Cuando las noticias saltan por la
tarde su tratamiento es muy distinto. No da tiempo en lo que resta del día a
hacer un mínimo análisis de impacto y reflexión, se acaba la jornada a salto de
mata, sin muchos detalles, pero la actualidad surge cuando le place. Y la
decisión del gobierno de la Generalitat Valenciana, tomada ayer cuando ya oscurecía,
de cerrar Canal Nou, la televisión autonómica, tras el rechazo del ERE
presentado a magistratura, es de las que generan impacto y que, obviamente, se
magnifica por parte de los medios de comunicación, que sienten como propio el
sufrimiento y, en algunos casos, el hueco que deja libre el competidor.
Seré muy claro en este asunto y,
me temo, polémico. Hace mucho tiempo que Canal Nou debía estar cerrado, como el
resto de televisiones autonómicas, auténticos pozos devoradores de recursos públicos
cuya principal, y a veces única finalidad, es la de loar y gloriar al poder
autonómico regente en los reinos de taifas en los que hemos convertido este
país. En el caso valenciano se junta la propia elefantiasis del ente
audiovisual con la absoluta, y no reconocida, quiebra de la Comunidad Autónoma,
de la que también, advierto, soy partidario de liquidar dad su insolvencia
absoluta. Con cerca de 1.700 trabajadores, más que la suma de Antena3 y Tele5
juntas, que recordemos que son canales de emisión nacional, y una deuda que supera
ampliamente los mil millones de euros, las cifras de Canal Nou son
disparatadas, más propias de una entidad bancaria rescatada que de una cadena
de televisión y radio. Sin embargo, no desentona demasiado en el desmadrado
panorama audiovisual regional, porque el Canal Sur andaluz o la TV3 catalana
presentan saldos de personal contratado y de deudas muy similares, siendo las
tres televisiones autonómicas de mayor volumen, por así decirlo. En una segunda
línea se sitúan, junto a otras mucho más pequeñas TeleMadrid, TVG gallega y el
complejo EITB vasco, de menor dimensión pero, igualmente, abultada y
desvirtuada en lo que hace a servicios y función que prestan. Desde el
surgimiento de estos canales autonómicos a principios de la década de los
ochenta, donde fueron pioneros Cataluña y el País Vasco, su desarrollo ha ido
de la mano de los gobiernos de turno, que han visto en ellos la plataforma
perfecta para darse el bombo que los canales nacionales, públicos o privados,
no les prestaban. Informativos sesgados hasta un punto caricaturesco, programas
de exaltación regionalista más propios de la era franquista que de los tiempos
en los que vivimos, dispendios sin fin a la hora de adquirir derechos de
emisión de eventos deportivos (fútbol, fútbol, fútbol y, también, fútbol) y
plantillas engordadas sin control para dar acogida a amigos y, sobre todo,
correligionarios del partido, han dado lugar a la creación de estos monstruos
intocables, que durante los años de crisis que llevamos han visto intocables
sus prebendas y presupuestos mientras que otros servicios públicos, los que sí
son de necesidad, como la sanidad o educación, veían cercenados de manera
continua su financiación, competencias y prestigio. Hace años dije a algunos
compañeros de trabajo que antes se cerrarían hospitales que televisiones, y me
tacharon de iluso y demagogo. Ojalá hubieran tenido razón, pero basta darse una
vuelta por los centros hospitalarios o los colegios de nuestro país para
preguntarse si en ellos ha habido cierres o despidos, mientras que en el canal
autonómico todo sigue emitiendo sin parar, con el presidente autonómico inaugurando
un pantano… bueno, lo que ahora toque inaugurar. Quizás
una simple rotonda.
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