miércoles, octubre 01, 2014

El Ébola llega a EEUU


Tenía que acabar sucediendo, era una mera cuestión de probabilidad. Tantos vuelos internacionales, casos desconocidos y estancias de ida y vuelta podían acabar conduciendo a que, como así ha sucedido, un nacional occidental llegara de vuelta a su país con el virus del Ébola en el cuerpo. Ha pasado donde casi siempre pasa casi todo, en EEUU, y ahora un hospital de la tejana ciudad de Dallas es el centro informativo de ese país y, lo que ello implica, de medio mundo. Parece que las cosas están bajo control en lo que hace al paciente y sus contactos, pero el nerviosismo crece ante un nuevo paso en el progreso de la enfermedad.

En general la actitud de los países occidentales, y del resto del mundo rico, ante los países africanos que sufren la epidemia es, por decirlo de una manera suave, desoladora. Se nota por todas partes que no nos importa en lo más mínimo lo que suceda allí, que da igual que mueran cientos, o miles, a causa de ese virus o de cualquier otro. Lo del Ébola nos preocupa porque, como en el caso de Dallas, pueda llegar a afectarnos, pero si los muertos hubieran sido por una inundación, u otra de las muchas guerras que asolan esas zonas, la noticia apenas hubiera supuesto un breve en una perdida columna de internacional. Al leer esto muchos negarán con la cabeza, pero creo que es esa, la desidia, el olvido, la sensación que transmitimos. Los únicos que han ido allí a luchar contra la enfermedad, y que llevaban décadas trabajando con la población local, son unos misioneros y cooperantes, vistos como locos por la inmensa mayoría de la población, que en los casos en los que se han visto infectados y han sido repatriados para morir en casa han sido acusados por muchos como portadores de una nueva peste, en medio de acusaciones frívolas del riesgo que suponía su retorno. Tristísimo. Y la realidad demuestra que el riesgo de contagio no está en las personas que, sabiendo que están enfermas, son traídas de vuelta en las condiciones de seguridad necesarias, sino en aquellas que no saben que portan la enfermedad y que vuelven a casa tan tranquilamente. Hoy, como cuando vinieron los dos religiosos que en España han muerto, el Ébola volverá a ser noticia, porque lo sentimos cerca, porque en un hospital de blancos ricos occidentales, rodeado de jardines y coches grandes, un enfermo lucha por su vida. Y eso nos conmueve mucho menos de lo que nos alarma. Se dice una y mil veces que el Ébola no se transmite por el aire, como la gripe, sino por el contacto físico con el paciente, especialmente a través de sus fluidos (sangre, sudor, saliva, etc) y que la virulencia del virus para extender el contagio crece a medida que el portador está más enfermo, siendo la máxima cuando está agonizando o en el día de su muerte. Por ello, con un protocolo de aislamiento y unas medidas de seguridad razonables se puede impedir el contagio y extensión. Pero lo que no pueden parar las mascarillas y los guantes es el miedo. En los ochenta la mera mención del SIDA generaba oleadas de pánico, descontroladas, irracionales, sinsentido. Se repetía una y miles de veces que era difícil contagiarse de la enfermedad si no se realizaban prácticas de riesgo, pero de nada servía. Aún hoy, en las afueras de Durango, cerca de Elorrio, se puede ver desde la autopista las ruinas de un colegio religioso, el María Goretti, que en esa época se cerró porque un niño tenía la enfermedad, y el miedo se extendió por las aulas y casas. Los padres fueron sacando a sus hijos del centro y al final quebró. Y sigue como recuerdo al pánico, que es tan difícil de frenar.

Quizás el caso norteamericano tenga el reverso positivo de convertir, ahora sí, a esa enfermedad en un rentable negocio y estimule a los laboratorios que tratan de buscar una vacuna. Aunque lo neguemos, sabemos que todas las vidas no valen igual, y que la de un occidental es preciosa. Ayer esas empresas tecnológicas experimentaron grandes subidas en bolsa al saberse la noticia, sobre todo la canadiense Tekmira, con un alza del 30,9%. Ojalá la investigación avance, la vacuna se encuentre, y pueda ser utilizada en Dallas, en Houston, en Madrid y, sobre todo, en Monrovia, Freetown o Conakry, que es donde más falta hace, donde más se la necesita.

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