miércoles, noviembre 13, 2013

Madrid está hecho una basura


Bolsas de desperdicios que permanecen intactas o, en la mayoría de los casos, rasgadas, mostrando su hediondo contenido sin pudor, junto a envases, colillas, cartones, botellas de cristal y restos orgánicos. Papeles y cartones que se mecen al son del viento pero que tienden a quedarse atrapados en el pegajoso suelo que, lleno de regueros de orines y demás líquidos parece haber sido regado por la madre naturaleza tras una noche de desenfreno. Y hojas de árboles que caen cada vez en mayor número y que se depositan sobre las bolsas y demás restos de porquería. Esa es la imagen que ofrecen las calles de Madrid.

Como en todo, hay clases y clases. Así, el barrio en el que trabajo ofrece un aspecto sucio pero contenido, con las papeleras llenas hasta rebosar y los desperdicios acumulados en montones orillados en las esquinas de las aceras. Esta guarro, sí, pero dentro de un orden. Sin embargo, donde yo vivo, que es un barrio normal, la situación es mucho peor desde el inicio de este desmadre. Como en muchos otros lugares, piquetes y demás sinvergüenzas se dedicaron a esparcir la basura que acumulaban las papeleras por las aceras, volcándolas y dejándolas tiradas como si fueran ataúdes en los que se enterraba la salubridad pública. Hay varios trozos de acera en los que hay que tener mucho cuidado donde se pisa porque la mierda, literalmente, te la llevas en los zapatos a casa, y la imagen es mucho más degradada y sucia que la que observo cuando llego al trabajo. Y luego está el centro, sospecho que muy adecentado en las zonas en las que residen o trabajan los dirigentes, es un decir, de la ciudad, y completamente abandonado el resto en lo que ya se ha convertido en la imagen de la vergüenza capitalina, que se expone ante el resto del mundo como símbolo de nuestro fracaso. Las zonas peatonales del centro se han convertido en callejuelas en las que transitar en filas organizadas, sorteando montañas de cartones y detritus que, por el paso y pisadas de la gente, se mantienen aún a raya, como si fueran invernales montones de nieve, pero sin el más mínimo encanto. La batalla entre el viandante y la basura de momento se salda en un inestable empate, al que la bonanza meteorológica le está dando una tregua, ya que imaginarse todas esas montañas de mierda llenas de agua, exhalando humedad y dejando su rastro convertido en reguero que se extiende camino a las atascadas alcantarillas es un escenario de pesadilla que, con elevada probabilidad, puede darse este sábado. Tienen en varias webs imágenes de la pesadilla en la que viven, vivimos, miles y miles de madrileños, cuyas madres, residentes a muchos kilómetros como es mi caso, no se imaginan lo nauseabunda que está la calle, y menos mal, porque no nos dejarían salir. Chistes a parte, la situación es grave. El conflicto, enquistado entre un ayuntamiento insolvente, unas empresas concesionarias que no cobran y unos trabajadores desesperados, unido todo ello a unos piquetes que, con toda la lógica, pueden calificarse de mierda, hacen que las perspectivas de acuerdo sean escasas y la duración de la huelga se extienda muchos días. El comercio local está desesperado, viendo como el inicio de la campaña navideña se retrae por el lógico impacto que supone que acercarse al escaparate sea equivalente a pisar basura, y la imagen que los medios internacionales proyectan de la ciudad y sus montañas de desperdicios es acertada, certera y repugnante. Ahora mismo somos el estercolero de Europa, y no parece que a nadie le importe demasiado, al menos entre los que cobran para que este tipo de problemas les importe y trabajen para que se arreglen.

En cierto modo esto de la basura es una metáfora bastante adecuada para describir la situación de una ciudad, Madrid, que si no ha tocado fondo está próxima a hacerla. Gobernada, es un decir, por un equipo municipal que no parece estar capacitado para gestionar ni una tienda de chucherías, con una alcaldesa, Ana Botella, que se muestra completamente incapaz para ejercer su cargo y funciones, con unas cuentas públicas destrozadas por la deuda, al borde de la bancarrota, y con un partido al frente, el PP, que se muestra noqueado e incapaz de retomar el pulso a la gestión, Madrid deambula como una zombi, sin destino ni voluntad, a merced del viento, sin proyecto ni imagen, y camino a unos arrecifes llenos de desperdicios y, sí, basura.

No hay comentarios: