miércoles, octubre 22, 2014

La magia monetaria dispara las bolsas


Es curiosísimo comprobar cómo, a medida que la ciencia y tecnología conquistan nuevas cimas y se traducen en dispositivos cada vez más complejos y útiles, los humanos seguimos atados a supercherías propias de la época de los chamanes de las tribus antiguas, que miramos con soberbia superioridad pero que, en el fondo, son igual que nosotros. Si se derrumba la bolsa por temores a una tercera recesión en Europa aparece el rumor de que Mario Draghi va a comprar títulos de deuda pública soberana y corporativa y los mercados se dan la vuelta, subiendo más de un 2% como pasó ayer. Puro chamanismo.

Creo que cada vez es más claro que el complejo panorama económico en el que nos encontramos no tendrá salida efectiva si no planteamos tres líneas de actuación que, siendo las de siempre, son vistas con recelo. En Japón se llaman flechas, en occidente política, pero son lo mismo. La primera de ellas, la relajación monetaria, la inyección masiva de liquidez, es la única que se ha puesto en práctica a lo largo de estos años. Ha servido para cortar la hemorragia de los mercados, y situar los tipos de interés a tasas históricamente bajas en todo el mundo pero, como reverso, ha propiciado la aparición de burbujas, que son discutidas por algunos, en mercados como el de deuda soberana o incluso en los bursátiles, a donde se ha dirigido gran parte de esa abundante liquidez, que busca una rentabilidad que hoy en día muy pocos productos pueden ofrecer. El sobreuso de la política monetaria ha hecho que, ante cualquier problema, se tire de ella como vulgar bálsamo de fierabrás, y a corto plazo funciona, propiciando rebotes como el de ayer, pero sus efectos cada vez son menores y las distorsiones que genera, mayores. La segunda pata es la política fiscal, entendida en muchos lugares como austeridad, sinónimo para casi todos de recortes, pero que no tiene porqué ser así. En el caso de España una inteligente política fiscal implica obviamente reducir gastos, pero se pueden eliminar muchas estructuras superfluas sin afectar a los servicios sociales, y reducir impuestos (como las sangrantes cotizaciones sociales) que seguramente serían recuperados por un crecimiento derivado de las mayores contrataciones. El rediseño por completo de un IRPF que no funciona como es debido también es política fiscal, eso sí, de la compleja, y nadie quiere ponerlo en marcha. Se han realizado retoques estéticos pero no de fondo. Esta segunda flecha tampoco se ha utilizado en exceso en Japón ni en otros países, y tiene mucho margen de actuación. Y la tercera flecha, que es la de las reformas estructurales, sigue esperando en el baúl de los recuerdos a que alguien vaya a recuperarla. Cada una de las medidas es difícil de aplicar de menos a más, y genera efectos en el corto plazo (monetaria) medio (fiscal) y largo (estructural) por lo que para una agenda política clásica esta es la menos útil y atractiva. En España hemos realizado reformas estructurales necesarias, como la del mercado de trabajo, pero incompletas y aisladas, lo que ha generado efectos no deseados. Una flexibilización de la contratación como la vigente sin la figura del contrato único, que habría que implantarla ya, abarata costes y dinamiza la producción, sí, pero segmenta aún más el mercado entre fijos y temporales, y debilita a la larga la demanda agregada. Una reforma de este tipo, realizada de manera incompleta y aislada, puede ser contraproducente a largo plazo. Debe integrarse en un paquete muy amplio y con horizonte temporal alargado, mucho más desde luego que una simple legislatura. Quizás por eso no se aplican.

Japón y, en Europa, Francia, son buenos ejemplos de países necesitados de intensas reformas estructurales que, con matices distintos en cada uno de ellos, deben sacarles del atasco competitivo en el que se encuentran sumidos desde hace años. Imprimir billetes y las compras masivas de deuda del BoJ o el BCE pueden aliviar la fiebre de estos enfermos, pero sin esas reformas no se curarán. Realizar cambios es duro, las personas, como las sociedades, tienen costumbres e inercias, y se resisten, pero de no hacerlos el futuro económico (y demográfico) se presenta oscuro  y, potencialmente, mucho más doloroso. ¿Serán esos países, seremos todos, capaces de hacer frente a estos retos y reformas? Confío en que sí.

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