La trascendencia del acuerdo
alcanzado entre, por resumirlo, EEUU e Irán, es enorme. Comentaba ayer un medio
extranjero que, utilizando las denominaciones que se han lanzado mutuamente a
lo largo de las últimas décadas, el imperio de Satán y el eje del mal se han
sentado juntos y han llegado a un acuerdo. Curioso cuanto menos. Visto desde
fuera parece que quien más ha cedido en esta negociación es Irán, y hay al
menos dos factores que refuerzan esta idea, que son los que me hacen ser
optimista sobre el futuro, pese a los riesgos, inmensos, que existen.
Uno de los factores, el menos
publicitado pero muy efectivo, es la eficacia de las sanciones económicas que
se impusieron al régimen de los ayatolas desde hace unos años. Quizás sea este
el caso más exitoso de unas sanciones que, en general, han sido cumplidas de
manera estricta por parte de todos los socios comerciales de Teherán. Expulsada
del mercado del crudo y sin acceso a los mercados de capitales, la economía de
Irán ha entrado en un proceso de deterioro progresivo e imparable, que la ha
descapitalizado, y ha generado un gran nivel de paro y descontento social. El
país se ha empobrecido mucho en los últimos años, lo que unido a sus
disfunciones propias, le ha abocado a una asfixia que, de no acceder a
negociar, le llevaría al colapso. Por poner un ejemplo muy significativo, hasta
hace pocos años Irán exportaba dos millones de barriles de petróleo al día y se
gastaba muchas de esas divisas en comprar gasolina, dado que no era capaz de
refinar prácticamente nada (como el tonto de Abundio, sí). Con la puesta en
marcha de las sanciones, las exportaciones de crudo han cesado y el
racionamiento de combustible ha llegado a las calles de Teherán y otras
ciudades, atestadas de coches alimentados de un combustible barato gracias a la
otrora mágica subvención al gobierno. La otra causa es el relevo que se ha
producido en el gobierno iraní tras el final del mandato del condenado
Ahmadineyad, al que aquí me he referido en ocasiones como “Ajma” un sujeto
fanatizado, retrógrado, seguidor de una línea ultranacionalista dura y sin
concesiones, negacionista del Holocausto y defensor de causas perdidas e
infames. Tras no poder presentarse más a las elecciones su puesto ha sido
ocupado por el moderado Hasán Rouhaní, un personaje no demasiado conocido por
el gran público, pero que en los pocos meses que lleva al frente del gobierno
ha realizado un completo viraje desde las posturas fanáticas de “Ajma” hasta un
comportamiento mucho más acorde con lo que se estila en el mundo de la
diplomacia. Amigo de las palabras suaves y los gestos, su llegada ha supuesto
un auténtico proceso de distensión dentro y fuera de Irán, y es casi seguro que
de no estar al frente del gobierno este acuerdo no hubiese tenido lugar. En algunos
medios ya se le empieza a llamar el Gorbachov persa, porque su mandado es el
inicio de una apertura en el férreo régimen iraní comparable a la que supuso la
perestroika entre los gerifaltes soviéticos. Está por ver si este proceso, que
sería maravilloso de llegar a darse en su totalidad, puede seguir adelante,
dado que por encima de Rouhaní y todos los políticos está el Ayatolá supremo,
Alí Jamenei, y la corte de clérigos que rige los destinos de la nación. De
todas maneras parece obvio pensar que la firma de este acuerdo sería imposible si
los duros de Jamenei no lo hubieran consentido, y su cesión pude haber venido
precisamente por la presión económica que antes comentaba.
Evidentemente, la situación no es idílica, y los
riesgos son enormes. Israel ha declarado que no se siente vinculada por esta
firma, que le parece una ultraje y que le da la sensación de que los
occidentales se han dejado engañar por un Irán que sólo busca ganar tiempo,
quizás porque el proceso de fabricación de la bomba esté más avanzado de lo que
nos creemos. Las monarquías del golfo, aliadas tradicionales de EEUU y enemigas
de Irán, se sienten traicionadas por un acuerdo que las desbanca como actores
principales de la región, y así un montón de actores que pueden hacer que todo
descarrile. De
momento en Irán la población festeja el acuerdo, lo que puede verse como un
síntoma de que vamos por el camino correcto. Veremos a ver dónde acabamos.
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