Bolsas de desperdicios que
permanecen intactas o, en la mayoría de los casos, rasgadas, mostrando su
hediondo contenido sin pudor, junto a envases, colillas, cartones, botellas de
cristal y restos orgánicos. Papeles y cartones que se mecen al son del viento
pero que tienden a quedarse atrapados en el pegajoso suelo que, lleno de
regueros de orines y demás líquidos parece haber sido regado por la madre
naturaleza tras una noche de desenfreno. Y hojas de árboles que caen cada vez
en mayor número y que se depositan sobre las bolsas y demás restos de
porquería. Esa
es la imagen que ofrecen las calles de Madrid.
Como en todo, hay clases y
clases. Así, el barrio en el que trabajo ofrece un aspecto sucio pero
contenido, con las papeleras llenas hasta rebosar y los desperdicios acumulados
en montones orillados en las esquinas de las aceras. Esta guarro, sí, pero
dentro de un orden. Sin embargo, donde yo vivo, que es un barrio normal, la
situación es mucho peor desde el inicio de este desmadre. Como en muchos otros
lugares, piquetes y demás sinvergüenzas se dedicaron a esparcir la basura que
acumulaban las papeleras por las aceras, volcándolas y dejándolas tiradas como
si fueran ataúdes en los que se enterraba la salubridad pública. Hay varios
trozos de acera en los que hay que tener mucho cuidado donde se pisa porque la
mierda, literalmente, te la llevas en los zapatos a casa, y la imagen es mucho
más degradada y sucia que la que observo cuando llego al trabajo. Y luego está
el centro, sospecho que muy adecentado en las zonas en las que residen o
trabajan los dirigentes, es un decir, de la ciudad, y completamente abandonado
el resto en lo que ya se ha convertido en la imagen de la vergüenza capitalina,
que se expone ante el resto del mundo como símbolo de nuestro fracaso. Las
zonas peatonales del centro se han convertido en callejuelas en las que
transitar en filas organizadas, sorteando montañas de cartones y detritus que,
por el paso y pisadas de la gente, se mantienen aún a raya, como si fueran
invernales montones de nieve, pero sin el más mínimo encanto. La batalla entre
el viandante y la basura de momento se salda en un inestable empate, al que la
bonanza meteorológica le está dando una tregua, ya que imaginarse todas esas
montañas de mierda llenas de agua, exhalando humedad y dejando su rastro
convertido en reguero que se extiende camino a las atascadas alcantarillas es
un escenario de pesadilla que, con elevada probabilidad, puede darse este
sábado. Tienen
en varias webs imágenes de la pesadilla en la que viven, vivimos, miles y miles
de madrileños, cuyas madres, residentes a muchos kilómetros como es mi
caso, no se imaginan lo nauseabunda que está la calle, y menos mal, porque no
nos dejarían salir. Chistes a parte, la situación es grave. El conflicto,
enquistado entre un ayuntamiento insolvente, unas empresas concesionarias que
no cobran y unos trabajadores desesperados, unido todo ello a unos piquetes
que, con toda la lógica, pueden calificarse de mierda, hacen que las
perspectivas de acuerdo sean escasas y la duración de la huelga se extienda
muchos días. El comercio local está desesperado, viendo como el inicio de la
campaña navideña se retrae por el lógico impacto que supone que acercarse al
escaparate sea equivalente a pisar basura, y la
imagen que los medios internacionales proyectan de la ciudad y sus montañas de
desperdicios es acertada, certera y repugnante. Ahora mismo somos el
estercolero de Europa, y no parece que a nadie le importe demasiado, al menos
entre los que cobran para que este tipo de problemas les importe y trabajen
para que se arreglen.
En cierto modo esto de la basura es una metáfora
bastante adecuada para describir la situación de una ciudad, Madrid, que si no
ha tocado fondo está próxima a hacerla. Gobernada, es un decir, por un equipo
municipal que no parece estar capacitado para gestionar ni una tienda de
chucherías, con una alcaldesa, Ana Botella, que se muestra completamente
incapaz para ejercer su cargo y funciones, con unas cuentas públicas
destrozadas por la deuda, al borde de la bancarrota, y con un partido al
frente, el PP, que se muestra noqueado e incapaz de retomar el pulso a la gestión,
Madrid deambula como una zombi, sin destino ni voluntad, a merced del viento,
sin proyecto ni imagen, y camino a unos arrecifes llenos de desperdicios y, sí,
basura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario