miércoles, abril 13, 2016

El absurdo de unas elecciones en Siria

Vivir obnubilados en el presente y el vuelo raso hace que perdamos por completo la perspectiva de lo que sucede a nuestro alrededor. Las fracasadas negociaciones políticas en casa nos llenan los medios de titulares y declaraciones vacías, y restan protagonismo a otras zonas del mundo (Brasil, Italia, por ejemplo) en las que esta semana están pasando cosas muy importantes. Y desde luego opacan por completo conflictos como el de Siria, que sólo vuelven a portadas cuando el número de muertos y la sangre que impregna sus imágenes es lo suficientemente intensa como para volver a conmovernos. Pero sólo unos minutos, por supuesto.

Hoy en Siria hay elecciones parlamentarias. Sí, sí, ha leído usted bien, elecciones. Con urnas, colegios electorales, censo, candidatos y escrutinio. Si ya resulta algo absurdo celebrar elecciones bajo un régimen que las usa como coartada para legitimar su absoluto poder (miren, Iglesias hace lo mismo en Podemos con sus consultas a las bases) ir a votar en medio de la cruel guerra que vive aquel país es, cuando menos, el colmo del surrealismo. Gran parte del territorio sigue fuera del control del gobierno de Damasco, a pesar de los últimos avances militares de sus tropas y el refuerzo ruso. La tregua, implantada hace algunas semanas, es muy irregular, parece ser respetada en las cercanías de la capital, pero no está ni declarada en las zonas de combate en las que la lucha se centra contra los islamistas de DAESH y Al Queda, y las denuncias por parte de numerosas organizaciones de violaciones flagrantes del alto el fuego por parte de las tropas de Al Ashad son constantes. Señalan esas denuncias que amparados en la decisión de seguir combatiendo al islamismo, Ashad trata de recuperar posiciones en aquellos lugares donde la oposición controla importantes bastiones, especialmente en las ciudades de Alepo y Homs. Por ello, denuncian los opositores, la tregua es utilizada a conveniencia del gobierno de Damasco para reforzar su posición y consolidarla de cara a unas futuras negociaciones de paz, que ahora mismo suenan a chiste. El volumen de población desplazada y huida varía mucho según la fuente que se consulte, pero todas hablan de millones de personas en un país que, antes de la guerra, tenía una población de, creo recordar, en torno a los veinte millones, por lo que los porcentajes de la diáspora siria son espeluznantes. Independientemente de los refugiados que se encuentran en cualquier otro punto del mundo, bien sea frente a las alambradas europeas, en los campos de refugiados turcos o libaneses, o contemplando el cínico cartel que cuelga de la torre del ayuntamiento de Madrid (como no hemos acogido a casi nadie, apenas ninguno podrá sentirse insultado al verlo) hay zonas enteras del país que se han despoblado, o que han sido diezmadas por los combates, y sus antiguos residentes se cuentan en su inmensa mayoría en el balance de los caídos y desaparecidos. Las imágenes de la reconquista de Palmira mostraban, en lo que a la ciudad moderna se refería, una imagen desoladora, igual de ruinosa y desierta que los restos de la urbe romana, pero sin ningún tipo de estilo ni arte. Bloques de pisos reventados, desconchones, paredes asaeteadas a balazos de distintos calibres, muertos por las calles. Palmira, como otras ciudades del país, apenas es un siniestro decorado en el que se mueven tropas armadas, de una u otra facción rival, y en la que los apenas moradores que restan subsisten escondidos, tratando de sobrevivir en medio de una pesadilla inimaginable.

En fin, que en este caos absoluto y dramático en el que vive Siria se celebran hoy, repito, hoy, elecciones parlamentarias. No se ni quienes se presentan ni cuáles son las estimaciones del resultado, pero la verdad es que importa poco. Votar hoy mismo en Siria es un ejercicio absurdo, cínico y cruel. Es el colmo. Las urnas son el parapeto donde un régimen despótico y asesino se esconde y trata de vencer a múltiples enemigos, tan crueles y despiadados como él, y donde el ciudadano, el votante, hace tiempo que dejó de existir como figura política y, en muchos casos, como persona física. Y de mientras eso sucede allí en España, como niños, seguimos jugando a nuestros queridos tronos.

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