Vivir obnubilados en el presente
y el vuelo raso hace que perdamos por completo la perspectiva de lo que sucede
a nuestro alrededor. Las fracasadas negociaciones políticas en casa nos llenan
los medios de titulares y declaraciones vacías, y restan protagonismo a otras
zonas del mundo (Brasil, Italia, por ejemplo) en las que esta semana están
pasando cosas muy importantes. Y desde luego opacan por completo conflictos
como el de Siria, que sólo vuelven a portadas cuando el número de muertos y la
sangre que impregna sus imágenes es lo suficientemente intensa como para volver
a conmovernos. Pero sólo unos minutos, por supuesto.
Hoy
en Siria hay elecciones parlamentarias. Sí, sí, ha leído usted bien, elecciones.
Con urnas, colegios electorales, censo, candidatos y escrutinio. Si ya resulta
algo absurdo celebrar elecciones bajo un régimen que las usa como coartada para
legitimar su absoluto poder (miren, Iglesias hace lo mismo en Podemos con sus
consultas a las bases) ir a votar en medio de la cruel guerra que vive aquel país
es, cuando menos, el colmo del surrealismo. Gran parte del territorio sigue
fuera del control del gobierno de Damasco, a pesar de los últimos avances militares
de sus tropas y el refuerzo ruso. La tregua, implantada hace algunas semanas,
es muy irregular, parece ser respetada en las cercanías de la capital, pero no
está ni declarada en las zonas de combate en las que la lucha se centra contra
los islamistas de DAESH y Al Queda, y las denuncias por parte de numerosas organizaciones
de violaciones flagrantes del alto el fuego por parte de las tropas de Al Ashad
son constantes. Señalan esas denuncias que amparados en la decisión de seguir
combatiendo al islamismo, Ashad trata de recuperar posiciones en aquellos
lugares donde la oposición controla importantes bastiones, especialmente en las
ciudades de Alepo y Homs. Por ello, denuncian los opositores, la tregua es
utilizada a conveniencia del gobierno de Damasco para reforzar su posición y
consolidarla de cara a unas futuras negociaciones de paz, que ahora mismo suenan
a chiste. El volumen de población desplazada y huida varía mucho según la
fuente que se consulte, pero todas hablan de millones de personas en un país
que, antes de la guerra, tenía una población de, creo recordar, en torno a los
veinte millones, por lo que los porcentajes de la diáspora siria son
espeluznantes. Independientemente de los refugiados que se encuentran en cualquier
otro punto del mundo, bien sea frente a las alambradas europeas, en los campos
de refugiados turcos o libaneses, o contemplando el cínico cartel que cuelga de
la torre del ayuntamiento de Madrid (como no hemos acogido a casi nadie, apenas
ninguno podrá sentirse insultado al verlo) hay zonas enteras del país que se
han despoblado, o que han sido diezmadas por los combates, y sus antiguos
residentes se cuentan en su inmensa mayoría en el balance de los caídos y
desaparecidos. Las imágenes de la reconquista de Palmira mostraban, en lo que a
la ciudad moderna se refería, una imagen desoladora, igual de ruinosa y
desierta que los restos de la urbe romana, pero sin ningún tipo de estilo ni
arte. Bloques de pisos reventados, desconchones, paredes asaeteadas a balazos
de distintos calibres, muertos por las calles. Palmira, como otras ciudades del
país, apenas es un siniestro decorado en el que se mueven tropas armadas, de
una u otra facción rival, y en la que los apenas moradores que restan subsisten
escondidos, tratando de sobrevivir en medio de una pesadilla inimaginable.
En fin, que en este caos absoluto y dramático en
el que vive Siria se celebran hoy, repito, hoy, elecciones parlamentarias. No
se ni quienes se presentan ni cuáles son las estimaciones del resultado, pero
la verdad es que importa poco. Votar hoy mismo en Siria es un ejercicio
absurdo, cínico y cruel. Es el colmo. Las urnas son el parapeto donde un régimen
despótico y asesino se esconde y trata de vencer a múltiples enemigos, tan
crueles y despiadados como él, y donde el ciudadano, el votante, hace tiempo
que dejó de existir como figura política y, en muchos casos, como persona física.
Y de mientras eso sucede allí en España, como niños, seguimos jugando a
nuestros queridos tronos.
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