La noticia saltó ayer por la
tarde de manera progresiva. Primero una alerta roja en las cabeceras de las
webs de noticias, que no suele ser síntoma de nada bueno. Luego la información
del resultado de un primer análisis y la espera de un segundo, que tardó poco
más de una hora en conocerse. Poco antes de las siete de la tarde ya se tenía
confirmación de que en el
hospital de Alcorcón, al sur de Madrid, tenía gripe y tosía la primera paciente
de Ébola contagiada en un país occidental desde que se propagó el brote que
ataca con saña en África occidental. España vuelve a ser la primera del mundo
en algo, nada bueno, y nos convertimos en el foco global de la información.
No por eso precisamente, sino
sobre para generar tranquilidad en la población ante un problema, serio, pero
que no es tan grave como se cree, es necesario realizar una buena, excelente,
política de comunicación. Ante la oscuridad, pongamos luz. La rueda de prensa
que ofreció el Ministerio de Sanidad a eso de las 20:30, en la que
comparecieron la ministra Ana Mato y algunos cargos del ministerio y de la
consejería de sanidad madrileña fue un intento bienintencionado pero que
fracasó en sus objetivos. Los comparecientes, nerviosos, desde todos los puntos
de vista poco acostumbrados a la presión mediática (curios siendo cargos
públicos) y conocedores de la gestión económica de la sanidad pero no expertos
en epidemiología, sumaron la lógica escasez de datos de que se disponía en el
momento con un cierto aturullamiento que contribuyó a que la comunicación no se
produjera, y se convirtiera más bien en desinformación. Más allá del cachondeo
con el que en Internet se tomó el asunto, que me parece frívolo hasta el
extremo, el Ministerio, la consejería de Madrid y el resto de autoridades sanitarias
de España debieran haber estado preparadas para que, en el juego macabro de
probabilidades que es el Ébola, se pudiese recurrir a un equipo de expertos
para comparecer, dado que hemos tenido numerosos casos de falsos positivos y
alertas en distintos puntos de la geografía nacional, y quizás alguno de ellos
hubiera podido llegar a ser un caso real. No sucedió, pero ahora ha pasado. Hay
dos ejemplos muy buenos, sin irse fuera de España, sobre cómo gestionar estos
asuntos. El primero, una crisis “corta” en el tiempo, fue el de la operación de
la cadera infectada del Rey Juan Carlos I. Hubo una rueda de prensa que fue la
primera de varias, en las que el personal de la casa del Rey introducía el tema
pero éste era explicado y desarrollado por el doctor Cabanelas, (creo que se
llamaba) el responsable de la operación. Así la información era técnica en todo
momento y, más allá de las cualidades comunicativas del médico, que eran
muchas, la sensación que se transmitía era de profesionalidad y rigor, hasta
para explicar que en estos asuntos hay cosas que no se saben y que no tienen
explicación, dado que, aunque no nos guste, la medicina no es una ciencia
exacta. El otro caso, una crisis “larga”, como la que tenemos por delante, fue
el de las vacas locas de principios de los dos mil. Tras múltiples meteduras de
pata de la ministra Villalobos (los huesos y el caldo, que todavía se le
recuerdan) se optó por dar todo el protagonismo a Juan José Badiola, experto en
el asunto, que se convirtió en la voz de referencia sobre el tema, que respondía
a todas las preguntas, que sabía lo que sabía y reconocía lo que no, y se hizo
con el control de la situación en pocas semanas. Para el caso del Ébola es
necesario encontrar en España un “Badiola” de referencia, o un grupo, que sea
el que, con la periodicidad que la actualidad demande, comparezca, responda
preguntas y explique todo lo que se sepa.
Las líneas de actuación desde este momento son
claras. Primero tratar a la paciente, que es lo más urgente, y en paralelo,
controlar a todas las personas con las que haya podido tener contacto físico
una vez que ha desarrollado la enfermedad (que es cuando pudo contagiarlas, no
antes) y descubrir qué ha fallado en el protocolo de aislamiento del segundo
enfermo fallecido, Manuel García Viejo, muy probable foco de contaminación en
este caso. Y divulgación, mucha divulgación, y expertos, muchos expertos. Y políticos
y tertulianos, a ser posible, poco habladores, que en estos asuntos es mejor estar
callado y parecer que no se sabe nada a hablar y dejar claro a todo el mundo
que así es.
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