martes, abril 05, 2016

Los sastres de Panamá

Darse una vuelta por el listado de personalidades, que así les llaman, que figuran en los papeles de Panamá es reconocer a gran parte de la élite de nuestro mundo. Si eres “alguien” las probabilidades de figurar en esos registros son muy elevadas, casi tanto como el importe de las cuentas corrientes que los respaldan. A escala es lo que pasa en España con las investigaciones por corruptelas, cuando hay un imputado, ahora investigado, en tu entorno, es que empiezas a conocer a quienes realmente controlan y gobiernan el país, quienes deciden qué parte del pastel es suya y, sin miramientos, se la apropian.

Lo único que revelaciones como la de esos papeles no causa es, tristemente, sorpresa. Que un montón de dirigentes políticos de naciones de todo tipo practiquen el fraude fiscal, a la vez que exprimen a los ciudadanos de sus países con impuestos y sanciones, es chocante, vergonzoso, infame, y un montón de adjetivos hirientes que pueden ponerse uno detrás de otro, pero pillan al ciudadano de a pie con el colmillo retorcido y descreído de todo tras años de golpes económicos en la barriga y bolsillo. La sorpresa sería que, por ejemplo, ningún político español figurase en esos registros. Eso sí sería llamativo. Tampoco debiera extrañar que adalides que se han significado tanto por la igualdad social y otras causas de izquierdas, como los Almodóvar o el primer ministro islandés aparezcan en la lista. Son comprometidos, sí, pero de boquilla, no de pasta, como casi todos los que, teniendo posibles, hacen declaraciones para quedar bien. El fraude fiscal no entiende de ideologías o creencias, sólo de cantidad de dinero disponible. Si uno tiene pocos ingresos, poco podrá defraudar, si uno tiene mucho, más podrá hacerlo. En esos caso la ética personal del dueño del dinero será la que determine si se lanza a defraudar o no. Nada más que eso. Y nada menos. Lo que es cierto es que a medida que aumenta la cantidad de dinero de que se dispone, la tentación del fraude y las ganancias derivadas del mismo crecen, más rentable resulta hacerlo por así decirlo, y la ética, de existir en la mente de algunos de estos personajes, se resiente. Y puede llegar a ser franqueada. Más allá de la indignación que esto genera, póngase por un momento en la piel de algunos de los implicados en este asunto, piense que dispone de varios millones de euros (millones, millones, millones de euros) y relevancia y prestigio social ¿Usted defraudaría? ¿Fijaría en España su residencia fiscal, pondría los negocios a su nombre y tributaría en IRPF y sociedades a los tipos marginales máximos? ¿Qué haría cuando abogados y otros profesionales le detallasen los miles y miles de euros que podría ganar dejando apenas un par de firmas sueltas en unos documentos? ¿Resistiría a la tentación? Esa es la gran pregunta. O al menos la que cada uno de nosotros, los que como yo somos asalariados de ingresos medios o bajos, y estamos completamente controlados por Hacienda, debiéramos hacernos. Imaginar una situación como esa y determinar cómo nos comportaríamos, hasta qué punto nuestra ética sería capaz de frenar la ambición que anida en todos (todos) nosotros y probar cómo sonarían en nuestra voz las siempre falsas e iguales disculpas que se usan cuando te pillan en estos fregados, basadas en la ignorancia, la mala fe, el no saber nada y las conspiraciones exteriores. Prueben a ponerse delante de un espejo y reciten, a ver qué tal les sienta el traje de corrupto pillado.

Es lo menor en este asunto, pero nuevamente es la prensa, los periodistas, uno de los sectores profesionales más golpeados por la crisis y que avanza hacia la destrucción de gran parte de su modelo de negocio, quien ha permitido conocer estos datos. No ha sido ningún gobierno ni organismo oficial ni ONG (¿por qué? Pregunta nada inocente) La exclusiva va a reportar ingresos a los medios que la van a gestionar, permitiendo a unos ganar dinero gracias a la pérdida del dinero de otros. No hay santidad en la prensa, como no existe en ningún otro negocio, pero hay que agradecerle, otra vez, su trabajo en pos de que usted y yo sepamos lo que ya intuíamos. Esa es su labor. Y recuerde, sólo un periodista es quien puede hacerlo.

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