Esta semana y la que viene se
graban en Sevilla y Osuna las escenas de la quinta temporada de la serie Juego
de Tronos que recrean el sureño reino de Dorne. Si recuerdan hubo una avalancha
de personas que quisieron sumarse al casting para participar en el rodaje y,
aunque fueran indistinguibles, decir a sus conocidos que formaban parte de esa
escena, ahí, en la esquina de la pantalla. Muchos acudieron y pocos fueron
escogidos. Es de suponer que esto va a ser un revulsivo económico para las
ciudades escogidas y un banderín de enganche en lo que hace a promoción
turística. Bueno, todo muy bueno.
Y yo tengo la sensación de que,
desde hace dos días, Madrid se ha convertido en un gigantesco plató en el que
se graba una de esas películas de corte apocalíptico en el que todo empieza por
una nimiedad y acaba generando el vacío y la desolación. Titulares de periódico
que usan tipos de letra más grandes que mis dedos, cobertura televisiva
completa, medios de todo el mundo desplazados con su ojo puesto aquí, ruedas de
prensa sucesivas en las que, como nos suelen mostrar las películas
desarrolladas en la Casa Blanca, los periodistas saltan como resortes para
realizar preguntas de manera atropellada y a voz en grito, con un aire de
histerismo palpable en la sala que no deja de crecer, comparecencias de altos
cargos ante el Parlamento (no la alto cargo que debiera, que no está capacitada
para ello, ni el presidente, que aún sigue mudo, como es su costumbre) en las
que existe un rifirrafe político muy cainita, de gusto inequívocamente español,
pero en las que pesa un aire de seriedad al que no estamos acostumbrados,
cadenas de whatsapps y correos electrónicos en las que circulan chistes de
gusto dudoso haciendo mofa de los protocolos de protección, de la incapacidad
de la ministra o de las posibles consecuencias de una epidemia, debates
tertulianos en los que, quienes hasta ayer se pegaban sobre cuestiones
económicas de las que no tenían ni idea ahora se acusan mutuamente respecto a
conceptos epidemiológicos, término enorme en lo que hace al uso de letras, que
dudo mucho que esos tertulianos sean capaces de pronunciar de manera correcta y
seguida (entenderlo seguro que no), conversaciones de cafetería, bar,
restaurante y terraza, que hasta hoy el tiempo permitirá sacarlas,
monopolizadas por el contagio, las posibilidades de que uno pueda aislarse de
la enfermedad, los chistes fáciles sobre el no intercambio de fluidos para
evitar riesgos (o sí, intercambio desenfrenado de eróticos fluidos si todo se
va a acabar) los detalles del “protocolo de aislamiento” y demás aspectos del
tema en medio de cafés, porras y pinchos variados, todos ellos llenos de
microbios a los que somos inmunes y nada tememos. Madrid, toda la ciudad y los
municipios del sur, viven en un extraño
estado de angustia causado por el contagio de una persona por el virus del ébola
y la posibilidad de que haya algún paciente más, todo envuelto en rumores,
nerviosismo y declaraciones para todos los gustos, en las que debiera primar el
sentido común, el rigor y el conocimiento, pero que no abundan precisamente
frente al rumor, la sospecha, el “me han dicho que” y cuestiones similares que intranquilizan
a todo el mundo. Se extiende el temor a una velocidad mucho mayor que la de cualquier
contagio vírico y, ante él, tampoco existe vacuna conocida más allá de la
divulgación y transparencia.
Para dar le el toque perfecto a la película, que
siempre incluye cortes de un informativo visto por los angustiados
protagonistas, la
bolsa se derrumba, cayendo un 2% el Ibex y mucho más las empresas turísticas y
relacionadas con los viajes por temor a contagios, los países de la UE
empiezan a hablar de controles sanitarios en las fronteras, un
perro se convierte en símbolo de contagio o esperanza y el guion del temor
avanza imparable en medio de una sociedad asustada ante un problema que,
siempre soy minoría en todo, es serio, pero no creo que tenga la capacidad para
generar la alarma que está suponiendo. Pero bueno, lo que suceda en los próximos
capítulos depende de los guionistas de esta peli que vivimos día a día.
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