Rato lo fue todo en la España de
los noventa y principios del dos mil. El ministro más poderoso de Aznar, el
rector de la economía del país, brillante parlamentario de oratoria ligera,
acerada y certera, muñidor de alianzas con la prensa y poderes que iban más
allá de los del gobierno. Querido y deseado por todos, su alejamiento de la
Moncloa, a la que hubiera llegado de ser candidato, y el nombramiento como
Director del FMI supuso la cumbre de una carrera económica que no la había
logra nunca español alguno. Desde su despacho de Washington Rato tenía
muchísimo más poder e influencia que la se dispone en el gobierno de España. Era
su cielo. Y desde ahí lleva tiempo cayendo en picado hasta los infiernos.
Muchos, casi todos, en aquellos
años, alababan su figura, loaban sus decisiones y le seguían como una corte de
convencidos. A aquellos a los que otorgó cargos se los ganó para siempre como
fieles dispuestos a batirse el cobre por él, y las crónicas contaban que era un
jefe exigente, pero que trabajaba mucho, y el país, a medida que crecía,
entraba en el euro y se sentía fuerte, lo encumbraba como el hacedor del
milagro. Cuando las tornas han cambiado pocos son los que recuerdan sus
declaraciones de aquellos años, las matizan y tratan de darles la vuelta, en un
ejercicio muy hispánico consistente en adular al poder, sea éste el que sea,
independientemente de su signo y de quién lo encarne. Y yo debo confesar que
soy de los que lo defendí durante años. Para mi era el Ministro perfecto, y
cuando le nombran para el FMI me sentí hasta algo orgulloso, era como una
especie de cuento en el que, por fin, un español veía reconocidos sus méritos y
alcanzaba cotas de responsabilidad internacional por la valía de sus actos. Y
como dije lo que dije no puedo negar ahora que lo dije. Así de fácil. Las dudas
empezaron a surgir cuando abandonó el cargo en el FMI, en principio aludiendo
razones personales, pero que a mi me parecieron escusas endebles y, sobre todo,
poco concretas. Si no era por salud personal o de sus allegados, ¿qué podía
obligarle a renunciar a ese cargo antes de finalizar su mandato, dando la
imagen de espantada, de dejar a todos en la estacada? A partir de ahí Rato
comienza un periplo en el mundo de la banca privada, con el objetivo manifiesto
de ganar dinero. Sin ser un experto en la materia, pero con una sabrosa agenda
de contactos, va ascendiendo en ese mundo, y acaba, en medio de mi sorpresa, en
la presidencia de Caja Madrid, una entidad que no dejaba de estar en los
papeles y mentideros en el centro de todos los rumores sobre su desastroso
estado por el estallido de la burbuja, pero que era objeto de deseo por parte
de los políticos a la hora de hacerse con su control (y ahora sabemos,
tristemente, el porqué) El actual presidente de la comunidad de Madrid, Ignacio
González, quiso presidirla, pero su jefa Esperanza Aguirre no le dejó, y el
elegido acabó siendo Rato, en un juego de trileros desarrollado en la sede del
PP. Los dos años de presidencia de la entidad, convertida posteriormente en
Bankia y sacada a bolsa, son la crónica de un descalabro, de un desastre
absoluto que a punto estuvo de llevarse por delante la economía de España en su
conjunto, y con ella la del euro. En una carrera suicida hacia el abismo Rato
lideró un ejército encaminado a la catástrofe, y fue apartado de la entidad en
un fin de semana de conspiraciones en la sede del Ministerio de Economía,
cuando la decisión era su cabeza o la de todos los españoles. Y pese a ello
Rato nunca admitió fallos ni errores, que los hubo de dimensiones galácticas.
Ayer,
el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu le impuso una fianza civil de
tres millones de euros por los cargos no declarados de su tarjeta opaca, de
la que hizo un gasto de cerca de 100.000 euros en dos años en vicios cutres, en
medio de la orgía de despilfarro y robo que se estaba perpetrando por parte de
casi todos los directivos de la entidad sobre un banco podrido hasta los
huesos, robado por la mala gestión y al avaricia de quienes debían regir sus
destinos. No se si Rato acabará en la cárcel, seguro que no, pero en mi opinión,
debiera hacerlo, para purgar su infinita codicia y para expiar la decepción, la
traición si me apuran, que ha causado a muchos de los que, a lo largo de los
años, le defendimos.
Este fin de semana subo a Elorrio y me cojo el
Lunes: Descansen y disfruten del previsto tiempo cuasiveraniego.
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