Es Islandia un extraño pero
sugerente país. Sito en una isla en una posición inverosímil, muy al norte y
lejos de todo, su terreno es el afloramiento de la gran falla que separa las
dos orillas atlánticas, lo que hace que esté lleno de volcanes y aguas
termales. Sus poco más de trescientos mil habitantes viven sometidos, en un
entorno de belleza inigualable, a un clima hostil y a una economía de
subsistencia, basada en la pesca y apenas unos cultivos, escasos dada la
latitud y la meteorología. En Islandia situó Verne el inicio del camino al
centro de la Tierra y allí resonó también el terremoto de la crisis de 2008.
Islandia quebró entonces, eso
seguro que lo recuerdan. Quizás lo que hayan olvidado es que sigue quebrada. Sus
ciudadanos sufren constantes restricciones de salida de capitales del país y
viven en una especie de semicorralito, dado el desastroso estado, aún, de sus
finanzas públicas y privadas. El rescate de las mismas y la decisión de impagar
a los acreedores fue vista por muchos como un gesto de rebeldía por parte de
los indómitos ciudadanos islandeses. En España Islandia era un ejemplo a seguir
por muchísimos, especialmente los que se hacen llamar progresistas. El hecho de
que la quiebra islandesa no afectase a ahorros de ciudadanos españoles nos
permitía, por decirlo de una manera, apoyar gratis esa rebeldía isleña. En ese
reducto del norte se luchaba contra la especulación y el poder del capital, y
otro montón de lugares comunes se podían oír y leer todos los días. La
realidad, mucho más prosaica y compleja, en cuya base está el fracaso del
modelo económico emprendido por Islandia y su sociedad, se obviaba por
completo. Hace un par de años, todavía con una elevada marejada financiera (que
sigue ahí, no lo olviden) Sigmundur David Gunnlaugsson, líder del Partido
Progresista, un PP de centro populista, ganó las elecciones con el mensaje
fundamental de que no iba a permitir que los islandeses se sometieran a las
finanzas internacionales y que les liberaría del yugo del rescate. Sigmun, para
abreviar, arrasó. Su discurso era el del populismo de siempre, el de la
respuesta simple y directa, que es la que busca la gente sometida a presión y
dificultad. Esa respuesta suele ser falsa, pero se vende como rosquillas y
puede llegar a aupar al poder a quien la enarbola. Y a Sigmun le funcionó. Las
elecciones islandesas fueron cubiertas en aquel entonces por varios medios
internacionales, entre ellos los españoles, y la llegada al poder de un partido
antirescate fue saludada, otra vez, como la victoria del pueblo islandés frente
al poder financiero internacional, en una especie de cómic de Astérix en el que
los galos vivían no en una aldea perdida sino en una isla (muy muy perdida) y
el imperio usaba euros y dólares en vez de sestercios. Otra bella historia, muy
falsa, pero que fue comprada por muchos. Nada supimos después del amigo Sigmund
y de sus revolucionarias políticas (realmente hace mucho mucho frío en Islandia
como para ir allí a hacer varios reportajes) hasta que este Domingo se supo
que, gracias a los papeles de Panamá, poseía una sociedad en dicho país que
ocultaba cuatro millones de dólares. No se puede negar que Sigmund luchó contra
el rescate islandés y, desde luego, empezó por salvarse a él mismo. Pese a
ello, sus ciudadanos no captaron la profundidad de ese mensaje y exigieron su
dimisión. Tras una espantada televisiva ayer
hizo pública su espantada política.
Siglos de aislamiento en lo más recóndito del
norte han convertido a Islandia en un excelente laboratorio natural de genética.
Casi toda la población es pariente en un grado o en otro y hay genes que
permanecen encerrados en la isla y sus generaciones desde tiempos inmemoriales.
Así los islandeses pueden gritar, a su pesar, que literalmente, en un pequeño
porcentaje, “todos son Sigmun”. La historia política y económica del país,
bastante triste la verdad, nos vuelve a poner ante el espejo de lo complejo que
es lidiar contra los problemas modernos, los peligros del populismo y, sobre
todo, lo corrompible que es el alma humana cuando la tentación llama a la
puerta. Y si es de un lugar cálido y confortable, tanto para el dinero como
para las personas, más.
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