jueves, abril 21, 2016

Muerto en soledad, “acompañado” en lo virtual

La historia es asombrosa, dice muchísimo sobre la vida que llevamos hoy en día, sobre nuestras necesidades y carencias más profundas. Hace unos días encontraron muerto, sepultado por la basura y todo tipo de enseres que atestaban su casa, a un vecino de 51 años en un pueblo de Vigo. Era el típico caso, dentro de su rareza, de lo que se denomina síndrome de Diógenes, una persona solitaria, sin amigos ni familia conocida, que recogía todo lo que encontraba y se lo llevaba al hogar. Que acumulaba inmundicias a la vez que se dejaba a sí mismo, y que al final, por suciedad y abandono, falleció en una casa que parece cómica viendo cómo la porquería le sale por las ventanas.

Jose Ángel, que así se llamaba el fallecido, no tenía contacto con nadie en el mundo real, pero poseía más de 3.500 amigos en Facebook, 3.500 contactos con los que interactuaba, escribía, seguía, mantenía una relación más o menos normal, y daba frecuentes pruebas de vida. En la soledad de su abarrotada casa, rodeado de desperdicios, casi sin sitio para moverse, Jose Ángel encendía el ordenador y ofrecía un perfil público que resultaba atractivo para mucha gente usuaria de esa red social. Nadie de los que le seguían podía imaginarse la infinita distancia que había de la versión virtual a la real, de lo que Jose Ángel tecleaba a lo que vivía. Su soledad real era total, absoluta, forzada, quizás optada en un principio, y puede que para paliarla, se había volcado en la red para ofrecer un perfil que fuera satisfactorio a los demás. ¿Se sintió rechazado por los suyos y encontró refugio en internet? ¿era la manera que tenía de eludir una realidad insoportable? ¿Se escapó a Facebook para huir de la realidad? No lo sabremos, ya no nos podrá decir nada, ni él ni nadie que le conociera en persona. Al leer la noticia no he podido evitar hacerme estas y otras muchísimas preguntas, tanto por el hecho de que yo también tengo algo de la vida de Jose Ángel como por lo que representa del mundo en el que nos encontramos. También mi vida real es monótona, carente de muchos atractivos y, en su mayor parte, solitaria, supongo que más por culpa mía que por el entorno que me ha tocado. También yo realizo parte de mi vida en un entorno virtual en el que me expongo, y este blog es una buena muestra de ello, y ese mundo del otro lado de la pantalla a veces sirve como protección, como escudo para enfrentarse y que sirve de defensa a una realidad paralela que, en la vida normal, no existe. Aunque no miento en la red sobre mi vida, y lo que allí cuento es reflejo de lo que vivo de verdad, todos sabemos de casos en los que lo que se cuenta en las redes sociales es la idealización de nuestras experiencias, el maquillaje que le damos a algunos episodios, los más lustrosos y lucidos, mientras que escondemos todo lo que no nos gusta y, sobre todo, no gusta a los demás. La soledad de Jose Ángel es mucho más común de lo que parece, abunda cada vez más, y aunque la duda me corroe al respecto, creo que la inmersión excesiva que hacemos en nuestros dispositivos y pantallas contribuye a amplificarla. Es este un viejo y complicado debate, al que no encuentro solución, quizás porque no la tenga. El caso de Jose Ángel ejemplifica, quizás, que la red puede paliar la soledad endémica pero, como si fuera un analgésico, disminuye el dolor que provoca sin curarla. Y al final esa soledad real, que nos rodea a tantos, se cobra su precio. ¿Es esto así? ¿Somos cada vez más autistas pegados a nuestro móvil y nos autoevadimos? ¿Por gusto, necesidad u obligación? ¿El egoísmo “selfie” es la forma que tienen muchos de cubrir el vacío emocional? No lo se, pero estas preguntas no dejan de golpearme, y no logro encontrar respuestas válidas. Quizás, les repito, es que no existen.

Tenía José Ángel, entre sus miles de amigos virtuales, una amiga “especial” que vive en Canarias, con la que se escribía frecuentemente. Fue ella la que alertó al mundo “real” de la ausencia de comunicaciones de su amigo virtual, y la policía acabó visitando la casa de un perdido pueblo de Vigo en la que, entre toneladas de mierda, se encontraba el cadáver de alguien que no vivía una doble vida, sino que carecía de la faceta real de la misma. Siempre nos quedará la duda de por qué lo hizo. Ya ni su voz ni su perfil de Facebook nos podrán decir nada. Sólo silencio, vació. Total soledad.

1 comentario:

peich dijo...

Emociona tu post de hoy.Un reflejo más de que somos más que lo que se ve, a veces mejores y a veces peores.
Y de cómo nuestro alter-ego virtual refleja nuestra contradictoria vida.
O no.