Seguro que todos ustedes se
acuerdan del asunto Wikileaks, las filtraciones de documentos secretos de las
embajadas de EEUU que una web suministró a unos periódicos hace un par de años
y que provocó un escándalo monumental. Tras aquel memorable ruido, magnificado
como era lógico por los medios que contaban con la exclusiva, las consecuencias
han sido escasas, excepto para los protagonistas personales del asunto, el
filtrador Manning, cuyo juicio empieza ahora, y el mediático Assange, que sigue
residiendo en la embajada ecuatoriana en Londres para evitar ser extraditado a
EEUU, donde todavía se acuerdan de él, y mucho.
Pues bien, pareciera que nos
encontramos ante un caso similar tras las
revelaciones de Edward Snowden, un informático de 29 años, empleado de la CIA
hasta hace bien poco, que ha decidido desvelar cómo funcionan y hasta qué
punto son extensivos y profundos los
sistemas de espionaje del gobierno de Washington en el ámbito de internet y
las telecomunicaciones. Mucho más listo que sus predecesores, Snowden concedió
una entrevista a medios de comunicación una vez que se encontraba en Hong Kong,
fuera del alcance de las leyes federales norteamericanas, y al mismo tiempo
revelaba enormes cantidades de información sobre métodos de espionaje, alcance
de las escuchas, y detalles precisos sobre cómo las redes sociales y los
servidores de internet son rastreados y escuchados en busca de información sospechosa,
o que así se lo parezca a las agencias federales encargadas de rastrear. Así,
Snowden ha puesto negro sobre blanco la realidad en la que nos movemos en el
mundo moderno, controlado por la información, y dominado por quienes tienen
acceso a la misma. Y uno puede sentir indignación, pena, rabia y frustración
ante revelaciones de este tipo, reacciones comprensibles todas ellas, pero no
se puede expresar sorpresa alguna, porque todos somos conscientes de que
nuestra vida en la red está siendo controlada, monitorizada y escrutada en sus
más mínimos detalles. Y los primeros que así lo hacen son las empresas de
internet ¿No se ha preguntado nunca por qué Google parece adivinar lo que le
voy a pedir para buscar, o Youtube me muestra vídeos de temáticas que me interesan?
No es magia, es información, inmensas bases de datos que generan perfiles de
los usuarios, históricos de búsqueda y permiten establecer patrones para así
poder posicionar mensajes, publicidad o contenidos lo más personalizados
posibles, de cara a aumentar las ventas hasta el máximo punto posible, en el
que el objeto que se oferta es distinto para cada persona, siendo siempre el
preferido por ella. El sueño de todo director de ventas empieza a ser posible,
agotar el excedente dl consumidor de manera personalizada. Bien, si toda esta
información existe, y está almacenada, ¿quién es tan ingenuo para pensar que,
tarde o temprano, no caerá en manos del gobierno? Eso evidentemente ha sucedido
siempre, y a medida que los medios, canales y contenidos se han multiplicado
las posibilidades de acceder a la información, y las tentaciones, crecen
exponencialmente. Ante una situación así son cuatro, al menos, las cuestiones
que debemos tener claras. Una es si ese acceso por parte del gobierno a los
datos privados tiene cobertura legal. Dos, es saber cómo se discrimina entre
personas sospechosas y, por tanto, susceptibles de ser espiadas, y personas no
sospechosas. Tres, hasta qué punto se profundiza en la información controlada,
es decir, se hace por ejemplo u registro de llamadas efectuadas por el individuo
o también se accede al contenido de las mismas, y cuatro, qué se hace con la
información obtenida: Se guarda, se almacena durante un tiempo, se destruye al
poco, se comercia con ella, etc. A todas estas cuestiones EEUU sólo ofrece
respuestas clara a la primera, y es que tras la instauración de la Patriot Act
contra el terrorismo, muchas de estas prácticas oscuras son completamente
legales.
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