viernes, noviembre 22, 2013

Yo no maté a Kennedy


Un tirador dentro de una habitación destinada a almacenar cajas, en lo alto de un almacén de aspecto deteriorado, con un fusil en sus manos, comprado por correo a un precio ridículo y con varias balas a la espera de ser cargadas y disparadas. El extrarradio de una ciudad en la que los descampados permiten que el tirador tenga una visión perfecta de las calles aledañas a su posición. Y la presencia de un coche descapotable en el que, en la parte de atrás, un elegante matrimonio, vestido de gala, sonríe con apariencia de dominar el mundo, y de sentir que todos se pliegan a su lado. Los elementos de una escena que está a punto de suceder.

De repente, en medio del silencio, se oye un disparo, que rompe la tranquilidad del día, soleado, radiante y más veraniego que otoñal. Quizás haya sido un petardo, comentan los que en el coche lo han oído y nada han sentido, pero un nuevo estallido saca a todos de dudas, y al instante, el hombre que se encuentra en la parte de atrás del coche siente el impacto de una bala y grita de dolor. La mujer que le acompaña, que resulta ser su esposa, cambia drásticamente de gesto, pasando de la alegría a la incredulidad y el terror ante lo que acaba de suceder. Se gira lo más rápido que puede hacia su marido, que ha resultado herido por lo que parece un disparo… un disparó? Nos están disparando? Quién? Dónde? Los gritos y las preguntas se agolpan en su mente y en las gargantas de todos los que viajan en ese coche, hasta entonces símbolo del poder, a partir de ahora lugar de confusión y miedo. Nerviosos, todos los pasajeros miran a su alrededor para descubrir de dónde ha llegado ese disparo, y entonces una nueva explosión, la tercera, se transforman en un endiablado proyectil que impacta sobre la caravana. Da de lleno al hombre ya herido, al que todos llaman Presidente, alcanzándole en el cráneo y causándole heridas mortales de necesidad. El caos, confusión, gritos, histeria, carreras, nervios.. el sol que brilla en el cielo y que hasta hace unos minutos decoraba una escena idílica se convierte en silencioso testigo de la muerte de un hombre en los brazos de su mujer, a causa de los disparos de otro hombre. El coche corre desenfrenado, huyendo del lugar del tiroteo, camino de un hospital en el que entrará el hombre herido, y del que no saldrá con vida. Su mujer, sin entender nada, llora y recoge en su regazo al marido, del que parte de su cabeza, destrozada, se desparrama en sus brazos y cae en su regazó, dejándola perdida de sangre y restos orgánicos, pero ella no es consciente de nada de eso. El miedo la posee, el horror ante lo que ha sucedido, el no entender nada. En minutos el caos que hasta ese momento domina el coche y sus ocupantes extiende su reinado a todos aquellos que viajan en la comitiva presidencial, que apenas entienden nada de lo que ha sucedido ni logran imaginarse que sus vidas acaban de cambiar para siempre. La desorganización cunde y los nervios dominan a todos. Dallas, que es el nombre de la ciudad norteamericana en la que han sucedido los hechos, empieza a estar dominada por un rumor que se expande a una velocidad comparable a la de las balas que lo han originado. ¡Han disparado al Presidente! ¡Han disparado al Presidente!. Miles de personas que hasta hace pocos minutos se agolpaban en las calles del centro para contemplar el paso de la comitiva presidencial oyen esos gritos y los retransmiten por doquier, sin saber si son ciertos o no, pero dominados por la angustia de quienes los pronuncian y por el temor que, de ser ciertas, se esconde en esas palabras. Periodistas incrédulos, desbordados por los rumores y gritos, empiezan a llamar a sus redacciones para contar lo que allí puede haber sucedido, y de repente se dan cuenta de que lo que iba a ser una jornada rutinaria se transforma, para muchos, en el día más importante de toda su carrera profesional. En un momento alguien se atreve a pronunciar las palabras que nadie quiere oír. ¡Han matado a Kennedy! Y la historia cambia para siempre.

Y desde ese momento nada es cierto ni seguro. Nada es como parece ser. Miles, millones de historias, hipótesis y conspiraciones se entremezclan para explicar lo que no tiene sentido. El sentimiento de conmoción de los EEUU es total, y el resto del mundo asiste, asustado y asombrado, al magnicidio por excelencia, al asesinato del hombre más poderoso y, quizás, famoso del mundo ante los ojos de todos. Su muerte cruenta lo eleva a los altares de la popularidad, su imagen será siempre joven, inmaculada, sin tacha de arrugas ni salpicada de escándalos, sin que la vejez y las venganzas la destruyan con el tiempo. Kennedy entra en la historia por la puerta que abren tres balazos y ahí sigue, eternamente envuelto en el misterio.

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