lunes, abril 18, 2016

Merkel se pliega ante Turquía

Desde esta página, y cuando se me pregunta en persona, la defensa de Ángela Merkel es una de mis opiniones que más rechazo y bronca genera. Creo en su liderazgo y que está haciendo lo que cree mejor para los alemanes y, luego, para los europeos, y finalmente, para ella misma. Pocos dirigentes de sus países pueden decir lo mismo y en el mismo orden. Pero también comete errores, algunos graves, y eso hay que destacarlo. En esta ocasión el fallo es infame, de grueso calibre, y demuestra hasta qué punto eso que llamamos “realpolitik” impera en las relaciones entre naciones, mandatarios y, en general, poderes.

Ha aceptado Merkel que la fiscalía del país inicie un proceso penal contra un cómico, llamado Jan Böhmermann, que en todo caso puede ser acusado de tener un apellido inabarcable, por una parodia que realizó en la televisión del primer ministro turco Erdogan. Se le acusa de injurias contra el dirigente otomano y, en base a una ley existente en Alemania que protege la figura de los mandatarios, sean del país que sean, se le va a abrir juicio. Ha prometido Merkel que derogará esa ley, lo que puede darse antes de que el cómico de apellido irrepetible sea sentado ante el banquillo, disolviendo así jurídicamente el caso, pero el gesto, la acusación y el proceso ya están abiertos, y son lo importante. Ni he visto el episodio humorístico en concreto y teniendo en cuenta que no se alemán nada entendería del mismo, con o sin subtítulos, pero la cuestión es que a ese señor se le quiere abrir juicio por satirizar a un personaje, Erdogan, que desde hace tiempo vine siendo objeto de críticas muy serias por haberse convertido en un autócrata en un país, Turquía, que representaba una esperanza laica en medio del marasmo musulmán de la región. Con los años, la figura de Erdogan y su ansia de poder han penetrado en todas las esferas de la política turca y se ha convertido en todopoderoso. La libertad de prensa en aquel país es cada vez más frágil, y día a día tenemos pruebas de cómo es violada. La involución de la sociedad turca hacia un islamismo que sirve de excusa para cohesionarla es evidente, y el conflicto con los kurdos, recrudecido por las campañas militares de Erdogan, ha subido mucho de intensidad estos últimos años, justo cuando los kurdos son uno de los principales bastiones con los que cuenta occidente para luchar contra DAESH en, por ejemplo, la vecina Siria. Erdogan ha sabido convertirse en imprescindible para la UE, gracias a su papel de policía controlador de la frontera y receptor de refugiados. El acuerdo firmado hace semanas para que todos los nuevos refugiados que llegasen a Grecia fueran deportados de inmediato a Turquía es la expresión más clara de hasta qué punto este personaje y su régimen son cada vez más poderosos en la orilla este del Mediterráneo y, desde allí, en toda Europa. Muchas han sido las voces que han denunciado este tratado, y tienen razón al poner en el foco los derechos de los inmigrantes, refugiados, que son vapuleados en nombre de la seguridad de las fronteras de la Unión. Sin embargo es esa defensa de las fronteras lo que, encuesta tras encuesta, desean los europeos por encima de todo, mostrándose nada acogedores con los refugiados cuando se les pregunta en privado y muy condescendientes con ellos cuando se manifiestan en público. Para resolver esta esquizofrenia la UE ha subcontratado su seguridad y frontera a través de Turquía, y le ha dado a Erdogan poder, mucho poder.

Y Erdogan lo usa, y muestra, como es el caso, que incluso la todopoderosa Merkel, la que nunca cede ante nada, se pliega como una hoja de papel cuando se ejerce una pequeña presión sobre ella. El caos de refugiados en Alemania y el crecimiento de los votantes xenófobos son lo que pesa a un plato de la balanza, y la libertad de prensa y expresión son demasiado livianas para contrarrestarlo, por lo que se ve. Compareció Merkel para anunciar su aprobación a la decisión de la fiscalía deprisa, sin admitir preguntas, lejos de su estilo, a sabiendas de que estaba haciendo algo mal. Una mancha en su expediente y, de rebote, en el de todos los europeos, que nos estamos luciendo en el tema de los refugiados.

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