jueves, noviembre 28, 2013

Madrid y su esquiva relación con la nieve


Tímida, recelosa, como sabiendo que es ansiada pero no querida, oculta en la noche, cuando nadie puede verla, salvo los noctámbulos o los perdidos. Como queriendo no hacer ruido, diciendo un “hola” muy bajito, susurrante, de esos que pronuncian las madres a sus hijos pequeños cuando se han dormido para no despertarles, la nieve ha llegado a mi barrio madrileño. Ha cubierto con un fina capa los coches, jardines, copas de árboles aún cargadas de hojas, y ha otorgado una estampa idílica al paisaje tedioso y estático de todas las mañanas.

Pero compruebo, con sorpresa, que al salir de la estación de metro de mi trabajo, sito en la ciudad pero mucho más al norte, a unos 7 kilómetros de distancia de mi casa, la nieve no es sino un recuerdo de la memoria reciente. Los tejados que observo desde mi ventana muestran trazas blancas, pero son el único signo que me recuerda que lo que he visto al levantarme no es ningún espejismo. Jardines, aceras, los árboles y sus aún visibles hojas, los coches estacionados y los que circulan… en ninguno de esos puntos se aprecia copo alguno ni muestra de nieve. Es como si el metro se hubiera transformado en un tren de alta velocidad y el viaje subterráneo que he hecho para llegar hasta aquí hubiera sido, en realidad, un periplo de muchos kilómetros, cientos, que me han trasladado desde la estampa invernal que contemplaba desde la ventana de mi salón hasta un lugar frío, desde luego, pero alejado por completo del blanco espumillón verdadero que se llama nieve, y que a muchos hay que describir porque no tienen claro cómo diferenciarlo de eso que se echa en estas fechas para decorar. “Así que ha nevado en la parte sur y este de la ciudad pero no en la zona norte” me respondo a mi mismo a medida que subo en el ascensor tras dejar la fría calle. “Curioso”. Espero al menos que en los lugares de residencia de algunos de mis compañeros de trabajo también haya nevado, porque como sólo lo haya hecho en mi barrio la cara de incredulidad que pongan cuando les diga que he visto la nieve al levantarme será sustituida al poco rato por el simple cachondeo. Los manchones blancos que se aprecian en las terrazas que diviso desde la ventana pueden servirme como prueba pericial. “¿Reconoce el testigo en esa imagen la presencia de la nieve?” podría preguntarles, como queriendo hacer que un juicio de realidad refrendara mis palabras y otorgara credibilidad a mi testimonio. Quizás esa sea la única prueba a la que pueda agarrarme, más allá de mi credulidad. Pero como poco a poco empiece a circular un coro de voces diciendo que en su barrio no ha nevado, que sí, que han visto unos copos pero ni cuajar ni nada, que algo han oído pero que seguro que no es cierto, y demás expresiones por el estilo, acabaré predicando en el desierto, como esos agoreros que avisan de las inclemencias meteorológicas o económicas y, tras no cumplirse, son tomados por chalados. Yo os juro que he visto la nieve esta mañana sobre los jardines y coches, no en forma de Virgen María aparecida, sino como barniz, capa fina que todo lo cubría, que decoraba y aislaba, que aumentaba la sensación de frío que no se va desde hace muchos días, y que tenía el significado del invierno escrito en cada uno de sus poros, formas y marcas.

Poco a poco empieza a levantar el día, y creo que las manchas que se observan muy al fondo me podrán servir como testigos de que lo que digo es cierto, y de que esta noche, tras muchos días de sol radiante y ausencia de nubes, ha nevado en Madrid, una ciudad en la que la nieve es tan rara como una amante que quiera vivir contigo, en la que la pasión por el copo blanco dura lo que tarda en cuajar en la calle y convertirla en un atasco lleno de coches ruidosos y enfadados conductores. Quizás por eso la nieve no se atreve a tocarnos. Nos roza, insinúa, más como madre que como pasional querida, y dice ese “hola” en bajito para que sepamos que está ahí, pero que no nos importunará….

1 comentario:

peich dijo...

poeta que eres un poeta....