jueves, abril 14, 2016

Pagar impuestos en tiempos corruptos

El jueves pasado hice mi declaración de la renta. Nueve palabras, una frase de lo más corriente, y que encierra en su significado una declaración de principios, unos ideales, un sometimiento y una forma de vida que, aparentemente, no es la que se lleva en la actualidad. Entré en la web de la Agencia Tributaria, di de alta el borrador, asigné la desgravación por la hipoteca de mi pisito (tengan cuidado, el borrador no está muy pulido y no incluye muchas cosas, revísenlo) y tras echar un vistazo a todos, di la orden de validar para que todo se tramitase como es debido.

Por la la hipoteca, contratada en 2004, desgravo y el resultado de la declaración es negativo, por lo que me ingresan unos cuantos euros en mi cuenta corriente, que es de por sí bastante vulgar, y residente en territorio nacional, no sita ni en Panamá ni en ningún otro lugar exótico y dotado de playas sugerentes y laxa legislación fiscal. Como asalariado, mis ingresos están completamente controlados por Hacienda y, dado que mi nómina es bastante vulgar, no tengo opciones reales para plantearme la evasión. Formo parte de la inmensa masa de contribuyentes que, nos guste o no, contribuimos al fisco de manera religiosa todos los meses con nuestras sufridas retenciones. No hay manera de eludirlas. Ese ejercito de contribuyentes es el que sostiene el estado, el del bienestar y el otro, que cada día levanta la persiana del país y paga a funcionarios, jubilados, parados y demás prestaciones que son la forma de vida de muchos españoles, a los que Panamá les suena a “canal” y poco más. Siempre he defendido que pagar impuestos es la manera en la que uno expresa su patriotismo, porque si puede, escoge la patria a la que quiere contribuir. Hay muchas argucias legales para pagar menos, y desde aquí aplaudo a quienes las utilicen, porque entre otras cosas se están aprovechando de la ineficiencia legislativa del gobierno, que crea agujeros y esquinas en complejos textos legales al lado de los cuales los jeroglíficos egipcios parecen simples iconos del whatsapp. Pero el fraude, la evasión, la trampa, el ocultamiento, el engaño, como ustedes quieran llamarlo, no sólo es un delito legal que debe ser perseguido, no sólo es una violación de la norma que, como tal, está penada. Es, sobre todo, una forma muy muy egoísta de actuar por parte de quien lo realiza. Esa persona, que puede tener un discurso hipócrita o no (los hay orgullosos del fraude, e incluso lo justifican) son usuarios de los recursos públicos tanto como usted y yo. Acceden a los hospitales públicos, después de que en la Sanidad privada le digan que “para lo de verdad” vaya a ellos. Acuden a la policía cuando roban en su entorno o hay algún altercado. Transitan por carreteras e infraestructuras construidas por el erario público, cobran pensiones una vez que se jubilen, que servirán quizás de modesto complemento de sus abultados ingresos, pero no se conoce el caso de renuncia alguna a las mismas… y así hasta el infinito. Podría argumentar alguien que, dado que todos pagamos impuestos indirectos ineludibles, en el fondo también el defraudador contribuye, y es parcialmente cierto, pero la verdad es que cuando uno compra una piruleta o rellena el depósito de gasolina está forzado a pagar el IVA (sí, ya se que también hay maneras de eludirlo) y sus actos no están premeditados. Pero sentarse una noche en casa, ponerse a hacer elucubraciones sobre cómo desviar rentas y patrimonios para ocultarlos, y levantarse por la mañana con la misma sonrisa es, como mínimo, un cruel ejercicio de cinismo que a todos nos perjudica.

Los impuestos se llaman así porque son obligatorios, es una de las pocas palabras políticamente incorrectas que sobreviven en este edulcorado y falso mundo en el que vivimos, aunque hay intentos para cambiar el término que son, sobre todo, ridículos. En un tiempo en el que la primavera avanza y, en breve, se supone, las camisetas de todo tipo y lema llenarán parques y paseos, quizás sea una idea estúpida, pero el que exhiba una con el lema impreso que diga “Yo pago mis impuestos” triunfará en medio de la masa. Quizás algunos le hagan la ola, la mayoría se reirá de él y será tachado como el pringado del barrio. Pero gracias a muchos como él, y no a tantos chorizos detenidos, es como se construye una sociedad, un país.

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