viernes, octubre 10, 2014

Tarjetas negras y demasiados culpables


Dice el gran Leopoldo Abadía, con toda la razón, que la crisis económica que vivimos es, sobre todo, el fruto de una grave crisis moral que se ha extendido por todos los ámbitos de la sociedad. Se tomarían en el pasado medidas legales, judiciales, políticas y económicas más o menos acertadas, algunas desde luego se han demostrado erróneas, pero es evidente que todas ellas se crearon y aplicaron en una sociedad que estaba enferma, y que iba a seguir febril hasta que algo la sacudiera. El caso que hemos conocido los pasados días del uso fraudulento de tarjetas de crédito por los miembros de la cúpula de CajaMadrid es un buen ejemplo de este triste estado de cosas.

No me interesa tanto quiénes fueron los que incurrieron en esa vergonzosa actitud, que la lista es demasiado larga, ni los importes, grandes cifras gastadas en banales suntuosidades como vino, caza, compras, viajes y demás, ni el hecho de que la cifra de lo sustraído, que se estima en cerca de quince millones de euros, se sumase a las pérdidas de una entidad que, quebrada y arruinada, tuvo que ser rescatada con el dinero europeo y el aval del estado, para evitar en última instancia la quiebra del sistema financiero español. No, eso no es lo más importante. Lo estudiará la justicia, espero que todos los implicados sean condenados a grandes penas de prisión, casi seguro que ninguno de ellos devolverá el dinero y en pocos meses saldrán a la calle por buen comportamiento. No, lo importante es la impunidad moral. Lo importante es que estas horribles conductas eran sabidas por todos, y no sólo por ellos. En los años de la burbuja, cuando el dinero llegaba fácilmente a todos los bolsillos, quien no quiso corromperse tuvo que resistir las mil y un tentaciones e insultos por parte de todos los que le rodeaban. La borrachera, la orgía de descontrol que reinó esos años generó engendros como los de las tarjetas negras, pero ese es sólo un ejemplo entre tantos. Y la culpa de que eso sucediera es de todos nosotros. Sí, no gustará esto, lo se, se me acusará de todo, pero es verdad. La culpa es nuestra, y está bien repartida, y frente a lo que se dice, soy de los que creen que repartir la culpa no la diluye, sólo incrementa el número de culpables. Obviamente los presuntos delincuentes que se sentaban en los sillones de caja Madrid, y que daban discursos morales en medios de comunicación, cobrando por ellos, son culpables, y espero que lo que antes he predicho no se cumpla y se hagan muy muy viejos entre rejas. Pero es que eso es sólo el principio. Todos los elementos que debían haber controlado aquello fallaron, tanto los sistemas de la Caja como los presuntos instrumentos externos que debían impedirlo. Las auditorías, nuevamente, se han rebelado como un instrumento absolutamente inútil, más allá de servir como fuente de financiación de grandes empresas de prestigio dudoso. Las inspecciones del Banco de España, teórico supervisor de la entidad, ni vieron este asunto, lo que sería muy malo, o lo vieron y no hicieron nada, lo que sería peor, pero en todo caso fracasaron estrepitosamente. Desde los órganos de gobierno de la caja, la Comunidad de Madrid (porque sí, las cajas eran bancos de titularidad pública, sí) creo que se puede extender la condena desde el más alto sillón del gobierno, al que no le auguro Esperanza alguna, a todos los que se encuentran debajo suyo, sea cual sea su color político. Y sindicatos, y grupos de presión, y cualquier otra organización que ustedes puedan imaginar que tuviera relación con la Caja. Durante esos años todas ellas se dedicaron a expoliarla. Y claro, al final quebró porque ya no había nada más que robar. De este desastre la culpa no es de la Merkel, ni del FMI, ni de la troika ni los mercados internacionales ni nada de eso. No, la culpa es nuestra.

Como en la lectura bíblica de Sodoma y Gomorra, aquí también hay inocentes. Cuatro de los 86 consejeros y directivos de la entidad no usaron las tarjetas. Cuatro inocentes en medio de una manada de lobos, que sin duda los trataron como inútiles y pringados hasta la extenuación. ¿Es ese porcentaje, un ridículo 4,65%, el valor de lo que representa la ética y al moral en nuestra sociedad? Como primera aproximación, sí. La lluvia que hoy cae con fuerza limpiará las calles de Madrid, pero no las conciencias ni las culpas de los que arruinaron su caja. Y recuerden, esto lo sabemos porque está intervenida y el FROB lo ha contado. En el resto de entidades involucradas en aquellos años pueden esperar, casi seguro, nuevas Sodomas.

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