Dice el gran Leopoldo Abadía, con
toda la razón, que la crisis económica que vivimos es, sobre todo, el fruto de
una grave crisis moral que se ha extendido por todos los ámbitos de la
sociedad. Se tomarían en el pasado medidas legales, judiciales, políticas y
económicas más o menos acertadas, algunas desde luego se han demostrado
erróneas, pero es evidente que todas ellas se crearon y aplicaron en una
sociedad que estaba enferma, y que iba a seguir febril hasta que algo la
sacudiera. El caso que hemos conocido los pasados días del uso
fraudulento de tarjetas de crédito por los miembros de la cúpula de CajaMadrid
es un buen ejemplo de este triste estado de cosas.
No me interesa tanto quiénes
fueron los que incurrieron en esa vergonzosa actitud, que la lista es demasiado
larga, ni
los importes, grandes cifras gastadas en banales suntuosidades como vino, caza,
compras, viajes y demás, ni el hecho de que la cifra de lo sustraído, que
se estima en cerca de quince millones de euros, se sumase a las pérdidas de una
entidad que, quebrada y arruinada, tuvo que ser rescatada con el dinero europeo
y el aval del estado, para evitar en última instancia la quiebra del sistema
financiero español. No, eso no es lo más importante. Lo estudiará la justicia,
espero que todos los implicados sean condenados a grandes penas de prisión,
casi seguro que ninguno de ellos devolverá el dinero y en pocos meses saldrán a
la calle por buen comportamiento. No, lo importante es la impunidad moral. Lo importante
es que estas horribles conductas eran sabidas por todos, y no sólo por ellos.
En los años de la burbuja, cuando el dinero llegaba fácilmente a todos los
bolsillos, quien no quiso corromperse tuvo que resistir las mil y un
tentaciones e insultos por parte de todos los que le rodeaban. La borrachera,
la orgía de descontrol que reinó esos años generó engendros como los de las
tarjetas negras, pero ese es sólo un ejemplo entre tantos. Y la culpa de que
eso sucediera es de todos nosotros. Sí, no gustará esto, lo se, se me acusará
de todo, pero es verdad. La culpa es nuestra, y está bien repartida, y frente a
lo que se dice, soy de los que creen que repartir la culpa no la diluye, sólo
incrementa el número de culpables. Obviamente los presuntos delincuentes que se
sentaban en los sillones de caja Madrid, y que daban discursos morales en
medios de comunicación, cobrando por ellos, son culpables, y espero que lo que
antes he predicho no se cumpla y se hagan muy muy viejos entre rejas. Pero es
que eso es sólo el principio. Todos los elementos que debían haber controlado
aquello fallaron, tanto los sistemas de la Caja como los presuntos instrumentos
externos que debían impedirlo. Las auditorías, nuevamente, se han rebelado como
un instrumento absolutamente inútil, más allá de servir como fuente de
financiación de grandes empresas de prestigio dudoso. Las inspecciones del Banco
de España, teórico supervisor de la entidad, ni vieron este asunto, lo que sería
muy malo, o lo vieron y no hicieron nada, lo que sería peor, pero en todo caso
fracasaron estrepitosamente. Desde los órganos de gobierno de la caja, la
Comunidad de Madrid (porque sí, las cajas eran bancos de titularidad pública, sí)
creo que se puede extender la condena desde el más alto sillón del gobierno, al
que no le auguro Esperanza alguna, a todos los que se encuentran debajo suyo,
sea cual sea su color político. Y sindicatos, y grupos de presión, y cualquier otra
organización que ustedes puedan imaginar que tuviera relación con la Caja.
Durante esos años todas ellas se dedicaron a expoliarla. Y claro, al final
quebró porque ya no había nada más que robar. De este desastre la culpa no es
de la Merkel, ni del FMI, ni de la troika ni los mercados internacionales ni
nada de eso. No, la culpa es nuestra.
Como en la lectura bíblica de Sodoma y Gomorra,
aquí también hay inocentes. Cuatro
de los 86 consejeros y directivos de la entidad no usaron las tarjetas.
Cuatro inocentes en medio de una manada de lobos, que sin duda los trataron
como inútiles y pringados hasta la extenuación. ¿Es ese porcentaje, un ridículo
4,65%, el valor de lo que representa la ética y al moral en nuestra sociedad?
Como primera aproximación, sí. La lluvia que hoy cae con fuerza limpiará las
calles de Madrid, pero no las conciencias ni las culpas de los que arruinaron
su caja. Y recuerden, esto lo sabemos porque está intervenida y el FROB lo ha
contado. En el resto de entidades involucradas en aquellos años pueden esperar,
casi seguro, nuevas Sodomas.
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