Ayer en Bruselas
se hizo público el último de los análisis semestrales realizados por la
comisión europea sobre el estado de la economía de los países que formamos el
club de la UE. En este informe destacamos los de siempre, con numerosas
debilidades y desequilibrios, que nuevamente no se traducen en las previstas
sanciones sino en advertencias, que ya van unas cuantas. Y
por primera vez la UE lanza un aviso a Alemania por los excesos de su economía,
concretamente por su superávit comercial, que está en torno al 6% de su PIB, y
el poco estímulo que realiza a su demanda interna. En general, todo esto me
parece ridículo.
Ridículo porque las instituciones
de la UE, al igual de los que a ellas se oponen, siguen instalados en la
falacia de que la Unión es un país, y no se cuántas veces tengo que repetir que
esto no es así, ni para lo bueno ni para lo malo. La UE es una asociación de
estados (rabiosamente) soberanos que se han puesto de acuerdo para coordinar
muchas de sus políticas, y que apenas destinan un 1% de su PIB común a
desarrollar políticas comunes. Eso es la UE, que no es poco, más bien es muchísimo
dado los precedentes europeos, pero no es más. Los países de la UE negocian y
comercian entre sí y con el resto del ancho, inmenso y cada vez más competitivo
mundo, y pretender que todos formamos un juego de suma cero en el que las
deudas de uno son los derechos de otro exclusivamente, y que la demanda de unos
tirará de la de otros me parece de una ingenuidad pasmosa. Pero lo peor no es
eso, sino que esa visión distorsiona lo que a mi modo de ver es la única vía
que nos queda para sobrevivir en ese mundo globalizado al que antes me refería
y que, no podemos engañarnos, camino por un rumbo distinto al que seguimos en
Europa. En un contexto de salarios bajos, precarización laboral y competencia
sin límites, y no me refiero a la devaluación interna española, sino al sistema
de producción asiático, o al tramposo cambio del dólar fruto de la política
expansiva de la FED, ¿cómo va a competir Europa? Hay varias respuestas
posibles, pero la más inmediata que se me ocurre es que si Alemania tiene un 6%
de superávit comercial es que es muy muy competitiva, no sólo en el resto de países
de la UE, sino sobre todo en el resto del mundo. Sus marcas y emblemas se
venden como churros en países como China, en los que hay ciudades que poseen más
población que algunos países de Europa en su conjunto, y donde la demanda de
las clases medias, cada vez más numerosas, es un mercado inmenso aún por
explotar. ¿Qué debiera hacer Europa, echar la bronca a su miembro más
competitivo en el mundo o unirse a él para conquistar los mercados globales? La
respuesta parece obvia, pero el mensaje de Bruselas es justo el contrario. Renegar
de la competitividad del que la posee y reclamársela a los que no lo somos aún,
quizás para que si alguna vez la alcanzamos podamos ser amonestados por ellos.
Ese discurso simplista que ayer emanó de Bruselas sólo tendría sentido si la UE
estuviera sola en el mundo, pero no es así. De hecho, y esto no queremos verlo
porque no nos gusta, cada vez pintamos menos en el mundo porque somos menos
población y el PIB del resto de países no deja de crecer mientras que el
nuestro sestea en sus buenos momentos. O nos ponemos las pilas y elaboramos una
estrategia conjunta de cara a hacer a la UE un actor económico global, usando
para ello los productos de marca alemana como punta de lanza (y sí, también los
del resto de países) o el mundo nos va a comer, orillar y abandonar en la
cuneta. Europa no puede ser sólo un parque temático para que los turistas asiáticos
vengan a conocer las antiguas civilizaciones occidentales. O cambiamos o ese
será nuestro futuro.
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