martes, abril 26, 2016

Treinta años del desastre de Chernóbil

Hoy se cumplen treinta años del accidente nuclear en la central de Chernóbil. En aquellos tiempos lo sucedido pasó en un país llamado URSS, que hoy muchos ni sabrán lo que era, y supuso el mayor desastre de la industria nuclear en toda su historia, provocado además por errores humanos, destruyó las vidas de miles de personas, desplazó a cientos de miles, convirtió enormes extensiones de terreno en zonas yermas en las que la vegetación crece salvaje pero los humanos no podemos vivir, y fue el fin de un sueño de energía barata y segura, que de paso, se llevó a la ya mencionada URSS por delante.

Chernóbil fue el último acto en la tragedia que la población soviética tuvo que aguantar sometida a la crueldad de su régimen. Cuando el reactor colapsa y la radiación se expande no hay información alguna por parte de las autoridades regionales y de Moscú, que saben perfectamente lo que ha sucedido, ni a los habitantes de la zona ni a los trabajadores de la central. Ordenan evacuar aldeas cercanas, entre ellas la icónica Pripiat, la orgullosa y joven ciudad donde residían muchos de los empleados de la central, con un nivel de vida y comodidades que serían el sueño de sus compatriotas. Silenciando el incidente más allá de sus fronteras, el kremlin decidió acabar con la radiación de Chernóbil de la misma manera con la que se enfrentó y ganó a las tropas nazis cuarenta años antes, por acumulación de gente. Miles y miles de hombres, denominados cruelmente liquidadores, fueron llevados a la central y, sin ningún tipo de protección ni medios, trabajaron de manera despiadada para apagar un incendio cuyas brasas seguirán ardientes miles de años. Se turnaban cada pocos minutos y echaban arena sobre los rescoldos del infierno. Tras ello descansaban un poco y volvían a una cola en la que no dejaba de sumarse gente, forzada por los militares. Creían muchos que aquello era un incendio más, grave sin duda, dadas las dimensiones y la presencia de militares, que indican cuándo las cosas son graves de verdad, pero nada sabían de lo que son las radiaciones nucleares, ni de sus efectos. La radiación es invisible. No se ve, ni se huele ni se siente. Nada en tu cuerpo te avisa de ella, pero todo él es invadido y penetrado. Muchos de esos liquidadores fueron liquidados por unas tasas de radiación que nunca se han vuelto a dar en la Tierra, y que exceden cualquier tipo de medida, estándar o graduación. A los pocos días algunos, los más expuestos, empezaron a mostrar síntomas de enfermedad, con vómitos y dolores intensos. Poco tardarían en morir, y con ellos otros muchos, nunca sabremos exactamente cuántos, que en un goteo silencioso, cruel y ocultado por unas autoridades desbordadas, se iban consumiendo en unos cuerpos destruidos por radiaciones, sin que ni ellos ni sus familiares supieran realmente qué es lo que les había sucedido. Cuando en los países nórdicos y en Europa central se empezaron a detectar altas tasas de radiación y, ante la presión internacional, la URSS tuvo que admitir que algo muy grave había sucedido en un remoto lugar llamado Chernóbil, que nadie conocía, ya habían muerto bastantes personas. Vendrían luego muchas muchas más. Y las secuelas de esa radiación se quedarían en los descendientes vivos y en generaciones posteriores que siempre estarán marcadas por ese desastre. Chernóbil es una catástrofe nuclear y, sobre todo, humana.

Hay un libro titulado “Voces de Chernóbil” de la premio Nobel del año pasado Svetlana Aleksievich, que leí pocas semanas antes de que le fuera concedido el galardón, y que se lo recomiendo. Es un largo reportaje periodístico lleno de testimonios de aquellos que vivieron la catástrofe en primera persona, y de los que vieron como los suyos murieron por las radiaciones, la incompetencia y la dictadura soviética, que los mandó a un matadero del que no podrían volver. Decenas, cientos, son las voces que en este libro cuentan su experiencia, y son a ellos a quienes debemos recordar un día como hoy, en el que esa central, ese remoto lugar, volverá a ocupar un sitio, fugaz, en las portadas de los medios.

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