Ayer acudí al Ateneo de Madrid a la
presentación del libro de memorias que ha escrito Pedro Solbes, ex ministro
de Economía y Hacienda durante gran parte de los gobiernos de ZP y que lo ha
sido todo en la política y la administración española. Funcionario de carrera que
desde el inicio fue ascendiendo en una carrera política a la que siempre se
mostró renuente, Solbes posee un historial que resume la historia reciente de
España y de Europa, en cuya construcción ha jugado un papel inmenso, muchas
veces en la sombra, en ocasiones en primera fila, pero siempre de manera
entusiasta, como ayer señalo, y con fe verdadera en el proyecto de la Unión.
Y un hombre que lo ha sido casi
todo afronta, una vez retirado de la vida pública, un cierto oprobio por
encarnar la imagen de la crisis, de la dejadez de la política respecto a unos
ciudadanos apesadumbrados, de la incapacidad para ver y gestionar lo que se venía
encima, de la elusión de las responsabilidades. Solbes ha sido asaetado, en
parte con razón, y acusado de ser uno de los culpables del desastre que nos ha
llevado hasta donde nos encontramos. Creo que a lo largo de su última etapa, en
la que debió hacer caso a su instinto y no ocupar puesto dirigente alguno,
Solbes cometió dos enormes errores, que en parte ayer admitió. Uno fue el de
creer la palabra del presidente Zapatero cuando le ofreció el cargo, y lo aceptó
a cambio de que la ortodoxia económica regiría los designios de la política del
gobierno. Eso, evidentemente, no se cumplió. El otro fue seguir en el puesto
una vez que constató que lo primero era erróneo. ¿Por qué lo hizo? Espero que
en su libro quede claro, pero me da que no será así. Recuerdo que en los
inicios del gobierno ZP aún emitían los guiñoles de Canal Plus (parece hace un
siglo, pero no, son apenas ocho años) y en ellos se reflejaba a Solbes como un
Sancho Panza tranquilo, mesurado y aburrido, que trataba de evitar que su Don
Quijote Zapatero arremetiera contra los molinos que no dejaba de ver a lo largo
del camino. La metáfora era genial, y no podía ser más acertada, aunque
finalmente los estrellatos de ZP contra las aspas imaginarias acabaran siendo
costalazos de la sociedad española ante la quiebra de la nación. Quizás por un
sentido de estado, o por la responsabilidad que ayer citó en varias ocasiones,
o por la lealtad debida a quien te nombró, vaya usted a saber. La cuestión es
que a medida que la economía española zozobraba camino del precipicio, el
gobierno ZP negaba la mayor y Solbes regía los destinos del país con un
discurso suave y plagado de consejos tranquilizadores. En el debate de 2008,
momento histórico, en el que mermado de facultades físicas Solbes derrota a un
apasionado pero inexperto en las lides Manuel Pizarro, ya sabe que lo que
argumenta para aplastar a su oponente no es cierto. Las cifras eran claras y no
dejaban dudas, esto se venía abajo. Lo que argumentaba Pizarro era, fue,
cierto, y lo que sermoneaba Solbes se convirtió en falaz en pocos meses. Ese
debate entregó la victoria electoral a ZP y la decisión de Solbes de seguir en
el gobierno acabó por hundirlo a medida que las finanzas explotaban, la burbuja
inmobiliaria nos dejaba pinchados y el paro no hacía más que subir. Retirado,
dimitido o cesado, Solbes se va entre la crítica de todo el mundo y se oculta
al mundo, hasta que ha presentado estas memorias. Como no las he leído aun lo
que les he ofrecido en estas líneas es mi visión personal de su trayectoria sin
saber qué es lo que el interesado argumenta para defenderse, pero es evidente
que ante la necesidad de la defensa se deduce la sensación de estar siendo
atacado. Ese es el regusto amargo con el que Solbes vivirá el resto de su vida,
el no haberse ido cuando su conciencia se lo dictó.
Unas pinceladas del acto de presentación de
ayer. Lleno hasta la bandera por parte de antiguas glorias del felipismo, pero
sin Felipe, casi nadie del PSOE actual y algunos
miembros de la época ZP, pero muy pocos, en lo que se puede interpretar como un
desplante. Chaves y el antiguo jefe de gabinete de Zapatero estuvieron
presentes, pero se marcharon hacia la mitad de la charla. Carlos Solchaga hizo
la introducción y, como los malos teloneros, habló durante más tiempo que el
protagonista, en un discurso apasionado, duro, inmisericorde con ZP, sus
gobiernos y políticas, que generó risas, aplausos, rumores, comentarios y polémicas,
incluida la de algún asistente que mostró su enfado y se marchó entre gritos
destemplados. Si Solbes fue el catedrático que amenazaba con dormir a la
audiencia, Solchaga fue la mosca cojonera que a muchos ayer les impediría
conciliar sueño, seguro.
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