martes, noviembre 19, 2013

Luís Roldán o la imagen del fracaso


Traía el Domingo El País una entrevista en exclusiva que tenía mucho jugo y contenido, pero que sobre todo demostraba que lo que creemos novedoso no es sino la repetición de cosas pasadas, las mismas de siempre, pero envueltas en modernidad que las hace parecer diferentes. Disimulos que esconden la autenticidad, mero decorado que impide comprobar que casi todo lo que ha pasado se repite siempre de una manera muy similar. En el caso de los delitos, sus causas y fuentes casi siempre son las mismas, y el final de los que los comenten, en la mayoría de las ocasiones, es triste a más no poder.

Luis Roldán era el personaje entrevistado. Un nombre que a todos pone en alerta y trae recuerdos de décadas pasadas, un par más o menos, en las que la corrupción estaba en boca de todos, en la que los delitos de guante blanco, apropiación indebida, hurto, desfalco y estafa llenaban las portadas de los periódicos, cuando altos cargos del gobierno se llevaban crudo el dinero mediante comisiones, maletines y otros rudimentos por el estilo, y los dirigentes de los partidos implicados lo negaban todo, y acusaban a los medios de comunicación que denunciaban los casos de torpedear la democracia, de atacar sin fundamento la honorabilidad de la clase política y de tratar de dar golpes de estado y derribar gobiernos a base de infundios, calumnias y propagandas. Seguro que todo esto les suena… Con Roldán la democracia española tocó el fondo del pozo ético en el siglo pasado. Su desfachatez, sinvergonzonería y capacidad para cometer delitos afectando a algo tan primordial como la seguridad del estado y la imagen de los profesionales que a ella se dedican due mucho más sangrante para una sociedad ya envilecida con las proezas de Mariano Rubio y el resto de la “Beautiful people”, que robaban a manos llenas pero tenían pinta de ladrones honrosos, produciendo en las víctimas la sensación de placer que induce Cary Grant cuando roba en sus películas. Roldán era otra cosa. Era un trepa, un sujeto ajeno a la casta, un hombre de aspecto rudo, fornido, sucio, deslavazado, sin imagen, prestigio ni porte, muy parecido a cada uno de nosotros, que podría pasar por cada uno de nosotros, un señor a quien los trajes no le quedaban bien, que parecía llegado de su pueblo a la capital, y que podía generar empatía en el español medio por la sensación de ser uno más. En sus manos acumuló un inmenso poder, que casi le llevó a ser Ministro de Interior, con un currículum exitoso, avalado por operaciones policiales de altura y unos estudios que lo consagraban ante la dirigencia del PSOE como el candidato idóneo para ascender hasta más allá de donde uno pudiera imaginarse. Su carrera fue meteórica, y tan rápido como fue su crecimiento fue sonado su estrellato. Las acusaciones de corrupción que empezaron a sonar en torno a él, increíbles en un principio, consistentes con el tiempo, abrumadoras al final, eran un rosario de delitos que requería varias páginas dobles en la prensa para ser descritos con un mínimo detalle, o al menos esbozar las tramas que los respaldaban. En medio de un clima de opinión pública exacerbada por lo que se consideraba aun a traición absoluta, Roldán encarnó la imagen del corrupto en la España de los noventa, más a mi entender que el citado Mariano Rubio o Mario Conde. Era el personaje del que todo el mundo hablaba en aquellos tiempos, el ítem contra el que descargar la ira. Recuerdo, en uno de los viajes mañaneros en autobús a la universidad, a primera hora de la mañana, que en el programa de radio que nos ponían el Abellán, que por entonces sonaba, se preguntó un día qué palabra se podía formar con las letras del apellido ROLDÁN, y uno de los colaboradores dijo LADRÓN. Y todos estallamos en carcajadas. Esa era la relevancia de Roldán por aquel entonces.

Hoy, más de veinte años después, la imagen que ofrece Roldán es patética. Avejentado, enfermo, aparentemente sin recursos, negando tener acceso a los millones de euros que se le suponen escondidos, es la viva imagen de un juguete roto por la codicia y abandonado por los que una vez fueron sus socios y superiores, a los que creyó parecerse y comprender, y que en cuanto pudieron le abandonaron en la cárcel. Denuncia que sí, el robó, como casi todos por aquel entonces, desde el primero hasta el último, y que sólo él ha pagado. Lean la entrevista, es muy buena, y puede que, dentro de veinte años, veamos otra similar con un tal Bárcenas, en la que ofrezca la misma sensación de abandono y fracaso, echando las culpas a todo el mundo.

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