Se ve que esta es la semana de
los despegues catastróficos. Tras el desastre del cohete Antares del pasado martes
28, ayer se frustró otro lanzamiento, en este caso virtual, al
paralizarse el proceso de la OPV de AENA, su salida a Bolsa. En este caso,
como en el del cohete norteamericano, no hay heridos ni fallecidos, pero también
como en ese sucesos, los daños materiales son inmensos, la reputación
destrozada grande, y será bastante el tiempo necesario para que se disipe el
humo y olor a chamusquina provocado por ese petardazo, término más adecuado
para definir lo de AENA que lo del Antares.
Desde hace días se comentaba la
lucha que existía dentro del gobierno al respecto de AENA, entre los ministros
económicos y un Fomento deseoso de sacar ingresos extra. No sólo había bronca
dentro del gobierno, sino en el partido, dada la presencia territorial de AENA
y la más que probable renuncia a la gestión de algunos de los ruinosos
aeropuertos creados para satisfacer a caciques locales que ahora languidecen en
medio de las sombras con apenas pasajeros en sus terminales (de los que se han
hecho y no funcionan mejor no hablar). Al final ha sido una excusa
administrativa encontrada por el Ministerio de Economía la que ha hecho
descarrilar la operación y obliga a meterla en un cajón, según algunas fuentes
hasta la primavera del año que viene, según otras hasta nunca. Lo más seguro es
que será el calendario electoral el que decida si finalmente la operación se
lleva a cabo y si, como todo parece indicar, el PP sufre un drama en las
municipales y autonómicas de Mayo, la operación puede quedarse para siempre
encerrada y sin sentido alguno. Más allá de las causas de fondo que han
originado este fracaso, que lo es, y de los gordos, la gran pregunta que me
surge es cómo un gobierno se puede embarcar en esta aventura sin tener acuerdo
en el seno de sí mismo sobre cómo llevarlo a cabo, y proceder a contactar con
un montón de inversores, organismos, entidades financieras y demás agentes, que
trabajan seriamente con otro montón de clientes, y que ven como el gobierno de
España resulta ser uno de los más incompetentes de los que poseen. Las divisiones
internas sobre cuánto y cuándo debía salir AENA a bolsa eran conocidas desde
hace tiempo, y sobre cómo establecer una valoración de la misma, un plan de
negocio viable y el diseño de un núcleo duro de accionistas. Todas estas
cuestiones deben de estar muy pensadas antes de lanzarse a una piscina que,
pudiendo ser placentera en aguas tibias, puede convertirse en dolorosa y mortal
si no se está preparado para soportar el agua helada. Sospecho que ayer por la
tarde el cabreo entre todas las entidades que se encontraban inmersas en este
proceso sería monumental, tanto por la sensación de estafa que supone dar al
traste de esta manera con un proyecto tan importante como por la poca seriedad
con la que se han desarrollado los acontecimientos. Mucho se nos lleva la boca
con el concepto de la Marca España, que sí es importante, pero cosas como esta
son capaces de destrozar cualquier marca, insignia o prestigio que se pudiera
tener. El ridículo alcanzado en este asunto es mayúsculo, y tras él, sospecho,
asistiremos al ya clásico proceso de desvinculación de la idea. Ahora nadie
estaría realmente pensando en hacer una OPV, todo sería una “toma de posición”,
no habrá responsables por este fracaso, como no los hay por ningún otro, y
nadie se irá a su casa para pagar los platos rotos.
Desde el Lunes de la operación púnica hasta el
Jueves del AENA_NO España ha dado muestras a todo el mundo de ser un país poco
fiable, gobernado por una estructura de poder que apenas es capaz de guarecerse
a sí misma de las inclemencias y que muestra una cobardía, incapacidad y
desidia digna de estudio. Poco a poco el gobierno de Rajoy empieza a parecerse
demasiado al de ZP, que llegó a unos límites tan bajos que parecían imposibles
de replicar, lo que me hace pensar que, dado que los gobiernos en el fondo
reflejan la sociedad que rigen, los españoles nos lo tenemos que hacer mirar
muy muy en lo profundo. Quizás una cita catártica en el Aeropuerto de Castellón
fuera lo más recomendable para discernir qué diablos debemos hacer para salir
de este agujero intelectual y moral en el que vivimos.