológico, disparatado, que ha permitido que sueños de control, manipulación y tratamiento de la información que estaban en las mentes de los visionarios se hayan plasmado en sistemas de escucha, rastreo y vigilancia que funcionan 24 por 7 a lo largo de todo el mundo. La tecnología ha abarato mucho el espionaje y, pese a que aún sigue siendo necesaria la existencia de agentes muy profesionales sobre el terreno en el caso de misiones especiales, el trabajo de un espía de hoy es muy similar al de cualquier oficinista, como yo o puede que usted, que llega por las mañanas a su mesa, quizás con el café de la máquina en la mano y, casi seguro, bastante sueño, arranca su ordenador y en vez de abrir el Excel o el Word inicia aplicaciones informáticas desarrolladas por el gobierno para la escucha telefónica, el rastreo de correos electrónicos o la interceptación de envíos cifrados. Y cada vez más empresas privadas, consultoras y similares, realizan esta labor como si de una contrata de asistencia técnica se tratase. De hecho creo que, dado el acceso infinito a la información de que disponen los gobiernos, el principal trabajo que se desarrolla en el día a día es el filtrado, el tratamiento de los datos, la búsqueda de patrones, el extraer de toda esa inmensa montaña de información algo valioso, entendiendo como valioso lo que el gobierno de turno así lo vea, pudiendo ser información para evitar atentados terroristas, datos de solvencia de entidades bancarias, movimientos de rivales políticos o secretos prototipos creados por las empresas del país. Todo lo que pueda ser de interés está, cada vez más, al alcance de la mano del espionaje, que ya no viste gabardina a lo Bogart  ni necesita gafas de sol o periódicos extra grandes para camuflarse, no. Ahora el espía tiene, en su mayor parte, un aspecto de “nerd” de colgado por las tecnologías, como es el caso de Snowden, y seguro que se baja canciones o capítulos de Juego de Tronos de mientras rastrea las llamadas, y queda algunas noches para echar partidas de World of Warcraft con sus amigos rodeado de pizzas y miles de cables enroscados. Así es el mundo de los secretos de hoy, y todos los gobiernos lo saben, y utilizan.

Y es que además, la propia tecnología ha hecho que sea barato, hasta cierto punto. En esta web se puede ver un análisis en el que se trata de estimar cuánto costaría en dólares y cuanto ocuparía en recursos el guardar todas las llamadas telefónicas que se realizan en un año en EEUU, y las cifras asustan por su relativa modestia. La estimación cifra en 27 millones de dólares el coste de la infraestructura más dos millones en electricidad consumida al año, y en 272 Petabytes (recuerden la secuencia, Mega, Giga, Tera, Peta, cada uno 1.024 veces el anterior) el volumen de la información que puede alcanzar ese objetivo, valores que, todos ellos, están al alcance de los presupuestos de cualquier estado (y muchísimas empresas privadas, si me apuran). No muy caro y técnicamente posible… tentador, muy tentador, demasiado como para que un gobierno se resista, verdad?

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