Darse una vuelta por el listado
de personalidades, que así les llaman, que figuran en los papeles de Panamá
es reconocer a gran parte de la élite de nuestro mundo. Si eres “alguien” las
probabilidades de figurar en esos registros son muy elevadas, casi tanto como
el importe de las cuentas corrientes que los respaldan. A escala es lo que pasa
en España con las investigaciones por corruptelas, cuando hay un imputado,
ahora investigado, en tu entorno, es que empiezas a conocer a quienes realmente
controlan y gobiernan el país, quienes deciden qué parte del pastel es suya y,
sin miramientos, se la apropian.
Lo único que revelaciones como la
de esos papeles no causa es, tristemente, sorpresa. Que un montón de dirigentes
políticos de naciones de todo tipo practiquen el fraude fiscal, a la vez que
exprimen a los ciudadanos de sus países con impuestos y sanciones, es chocante,
vergonzoso, infame, y un montón de adjetivos hirientes que pueden ponerse uno
detrás de otro, pero pillan al ciudadano de a pie con el colmillo retorcido y
descreído de todo tras años de golpes económicos en la barriga y bolsillo. La
sorpresa sería que, por ejemplo, ningún político español figurase en esos registros.
Eso sí sería llamativo. Tampoco debiera extrañar que adalides que se han
significado tanto por la igualdad social y otras causas de izquierdas, como los
Almodóvar o el primer ministro islandés aparezcan en la lista. Son
comprometidos, sí, pero de boquilla, no de pasta, como casi todos los que,
teniendo posibles, hacen declaraciones para quedar bien. El fraude fiscal no
entiende de ideologías o creencias, sólo de cantidad de dinero disponible. Si
uno tiene pocos ingresos, poco podrá defraudar, si uno tiene mucho, más podrá
hacerlo. En esos caso la ética personal del dueño del dinero será la que
determine si se lanza a defraudar o no. Nada más que eso. Y nada menos. Lo que
es cierto es que a medida que aumenta la cantidad de dinero de que se dispone,
la tentación del fraude y las ganancias derivadas del mismo crecen, más
rentable resulta hacerlo por así decirlo, y la ética, de existir en la mente de
algunos de estos personajes, se resiente. Y puede llegar a ser franqueada. Más
allá de la indignación que esto genera, póngase por un momento en la piel de
algunos de los implicados en este asunto, piense que dispone de varios millones
de euros (millones, millones, millones de euros) y relevancia y prestigio
social ¿Usted defraudaría? ¿Fijaría en España su residencia fiscal, pondría los
negocios a su nombre y tributaría en IRPF y sociedades a los tipos marginales máximos?
¿Qué haría cuando abogados y otros profesionales le detallasen los miles y
miles de euros que podría ganar dejando apenas un par de firmas sueltas en unos
documentos? ¿Resistiría a la tentación? Esa es la gran pregunta. O al menos la
que cada uno de nosotros, los que como yo somos asalariados de ingresos medios
o bajos, y estamos completamente controlados por Hacienda, debiéramos hacernos.
Imaginar una situación como esa y determinar cómo nos comportaríamos, hasta qué
punto nuestra ética sería capaz de frenar la ambición que anida en todos (todos)
nosotros y probar cómo sonarían en nuestra voz las siempre falsas e iguales
disculpas que se usan cuando te pillan en estos fregados, basadas en la
ignorancia, la mala fe, el no saber nada y las conspiraciones exteriores. Prueben
a ponerse delante de un espejo y reciten, a ver qué tal les sienta el traje de
corrupto pillado.
Es lo menor en este asunto, pero nuevamente es
la prensa, los periodistas, uno de los sectores profesionales más golpeados por
la crisis y que avanza hacia la destrucción de gran parte de su modelo de
negocio, quien ha permitido conocer estos datos. No ha sido ningún gobierno ni
organismo oficial ni ONG (¿por qué? Pregunta nada inocente) La exclusiva va a
reportar ingresos a los medios que la van a gestionar, permitiendo a unos ganar
dinero gracias a la pérdida del dinero de otros. No hay santidad en la prensa,
como no existe en ningún otro negocio, pero hay que agradecerle, otra vez, su
trabajo en pos de que usted y yo sepamos lo que ya intuíamos. Esa es su labor.
Y recuerde, sólo un periodista es quien puede hacerlo.
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