jueves, octubre 09, 2014

El Ébola y los medios de comunicación


Desde todos los frentes, empezando por esta humilde y desconocida columna, se ha criticado con dureza la política de comunicación del gobierno en el caso del Ébola, que ha sido tan mala como en todo lo que ha tratado de explicar en estos tres años de gestión. Los remedios parecen sencillos pero, pese a ello, no se aplican. Claridad, profesionalidad, voz única, rigor, apartamiento de los cargos políticos de la primera línea del frente periodístico, y mucho sentido común, para tratar de calmar los ánimos en la medida de lo posible y no contribuir a exacerbarlos, cosa que logran los erráticos comportamientos de una ministra más que superada y el de un Consejero de Sanidad, el de Madrid, que se dedica a calentar en exceso un debate muy peligroso.

Pero, ¿y los medios de comunicación? ¿Cuál debe ser su papel en una crisis como esta? ¿cómo afrontarla desde el rigor y sin caer en exageraciones ni alarmismos? Es un tema muy difícil, empezando por que todos debemos asumir que de cuestiones técnicas complejas, como la epidemiología de este virus, sabemos lo poco que hemos leído pero no somos expertos en nada. Por ello, un primer paso es un acercamiento modesto, curioso e con ganas de hacer preguntas, sobre todo para saber, no para confirmar lo que se cree. El problema de los medios es que, en estos tiempos, su credibilidad se encuentra bajo mínimos en una sociedad que, en apariencia, pasa de ellos para formarse sus opiniones. La prensa sobrevive a duras penas en el marasmo tecnológico y se ha tenido que escorar políticamente para hacer la pelota a los lectores de su espectro ideológico más próximo para que, por caridad, vayan al quiosco a comprarla, y así una cabecera cualquiera mantiene apenas las ventas necesarias para sobrevivir mientras es repudiada por todos los que no siguen su línea editorial. La tentación partidista, que en España alcanza límites absurdos y ridículos, también está empezando a llegar al Ébola, y queda poco tiempo, me temo, para que este asunto derive en un enfrentamiento ideológico entre lo que se hace llamar izquierda y lo que se hace llamar derecha, por cuestiones tan pueriles sobre si la paciente avisó al médico de su situación o no cuando tenía poca fiebre, cuando lo realmente importante es salvarla. A esto se suma un aspecto del drama que no se puede eludir, aunque sea duro decirlo. Y es que, en el fondo, el Ébola nos da igual. Sólo nos ha preocupado, en España y resto de países occidentales, cuando ciudadanos nuestros han contraído la enfermedad, o cuando los hemos repatriado o hemos sentido que el riesgo se aproximaba. Desde que empezó el brote en África, allá por la primavera, han muerto ya casi cuatro mil personas, frente a las dos caídas en España y la que murió ayer en EEUU, para hacernos una dimensión de la tragedia. Como casi todo lo que sucede en África, nos da igual mientras no nos veamos afectados. Decenas de miles de personas mueren al año de malaria, una enfermedad transmitida por un mosquito que no puede sobrevivir en nuestros climas, lo que nos protege, inmuniza y hace que no haya incentivo para investigar la cura. Y hay muchos casos similares que muestran hasta qué punto nos da igual lo que allí pase. Desde hace meses algunos organismos internacionales piden, ruegan, para que occidente ponga dinero y recursos en África para frenar el brote de Ëbola, buscando el bien de aquellos países y, en última instancia, el egoísmo propio de los ricos para lograr su seguridad. ¿Respuesta? Prácticamente nula. Los medios lo saben, y hasta que estos episodios se han producido el Ébola no ha estado en la portada ni en titulares de ninguno de ellos. Porque no interesa. Porque no vende. Y por unos y otros, la noticia se pudría en columnas perdidas en medio de páginas olvidadas.

Hay excepciones, sí, y hay que resaltarlas. Carlos Alsina, en la Brújula de Onda Cero, lleva hablando de esto desde hace meses, entrevistando a personas que están en Äfrica, a médicos y expertos de centros de investigación, dedicando un tiempo precioso que, a buen seguro, le haya reportado pérdidas de audiencia, en un ejercicio suicida en un medio, la radio privada, que vive en exclusiva de la facturación publicitaria. Pero es un caso raro. Como muestra del absurdo, la cobertura prestada ayer al complejo caso del perro Excalibur ha sido superior a todo lo escrito sobre África desde que hace unos ocho meses se declarase el brote de la enfermedad. Asombroso, triste, pero cierto. Ese es el mundo en el que vivimos.

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