martes, abril 12, 2016

Mario (es)Conde, Luis Ángel Rojo y las instituciones

Mario Conde detenido por fraude…. Cuando lo vi ayer en los medios tuve que pellizcarme para comprobar que no vivía en el pasado. El hecho de leerlo al instante en internet a través de una gran pantalla plana de ordenador me recordaba, cada segundo, que no estaba en 1993 sino en 2016, pero el personaje, el caso y sus andanzas me retrotraían a unos años olvidados por muchos, pero que fueron muy interesantes, y a un personaje que lo fue todo, todo, todo, en lo social, y que quiso serlo en lo económico y político. Estafador profesional y peligro público para los poderosos, en su carrera se labró muchos enemigos y estos, ante sus fraudes, corrieron raudos a derribarle.

No quiero dedicar el artículo de hoy a las andanzas pasadas de Conde, sino a una lección que pudimos extraer en su momento de todo aquel episodio de Banesto y que nos hubiera sido muy útil para afrontar la burbuja inmobiliaria y el desastre que vino después, especialmente en lo que hace a su parte financiera. En el otoño de 1993, con un Banesto ya quebrado, pero ocultamente, Conde era el símbolo absoluto del éxito, y encarnaba un enorme poder duro, desde su despacho de la calle Alcalá con Gran Vía, y gestionaba el mayor poder blando que uno podía imaginar. Admirado por medio país, envidiado por el otro, era el estandarte del éxito, todos los padres querían un hijo como Conde, era el marido soñado, el triunfador total. Pero además de conspiradores en la sombra, había un hombre, gris, austero y serio, que no comulgaba con esa aura que Conde extendía allá donde pasaba. Se llamaba Luis Ángel Rojo, era Gobernador del Banco de España y desde hacía tiempo tenía muchas sospechas que la fachada dorada que exhibía Conde era, como en el caso de muchas casas ruinosas, la antesala del vacío. Sus inspectores le pasaban informes en los que se veía, desde todas las ópticas posibles, como la situación contable y patrimonial de Banesto era un desastre que no dejaba de agrandarse. Era imposible sostener mucho más aquella situación, ya que la dimensión del banco podría convertirlo en un riesgo sistémico para el todas las finanzas españolas (en aquel momento no se utilizaba esa jerga, ni el “demasiado grande para caer” pero la idea era la misma). Y Rojo, valiente, certero y profesional como él sólo, decidió intervenir. Movilizó a todo el mundo en el inmenso caserón de Alcalá Cibeles y planeó una intervención al que entonces era uno de los mayores bancos de España, tercero o cuarto, por ahí, no recuerdo exactamente. Y ejecutó su actuación un 28 de diciembre, que no tuvo nada de inocente. Aquello sacó a la luz las prácticas irregulares que Conde y su equipo habían perpetrado en la entidad, vaciándola, dejándola tan hueca como, curiosamente, se encuentra hoy mismo el antiguo edificio sede por la obra de construcción de un hotel de lujo en su interior. Hubo un susto tremendo entre accionistas, inversores y gente de la calle, depositantes y ahorradores, pero la pericia de Rojo, unida a su imagen y poder, logró que el conjunto de bancos y cajas españolas actuasen en coordinación con el Banco de España y que no se desatase ni un pánico bancario ni un corralito ni nada por el estilo. Lo que pudo ser un desastre no se consumó, y la gangrena de Banesto no se extendió más allá de su entorno. Finalmente, con la figura de Alfredo Sáenz, el Santander se haría con la entidad tras su saneamiento.

¿Cuál es la lección que nos dejó Rojo? Que siempre habrá pillos que quieran hacer trampas, es inevitable, pero si frente a ellos se sitúan instituciones serias, competentes y profesionales, el daño que esos pillos puedan realizar se limitará. Sin embargo, si esas instituciones no actúan como deben y fracasan, los pillos tendrán rienda suelta y el desastre no conocerá límites (la lección de Acemoglu y Robinson). La crisis de 2008 nos mostró, junto a un montón de pillos, a un Banco de España que, entre otras muchas instituciones, no realizó su labor de supervisión e inspección, por miedo o por sumisión política o por falta de profesionalidad o por lo que fuera. Luis Ángel Rojo y su espíritu ya no estaban ahí. Su ausencia nos costó carísima.

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