Un tirador dentro de una
habitación destinada a almacenar cajas, en lo alto de un almacén de aspecto
deteriorado, con un fusil en sus manos, comprado por correo a un precio
ridículo y con varias balas a la espera de ser cargadas y disparadas. El
extrarradio de una ciudad en la que los descampados permiten que el tirador
tenga una visión perfecta de las calles aledañas a su posición. Y la presencia
de un coche descapotable en el que, en la parte de atrás, un elegante
matrimonio, vestido de gala, sonríe con apariencia de dominar el mundo, y de
sentir que todos se pliegan a su lado. Los elementos de una escena que está a
punto de suceder.
De repente, en medio del
silencio, se oye un disparo, que rompe la tranquilidad del día, soleado,
radiante y más veraniego que otoñal. Quizás haya sido un petardo, comentan los
que en el coche lo han oído y nada han sentido, pero un nuevo estallido saca a
todos de dudas, y al instante, el hombre que se encuentra en la parte de atrás
del coche siente el impacto de una bala y grita de dolor. La mujer que le
acompaña, que resulta ser su esposa, cambia drásticamente de gesto, pasando de
la alegría a la incredulidad y el terror ante lo que acaba de suceder. Se gira
lo más rápido que puede hacia su marido, que ha resultado herido por lo que
parece un disparo… un disparó? Nos están disparando? Quién? Dónde? Los gritos y
las preguntas se agolpan en su mente y en las gargantas de todos los que viajan
en ese coche, hasta entonces símbolo del poder, a partir de ahora lugar de
confusión y miedo. Nerviosos, todos los pasajeros miran a su alrededor para
descubrir de dónde ha llegado ese disparo, y entonces una nueva explosión, la
tercera, se transforman en un endiablado proyectil que impacta sobre la
caravana. Da de lleno al hombre ya herido, al que todos llaman Presidente,
alcanzándole en el cráneo y causándole heridas mortales de necesidad. El caos,
confusión, gritos, histeria, carreras, nervios.. el sol que brilla en el cielo
y que hasta hace unos minutos decoraba una escena idílica se convierte en
silencioso testigo de la muerte de un hombre en los brazos de su mujer, a causa
de los disparos de otro hombre. El coche corre desenfrenado, huyendo del lugar
del tiroteo, camino de un hospital en el que entrará el hombre herido, y del
que no saldrá con vida. Su mujer, sin entender nada, llora y recoge en su
regazo al marido, del que parte de su cabeza, destrozada, se desparrama en sus
brazos y cae en su regazó, dejándola perdida de sangre y restos orgánicos, pero
ella no es consciente de nada de eso. El miedo la posee, el horror ante lo que
ha sucedido, el no entender nada. En minutos el caos que hasta ese momento
domina el coche y sus ocupantes extiende su reinado a todos aquellos que viajan
en la comitiva presidencial, que apenas entienden nada de lo que ha sucedido ni
logran imaginarse que sus vidas acaban de cambiar para siempre. La
desorganización cunde y los nervios dominan a todos. Dallas, que es el nombre
de la ciudad norteamericana en la que han sucedido los hechos, empieza a estar
dominada por un rumor que se expande a una velocidad comparable a la de las balas
que lo han originado. ¡Han disparado al Presidente! ¡Han disparado al Presidente!.
Miles de personas que hasta hace pocos minutos se agolpaban en las calles del
centro para contemplar el paso de la comitiva presidencial oyen esos gritos y
los retransmiten por doquier, sin saber si son ciertos o no, pero dominados por
la angustia de quienes los pronuncian y por el temor que, de ser ciertas, se
esconde en esas palabras. Periodistas incrédulos, desbordados por los rumores y
gritos, empiezan a llamar a sus redacciones para contar lo que allí puede haber
sucedido, y de repente se dan cuenta de que lo que iba a ser una jornada rutinaria
se transforma, para muchos, en el día más importante de toda su carrera
profesional. En un momento alguien se atreve a pronunciar las palabras que
nadie quiere oír. ¡Han
matado a Kennedy! Y la historia cambia para siempre.
Y desde ese momento nada es cierto ni seguro.
Nada es como parece ser. Miles, millones de historias, hipótesis y conspiraciones
se entremezclan para explicar lo que no tiene sentido. El sentimiento de
conmoción de los EEUU es total, y el resto del mundo asiste, asustado y
asombrado, al magnicidio por excelencia, al asesinato del hombre más poderoso
y, quizás, famoso del mundo ante los ojos de todos. Su muerte cruenta lo eleva
a los altares de la popularidad, su imagen será siempre joven, inmaculada, sin
tacha de arrugas ni salpicada de escándalos, sin que la vejez y las venganzas
la destruyan con el tiempo. Kennedy entra en la historia por la puerta que
abren tres balazos y ahí sigue, eternamente envuelto en el misterio.
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