Está
Obama de visita en Europa, un viaje que no va a incluir a España, lo que
puede hacer que en los ocho años de su presidencia, que ya agoniza, nunca haya
pisado nuestro país. Esto ya lo dice todo sobre nuestro nulo papel en el mundo,
y la nada que nos importa. La primera parada del viaje presidencial ha sido
Reino Unido, donde Obama se ha pronunciado claramente contra el “Brexit”. La
salida de los británicos de la UE sería mala para ellos, para el resto de la
Unión y para todo el mundo, y pese a las polémicas suscitadas por sus palabras,
tonterías racistas de Boris Johnson incluidas, ha hecho bien Obama en decir lo
dicho.
Desde ayer está en Alemania, que
sabe que es el país líder de la UE. Varios son los intereses de Obama en una
Europa a la que no ha hecho demasiado caso en su presidencia, volcado más en
cuestiones internas y, en lo exterior, con los ojos puestos en los conflictos
de oriente medio y en las economías asiáticas. Ucrania y Siria son los
objetivos políticos del encuentro en Alemania, Ucrania por las fronteras
compartidas de la UE y el conflicto latente con Rusia que se da en ese país, y
Siria, como fuente de refugiados y origen de mucha de la inestabilidad que
golpea a la zona, y que también, en forma de atentados suicidas sanguinarios,
extiende su hedor de muerte por Europa de la mano del islamismo de DAESH. Más
allá de buenas palabras es poco probable que de las reuniones de Obama surjan
compromisos claros y vinculantes en ambos asuntos. El otro gran tema de esta
visita a Alemania es el tratado de libre comercio que la UE y EEUU llevan años
negociando. Conocido por sus siglas en inglés, TTIP, se ha convertido en una
gran esperanza para reforzar los vínculos económicos entre ambas orillas,
fomentar el crecimiento y la creación de empleo. Y también es enarbolado por
críticos como una herramienta de desregulación peligrosa que puede afectar a la
seguridad jurídica y de los consumidores, especialmente de los europeos. Los
tratados bilaterales de comercio han surgido en los últimos años tras el
fracaso, en la práctica, de la Organización Mundial de Comercio, que es incapaz
de lograr acuerdos globales para rebajar aranceles, eliminar trabas
proteccionistas y fomentar los intercambios entre países. Así, al margen de una
OMC que está moribunda, han surgido varios acuerdos entre distintas áreas
comerciales y países que sólo rigen en su ámbito geográfico y en los productos
y servicios acordados. En este sentido, el comercio mundial se fragmenta y
complica, al depender en cada lugar de tratados distintos, y esto no es bueno. El
TTIP puede ser una excelente herramienta para impulsar dos economías, la de
EEUU y la UE, que ya están sumamente relacionadas, y se necesitan, pero debe
superar obstáculos técnicos e ideológicos muy profundos. Teóricamente la UE
protege mejor los derechos del consumidor frente a las tácticas de las empresas
y la salubridad de los productos y no quiere oír hablar, por ejemplo, de
alimentos transgénicos ni de otras cosas similares. EEUU quiere eliminar
privilegios a determinados productos europeos que, como el caso de las
denominaciones de origen agrarias, suponen una protección extra y, en muchos
casos, ayudas gubernamentales. Y en ambos casos hay recelos sobre el papel que
las grandes empresas pueden jugar, tanto a la hora de desarrollar las normas de
comercio como al acatarlas. Alegan los críticos que los textos que se están
negociando les dan demasiado poder, quizás reflejando el que ya poseen en
nuestra vida diaria.
No soy partidario de la desregulación absoluta,
eso no tiene sentido, pero si de la apertura comercial, sujeta a normas que no
deben ser infinitas pero sí precisas. Menos regulación, mejor regulación, podría
ser mi lema en estos casos. Las posibilidades que otorga el TTIP a ambas
orillas son enormes, y recordemos que España, que en estos últimos años ha sido
una de las grandes potencias exportadoras en medio de la crisis global, puede
ser, de rebote, una de las beneficiarias en caso de crecimiento de los
intercambios entre ambos polos. En todo caso es un tema complejo, muy técnico,
por lo que aconsejo que huyan de los que, con argumentos de dos líneas, lo
definen, alaban y descalifican. Frente a los temas políticos antes comentados, en
este caso Obama sí puede que logre un compromiso.
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