Comparecía ayer Rajoy en el
Congreso, a petición propia, para explicar los acuerdos de la cumbre sobre
inmigración celebrada en Bruselas hace unas semanas, de la que surgió la
resolución de deportar a Turquía a los refugiados sirios que traten de llegar a
territorio UE, externalizando en el gobierno de Ankara la presunta solución a
ese drama. Era una comparecencia muy importante por el tema mismo y porque,
dada la postura del gobierno de no someterse al control del Congreso, suponía
la posibilidad, rara, de ver a Rajoy explicándose ante sus señorías.
¿Qué tipo de debate vimos?
Ninguno. ¿Qué caso se prestó al drama de los refugiados? Ninguno. ¿Alguno de
los intervinientes dijo algo relevante sobre el tema? Ninguno. Toda la sesión
fue una continua y escenificada bronca que sólo prestaba su atención y
existencia a la reunión a tres prevista para hoy entre PSOE, Podemos y
Ciudadanos. La intervención de Iglesias, en su ya habitual estilo macarra,
faltón y chulesco marcó el tono de un debate deprimente, en el que cada uno de
los intervinientes tomo su tiempo en la tribuna como si de una oportunidad se
tratase en una nueva y virtual sesión de investidura. Todos contra todos y
alabando las cualidades que cada ponente tendría en caso de llegar al gobierno.
A medida que pasaba el tiempo la sensación de bochorno que crecía entre los
comentaristas políticos era ya indisimulable y el resultado final del
encuentro, nulo por completo, lo dice todo. De entre las crónicas de la sesión
se puede tratar de buscar palabras y párrafos que aludan a los refugiados, pero
cuesta mucho, disueltas en un mar de reproches en el que, nuevamente, los
sirios acaban hundiendo y desapareciendo. Todas las televisiones centraron sus
informativos ayer en las acusaciones que se lanzaron Iglesias y Rivera,
nuevamente pensando, ellos y los informadores, en el encuentro de hoy. El arte
del líder supremo y omnisciente de Podemos para embarrar cualquier diálogo es
brillante. Lanza la piedra, insulta sin piedad, acusa a todo el mundo de todo
lo posible, desde la posición de la verdad absoluta en la que reside desde que
el mundo lo es, y luego señala a los demás como alterados y nerviosos cuando
tratan de responder a unas acusaciones que, lanzadas en otro lugar y por
cualquier otro personaje, serían como mínimo objeto de querella. Marrullero y
sucio, pero efectivo. Iglesias no quería hablar de refugiados, se la soplan,
como al resto de parlamentarios, y derivó el debate de ese tema a su
enfrentamiento con Ciudadanos para que la reunión de hoy llegase ya calentita y
prehorneada. Rivera estuvo listo y acertado en sus respuestas, pero gracias a
ellas obvio por completo el tema del debate, y poco aportó. Su rifirrafe con el
líder salvador de la patria se saldó en una victoria obtenida en medio de mucho
barro, un triunfo inútil. Mientras tanto Rajoy y Sánchez escenificaban sus
vetos y cada uno trataba de arrimar el ascua refugiada a su sardina electoral, pero
sólo al principio, luego ya, sin disimulos, los sirios fueron puestos en el
rincón del olvido y hablaron de lo que realmente les interesa, que es lo malo
que es el otro y lo necesario que es cada uno de ellos para el gobierno de
España y, aunque no lo dijeran, para su propia y respectiva supervivencia política.
Y los sirios, a ser posible que se ahoguen en el
mar o se les mande a Turquía, pero por favor, que no molesten. Este es el
mensaje más nítido del debate de ayer sobre el asunto. Así de cruel me parece.
Y lo más impactante de todo es que esa idea de fondo (de asesino mar) es la que
comparte la mayor parte de la población española y europea. Nos escandalizamos
con las imágenes, colgamos pancartas falsas para lavar nuestras conciencias
pero no queremos hacer esfuerzo alguno para con los necesitados, porque pueden
ser competencia para nuestros propios empleos y servicios sociales. Lo peor del
sucio debate de ayer es que, esta vez sí, conectó con el sentir de la población.
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