Llueve. Una palabra que no se usa
demasiado en Madrid, pero que desde hace unas semanas se ha convertido en
término común para todos los residentes de la ciudad. A ráfagas, racheada,
mansa y suave o, como esta noche, de manera constante, violenta y agresiva,
llueve sobre una ciudad y un país que necesita la lluvia por encima de todo y
que después de un invierno que no ha sido, en el que el sol dominaba el cielo y
los termómetros parecían disfrutar riéndose de los calendarios, a los que
miraban desde lo más alto de sus escalas, la primavera ha venido para regar los
campos y darles algo de la ansiada agua que siempre demandan.
Sin contar lo que ha caído hoy,
mucho, ya ayer llevábamos en Madrid más lluvia acumulada en lo que iba de Abril
que en todo enero y febrero, meses que fueron secos, muy secos, y calurosos.
Entraba uno a las webs en las que se veían los registros de agua embalsada y la
curva descendente que aparecía en todos ellos, muy paralela a la de la bolsa en
esas mismas fechas (correlación versus causalidad) era propia de los meses de
verano. Empezaron a cundir algunas alarmas porque si en los meses de invierno
no llueve y nieva, y dado que en verano es normal que en Madrid no caiga gota
alguna, más nos valía que la primavera fuese sobrante de agua. Y mira por donde
así parece que está siendo. Pueden ver
aquí si quieren los registros de la Comunidad de Madrid, o de la región o
cuenca que prefieran, y comprobarán la reversión de la tendencia. Ya desde
mediados 2015 empezó, directamente, a no llover, y la curva de las reservas
cogió una pendiente negativa que no abandonó hasta el final. A principios del
verano alcanza, desde una amplia holgura, al media de precipitación de los
últimos diez años y se mantiene paralela a ella durante casi todo el verano y
otoño, y cerca del final, mientras que la media sube, producto de las lluvias
de finales de año, el registro de 2015 sigue bajando porque no caía nada. Final
de año e inicio de 2016 ofrecen unos datos, como les señalaba, preocupantes,
con un déficit de reservas que parece el del gobierno. Sólo a partir de mitad
de febrero, en medio de bastante calor y floración muy adelantada, empiezan a
recogerse precipitaciones significativas, que hacen que la curva del año
comience a subir, buscando esa media de diez años que, a pesar del empujón de
estas últimas semanas, no acaba de alcanzar. Calculen por lo tanto el déficit
con el que comenzamos el ejercicio y la absoluta anormalidad generada por un
2015 que nos trajo un verano extremo, tanto por la intensidad del calor como
por su duración. Había algunos que, en mitad de enero, a más de veinte grados,
decían que aún no se había acabado el verano del año pasado, que fue tan
intenso y se agarró tanto a las calles y casas que no había forma de sacarlo. Estas
lluvias, que desde marzo tratan de levantar el registro hasta la media, van a
conseguir que, por fin, el verano de 2015 se acabe. Es cierto que casi a las
puertas de que, en unas semanas, llegado Mayo, el verano de 2016 empiece a
asomar la cabecita, pero el refresco es considerable. Y se agradece.
Madrid, como todas las grandes ciudades, no es
agradable con lluvia. El tráfico se vuelve aún más conflictivo, la lucha de los
paraguas en las aceras es demoníaca, charcos, baldosas trampa agujeros esperan,
llenos de agua, para ser pisados sin previo aviso, y la oscuridad reinante apaga
el ánimo de muchos que, por estos lares, saben que el Sol es un vecino más de
la urbe. Pero estas lluvias, que serán la ducha y la bebida del verano, lavan
nuestra ciudad, limpian el aire, ayudan a respirar y garantizan una floración exuberante
en los campos. Son todo un regalo del cielo, y pese a los problemas puntuales que
puedan causar, así debemos verlas. Cuidado con el coche y los resbalones, y
disfruten de la lluvia.
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