Desde todos los frentes,
empezando por esta humilde y desconocida columna, se ha criticado con dureza la
política de comunicación del gobierno en el caso del Ébola, que ha sido tan
mala como en todo lo que ha tratado de explicar en estos tres años de gestión.
Los remedios parecen sencillos pero, pese a ello, no se aplican. Claridad,
profesionalidad, voz única, rigor, apartamiento de los cargos políticos de la
primera línea del frente periodístico, y mucho sentido común, para tratar de
calmar los ánimos en la medida de lo posible y no contribuir a exacerbarlos,
cosa que logran los erráticos comportamientos de una ministra más que superada
y el de un
Consejero de Sanidad, el de Madrid, que se dedica a calentar en exceso un
debate muy peligroso.
Pero, ¿y los medios de
comunicación? ¿Cuál debe ser su papel en una crisis como esta? ¿cómo afrontarla
desde el rigor y sin caer en exageraciones ni alarmismos? Es un tema muy
difícil, empezando por que todos debemos asumir que de cuestiones técnicas
complejas, como la epidemiología de este virus, sabemos lo poco que hemos leído
pero no somos expertos en nada. Por ello, un primer paso es un acercamiento
modesto, curioso e con ganas de hacer preguntas, sobre todo para saber, no para
confirmar lo que se cree. El problema de los medios es que, en estos tiempos,
su credibilidad se encuentra bajo mínimos en una sociedad que, en apariencia,
pasa de ellos para formarse sus opiniones. La prensa sobrevive a duras penas en
el marasmo tecnológico y se ha tenido que escorar políticamente para hacer la
pelota a los lectores de su espectro ideológico más próximo para que, por
caridad, vayan al quiosco a comprarla, y así una cabecera cualquiera mantiene
apenas las ventas necesarias para sobrevivir mientras es repudiada por todos
los que no siguen su línea editorial. La tentación partidista, que en España
alcanza límites absurdos y ridículos, también está empezando a llegar al Ébola,
y queda poco tiempo, me temo, para que este asunto derive en un enfrentamiento
ideológico entre lo que se hace llamar izquierda y lo que se hace llamar
derecha, por cuestiones tan pueriles sobre si la paciente avisó al médico de su
situación o no cuando tenía poca fiebre, cuando lo realmente importante es
salvarla. A esto se suma un aspecto del drama que no se puede eludir, aunque
sea duro decirlo. Y es que, en el fondo, el Ébola nos da igual. Sólo nos ha
preocupado, en España y resto de países occidentales, cuando ciudadanos
nuestros han contraído la enfermedad, o cuando los hemos repatriado o hemos
sentido que el riesgo se aproximaba. Desde que empezó el brote en África, allá
por la primavera, han muerto ya casi cuatro mil personas, frente a las dos caídas
en España y la que murió ayer en EEUU, para hacernos una dimensión de la
tragedia. Como casi todo lo que sucede en África, nos da igual mientras no nos
veamos afectados. Decenas de miles de personas mueren al año de malaria, una
enfermedad transmitida por un mosquito que no puede sobrevivir en nuestros
climas, lo que nos protege, inmuniza y hace que no haya incentivo para
investigar la cura. Y hay muchos casos similares que muestran hasta qué punto
nos da igual lo que allí pase. Desde hace meses algunos organismos internacionales
piden, ruegan, para que occidente ponga dinero y recursos en África para frenar
el brote de Ëbola, buscando el bien de aquellos países y, en última instancia,
el egoísmo propio de los ricos para lograr su seguridad. ¿Respuesta? Prácticamente
nula. Los medios lo saben, y hasta que estos episodios se han producido el Ébola
no ha estado en la portada ni en titulares de ninguno de ellos. Porque no
interesa. Porque no vende. Y por unos y otros, la noticia se pudría en columnas
perdidas en medio de páginas olvidadas.
Hay excepciones, sí, y hay que resaltarlas. Carlos Alsina, en la Brújula de Onda Cero,
lleva hablando de esto desde hace meses, entrevistando a personas que están en Äfrica,
a médicos y expertos de centros de investigación, dedicando un tiempo precioso
que, a buen seguro, le haya reportado pérdidas de audiencia, en un ejercicio
suicida en un medio, la radio privada, que vive en exclusiva de la facturación
publicitaria. Pero es un caso raro. Como muestra del absurdo, la cobertura
prestada ayer al complejo caso del perro Excalibur ha sido superior a todo lo
escrito sobre África desde que hace unos ocho meses se declarase el brote de la
enfermedad. Asombroso, triste, pero cierto. Ese es el mundo en el que vivimos.
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