Como última escena de un
picaresco sainete cervantino, homenaje no pretendido pero muy sentido al autor,
Compromís presentó ayer un miniacuerdo de treinta puntos redactado a todo
correr con la idea de que sirviera de punto de encuentro para las (mal) llamadas
fuerzas progresistas. El PSOE, sorprendentemente, lo debatió y contrapropuso,
como si no fuera consciente de la imposibilidad de sus intentos. A eso de las
12 el ruido mediático era enorme. Para las 14 el último entremés de esta corta
legislatura había concluido, y no
restaba más que dar fe de ese final de escena, esta vez en Zarzuela, ante
un Rey, imagino, triste y asombrado.
Han fracasado, hemos fracasado. Y
punto. Así de fácil y cruel. Tras unas elecciones de las que apenas han
transcurrido cuatro meses la situación política es de bloqueo total. Es imposible
crear una gran coalición, a dos o tres, mi escenario favorito, porque los líderes
de los principales partidos se odian entre sí y ninguno de ellos quiere dejar
su opción a mantenerse o alcanzar el poder. No ha sido posible un acuerdo (mal)
llamado progresista porque el cainismo en las (mal) llamadas fuerzas de
izquierda es lo que más prima, y la necesidad de que unas superen a otras puede
antes de la posibilidad de cooperar. La única fuerza política que ha mantenido el
mismo discurso en estos meses transcurridos es Ciudadanos, pero también es
verdad que estaba en una posición en la que ni da ni quita gobierno, con sus
cuarenta escaños. Muchos como representación, nulos como fuerza de bloqueo. En
esa tierra de nadie ha intentado llegar a acuerdos y alguno ha conseguido, de resultado
bastante corto. Podemos entrar ahora en el juego de quién ha tenido la culpa de
lo que ha sucedido, de este absoluto desencuentro, de este desastre al que nos
vemos abocados, porque repetir elecciones es un desastre. Es acudir a otra
convocatoria de examen porque has suspendido la anterior. Depende en qué punto
del espectro político se sitúen ustedes y los medios ya tendrán claro el nombre
del líder y partido causante de este desaguisado, y un argumentario sólido que justifique
esa elección, ese dedo señalador. No voy a entrar en ese juego, porque me
parece absurdo. Los líderes de las tres formaciones con opciones de formar gobierno,
y sus organizaciones, y sus terminales mediáticas, han fracasado. Es así de fácil.
Y por extensión, la sociedad española, que está representada en ellos, en la
proporción en la que esa sociedad quiso, y votó, el 20 de diciembre, hace
cuatro meses. Ese acto de representatividad, de legitimidad, será arrojado a la
basura el 2 de mayo, ninguneado, considerado como nulo por aquellos que,
mandatados para ello, no supieron ni quisieron llegar a acuerdos. Es muy
triste. Patético. Pero lo peor es que refleja una parte de nuestro carácter, de
esa tradición hispánica del enfrentamiento mutuo, de la ausencia de valores
compartidos, de aprovechar la oportunidad para pegarle en la cabeza al vecino
en dónde y cómo más le duela. En el duelo a garrotazos pintado por Goya nos
vemos reflejados como país, siendo esa una de nuestras principales taras,
miserias, vergüenzas. Unida al hecho de no asumir la responsabilidad, de no ser
valientes para proclamar el error propio, la incapacidad de uno. La culpa
siempre la tendrán otros. Y eso es lo que vemos desde hace unos días desde
todas las almenas políticas, desde todos los tronos mediáticos, que siguen
jugando con nuestras ilusiones, necesidades y, faltaría más, presupuesto.
Ahora, unos pocos días para la basura y el 2 de
mayo se convocarán elecciones para el 26 de junio. Dos meses más de espera,
ruido y bazofia argumental que, probablemente, desemboquen en un resultado
similar al presente (o no) pero emanado por una sociedad mucho más cansada,
harta, desilusionada hasta el extremo, y donde la abstención, casi con toda probabilidad,
se disparará. Y luego, otra vez a pactar, a negociar, a no acordar. Y de paso
el país, su economía y problemas, desatendidos por quienes dicen desvivirse por
ellos. Recuerden cuando debatan sobre el tema. Esto es un fracaso colectivo, es
un fracaso de todos. De ellos, sí, pero también de todos nosotros. No puedo
evitar verlo así.
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