En medio de la noche, los motores
del cohete iluminan en la oscuridad y, con su encendido, comienza la fase de
despegue. Poco a poco el aparato asciende abandonando la rampa de lanzamiento,
mostrando una cola de llamas y humo. Sin embargo, a los seis escasos segundos
de haber levantado del suelo, se ve una pequeña explosión cerca de los motores
que, aumentando en tamaño, muestra llamas irregulares y provoca la detención
del cohete en el aire. En llamas, el
aparato comienza a caer y se estrella contra la rampa, generando una inmensa
bola de fuego que lo ilumina y destruye todo.
La misión del Antares, cohete
diseñado por la empresa privada Orbital Sciences, tenía como destino la
Estación espacial Internacional. Sin tripulación a bordo, gracias a lo cual no
se han producido víctimas, su carga útil constaba de provisiones variadas para
la tripulación y el complejo de la estación y algunos experimentos científicos.
Evidentemente no ha quedado nada de todo eso, y está por ver cuáles serán los
daños de la plataforma de lanzamiento, que es de suponer que haya quedado muy
destrozada por la virulencia de la explosión, enorme dado que apenas se había
consumido una pequeña cantidad de todo el combustible que portaba el cohete.
Actualmente en EEUU son dos las empresas privadas, la ya citada Orbital
Sciences con los cohetes Antares y SpaceX, del genial Elion Munsk, con los
Falcon, las que tienen los contratos de la NASA para el lanzamiento de cargas
de aprovisionamiento y otro tipo de misiones rutinarias, todas ellas sin
tripulación. La NASA posee la flota de cohetes Delta, usados para lanzar
misiones de satélites pesados o de investigación interplanetaria (sondas camino
de Marte, por ejemplo) pero a falta del desarrollo del llamado SLS o de la
aprobación del modelo Falcon Heavy, el país no dispone de ningún lanzado que
pueda poner seres humanos en el espacio. Para subir “arriba” sólo disponemos de
los Soyuz rusos, que cargan un máximo de tres astronautas bien apretados en el
interior de su robusta pero espartana cabina. Por ello es de suponer que este
accidente va a sentar muy mal al negocio espacial norteamericano y va a crear
nuevas dudas sobre sus capacidades, ya muy mermadas a ojos de la opinión pública
tras la retirada del programa de los transbordadores. Realmente viajar al
espacio sigue siendo algo muy peligroso. Puede parecer otra cosa, pero un
cohete cualquiera posee una carga útil, con o sin tripulación, en la punta, en
lo más alto de la estructura, que es la única parte que alcanza el espacio. El
resto es combustible, de distintos tipos posibles, organizado en varias fases,
que es quemado de una manera brutal, a un ritmo de varias toneladas por
segundo, para generar el empuje necesario para escapar de la gravedad
terrestre, para lo que se requiere alcanzar una velocidad de unos 11 kilómetros
por segundo. En el fondo subirse a un cohete equivale más o menos a ponerse
encima de una inmensa bomba que es detonada de manera controlada, por lo que
uno puede imaginarse que los riesgos son enormes. La tensión a la que se ven
sometidos los materiales, la mecánica y, de haberlos, la tripulación, es
enorme, y por ello se requieren grandes inversiones en seguridad y en ingeniería
de todo tipo, hasta poder desarrollar modelos fiables y que puedan soportar
esas condiciones infernales. Sin embargo es obvio que no hay posibilidad de
acertar siempre, puede haber errores y contratiempos y, en ocasiones, como
ayer, accidentes. Los dos puntos más peligrosos de todo viaje espacial son
siempre el despegue y, de existir, el aterrizaje. En ellos todo lo que pueda
salir mal tiene capacidad de generar la catástrofe, y ayer así sucedió. Ahora
habrá que investigar qué es lo que ha fallado y procurar que no vuelva a
repetirse.
Hace un par de semanas leí el
muy recomendable libro de “Guía de un astronauta para vivir en la Tierra”
escrito por Chris Hadfield, comandante canadiense que lo fue de la Estación
Espacial y que se hizo muy famoso por sus vídeos divulgativos y sus temas
musicales a la guitarra, tocados allá en lo alto. En él Hadfield cuenta su vida
y cómo logró llegar al espacio, y relata lo difícil, lo complejo que es
conseguirlo, las miles de personas que dejan todo su tiempo y esfuerzo en
alcanzar ese sueño y trabajan sin descanso para que todo vaya bien y ninguna
desgracia suceda. Miles de horas y trabajo ardieron ayer en la costa de
Virginia por un fallo técnico, uno de los millones que se evitan cada día pero
que, esta vez, no pudo ser detectado a tiempo.
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