Podía hoy hablarles de un montón
de cosas. De los datos de una EPA que nos dejan un primer trimestre estancado
en lo que hace al empleo, y una población activa descendente. De la bolsa, que
en febrero estaba derrumbada y desde entonces ha hecho ricos a los que en ella,
con valor, se metieron. Del desastre de Venezuela, cuya economía y sociedad
agonizan de la mano de un régimen que tiene demasiados admiradores en nuestros
lares. O de las monedas romanas encontradas por casualidad en una obra en
Tomares, Sevilla, cientos de kilos de ellas, todo un tesoro en cualquiera de
sus acepciones.
Pero la guerra llama a la puerta,
y sus bombazos, destrozos y esquirlas rompen toda la escaleta que uno pudiera
hacerse. Con los meses de nueva campaña que tenemos por delante volveremos a
cerrar los ojos a lo que pase fuera, y Siria desaparecerá de los titulares de
los medios, salvo cuando el número de muertos sea tan alto que no los puedan
ocultar. Ayer
un ataque, muy probablemente efectuada por el régimen de Asad, sobre la ciudad
de Alepo, uno de las principales que siguen en manos de los rebeldes, dejó casi
treinta muertos, destruyó un hospital gestionado por Médicos sin Fronteras
y, entre otros, acabó con la vida del último pediatra que quedaba en la ciudad.
Supongo que ese profesional viviría en medio de la más horrenda de sus
pesadillas, viendo como sus pacientes no ya pueden ser curados, sino que eran
asesinados por una guerra que ha destrozado todo en aquel país. Ayer su tortura
acabó, junto con la de otros profesionales sanitarios y pacientes, engullidos
por los escombros de lo que, hasta hace unos instantes, eran los restos de su
hospital, y que hace algunos años quizá fuera un centro de salud normal y
corriente, como el que se encuentra en su barrio, con pacientes, consultas,
viejecitos y niños en sus zonas, colas y listas de espera. La guerra de Siria,
que había experimentado un par de semanas de relativa calma tras la puesta en
marcha de la tregua auspiciada por EEUU y Rusia, se ha revuelto nuevamente y
aumenta de intensidad día a día. Las conversaciones de Ginebra se encuentran
suspendidas sin que se sepa cuándo podrán ser retomadas, y sin saber tampoco si
realmente van a servir para algo. Y en medio del desorden, el ejército de Asad,
acompañado por la aviación rusa, avanza en distintas zonas del país, tanto las
controladas por los islamistas de DAESH como los bastiones rebeldes del norte,
donde Alepo es uno de los principales. Sometida a cerco desde hace meses, bombardeada
de manera inmisericorde día tras día, las imágenes que llegan de esa ciudad,
escasas, de mala calidad, son las de un lugar apocalíptico, en el que el Sol
del desierto ilumina cañones de cascotes, que es en lo que se han convertido las
calles, repletas de restos de lo que en su día fueron edificaciones, que hoy
lucen como esqueletos, como vulgares carcasas rotas, vacías, con forjados reventados
y colgando de vigas y estructuras que, apoyadas unas sobre otras, apenas se
tienen en pie. Las paredes desaparecieron con los primeros bombardeos, y
muestran a veces el interior de lo que eran habitaciones, lugares de vida, en
la que los ciudadanos de esa ciudad reían, comían, bebían, hacían su vida,
preocupados por lo que les rodeaba o ajenos a ello. Y entre esos esqueletos,
frecuentemente, se ven montañas de escombros, fruto del último ataque, sobre
las que varias personas, casi indistinguibles entre las nubes de polvo, se
afanan en rescatar a los que, esta vez, han quedado sepultados por el efecto de
las bombas.
Ayer fue un hospital, hoy quizás
lo sea un edificio de vivienda, mañana puede que un colegio. No lo se. Da igual.
Lugares llenos de vida que se derrumban por nuestra mano y aplastan y matan a
quienes en ellos hacían su vida. Poco a poco los niños en Alepo se mueren, víctimas
de esa guerra y de la malnutrición y enfermedades que con ellas han invadido la
ciudad. Los afortunados podrán escapar de ahí, de la mano de sus familiares,
hacia no se sabe que frontera, valla o campamento. Los que no puedan no serán
ni conscientes de que ya no hay un pediatra que pueda velar por ellos. Murió,
fue asesinado, ayer, en la primera línea de su frente de guerra, frente a su
camilla, en su consulta.
Subo a Elorrio el fin de semana. El Lunes 2 es
festivo en Madrid y me cojo extra el martes 3, por lo que el siguiente artículo
debiera escribirlo el miércoles 4 de mayo, con las Cortes ya disueltas. Descansen
mucho y sean felices.