Ayer tuvo lugar otro de esos
actos, que cada vez son más habituales, en el que un grupo de energúmenos,
imbuidos de gracia, razón y autoridad concedida por ellos mismos, impidieron la
expresión de un líder político y reventaron el acto en el que iba a participar.
El
hecho tuvo lugar en Granada, en la Facultad de Ciencias de la Universidad, y el
político agredido fue Rubalcaba. Los atacantes se autoidentificaban como
miembros de la plataforma de stop desahucios y el 15M y no cesaron en su
ruidosa e incívica protesta hasta que el acto tuvo que ser finalmente
suspendido. Junto a Rubalcaba, el resto de presentes también resultaron
agredidos al ver cercenados sus derechos.
No es la primera vez que sucede
algo así. De hecho se empezó a poner de moda hace algunos años, y escenas
similares las han vivido tanto políticos como otros personajes, de espectro
ideológico amplio. Obviamente, el que actos así se repitan sólo es indicativo
de que la anormalidad crece. En esta coyuntura en la que vivimos, en la que la
ira social está mucho más a flor de piel debido a los desastres provocados por
la crisis, existe la tentación de minimizar estos comportamientos, incluso
buscarles justificación. No, nunca. Lo que ayer se vivió fue un acto profundamente
antidemocrático, que atentaba contra la libertad de expresión de un ciudadano,
Rubalcaba, y de paso contra la de todos los que se habían congregado en el
lugar para escucharle. Ayer vimos nuevamente como la sinrazón, el griterío, la
fuerza y la masa pueden imponerse a la palabra y el debate, y como la sociedad
que hemos conformado, basada en unas reglas que nos parecen poderosas e
inmutables, es frágil y puede ser derrotada por un grupo que tenga muy claro
cuáles son sus fines y no repare en medios para conseguirlos. Impedir que un
ciudadano se exprese es una forma profunda y vil de humillarle, y el inicio de
un camino muy peligroso, que culmina con la eliminación del ciudadano. Sin
expresión nuestra opinión no es que no cuente, es que simplemente no existe, no
se oye, y lo que no existe no se tiene en cuenta. Tapar la boca, a los medios
de comunicación, a las expresiones políticas, a la ciudadanía, a las personas
individuales, ha sido una de las primeras acciones que han llevado a cabo los
regímenes dictatoriales, en los que la única expresión es la que emana del
poder, y el resto son ahogadas en prohibiciones, palos y amenazas. Ayer esos
grupúsculos que enarbolan banderas y consignas en las que se puede leer “democracia
real ya” demostraron poseer una vena totalitaria muy clásica, que trata de que
sólo su voz se oiga, y no se frena en nada para impedir que el resto la eleven.
Ayer sólo tenían pancartas y gargantas, y las usaron hasta el límite para
acallar al resto. ¿Se los imaginan con armas y poder de verdad? Como estoy
seguro de que no todos los miembros de estas plataformas están de acuerdo con
lo que ayer sucedió espero que se manifiesten de alguna manera para condenarlo,
reprobarlo y expresar su oposición a los que, amparados en esas ideas, las han
pervertido hasta el extremo. Lo malo es que, como sucede en muchas ocasiones, y
en el País Vasco tenemos amplia y triste experiencia al respecto, los violentos
acallan las voces de los opuestos en sus propias filas, sembrando el temor y
convirtiéndose en la vanguardia del movimiento, horrenda expresión que remite
al siglo pasado y a ideologías violentas y destructivas, pero que visto lo
visto se mantienen demasiado firmes en nuestros días. La lucha por la libertad
de expresión debe ser constante y en todo momento. Si nos relajamos vendrán
otros que nos la quitarán. Ayer vimos cómo puede suceder algo así.
Un pequeño apunte sobre un
aspecto que me parece muy importante. Por la noche, en el debate del 24 horas, casi
todos los comentaristas, de ideologías diversas, quitaron importancia a lo
sucedido y, al igual que cuando pasó con políticos del PP y otras ideologías, los
calificaron como chiquilladas y pataletas. No. Enorme error. La ceguera con la
que esos comentaristas, que supongo más cultos y experimentados que yo, trataban
algo tan grave casi me asustó tanto como el hecho en sí. Nuevamente, la defensa
de la libertad de expresión es sagrada, y un acto como el de ayer fue una violación
de la democracia, y si eso no se entiende y denuncia, estaremos perdiendo un
terreno valiosísimo frente a los totalitarios. No podemos consentirlo.
Subo a Elorrio el fin de semana y me cojo el
Lunes festivo. Abríguense y hasta el Martes 3
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