Decía aquella canción eso de “se
nos rompió el amor de tanto usarlo” y muchas veces, cuando eso sucede, el amor
roto esconde odios, celos, envidias y males profundos. El mismo corazón
fragmentado es usado, con sus bordes afilados, para herir a quien hasta hace muy
poco era la persona más importante. Vemos comportamientos de este tipo,
odiosos, todos los días en los medios de comunicación, muchas veces con
consecuencias indeseables. Toda historia amorosa puede contener un reverso de terror, pasiones ambas
extremas que, demasiadas veces, se tocan. Huyan ante una situación así, es lo más
aconsejable.
Podemos planteó su campaña
electoral como un ejercicio de amor. Más allá de las acusaciones de cursilería
que les han caído durante las pasadas semanas, esa imagen de corazones rosas
trataba sobre todo de ablandar la imagen de un grupo político basado en la
dureza de su líder y en un mensaje, marxista extremista, que no tiene nada de
cariñoso, y sí mucho de dictatorial y severo. Los corazones buscaban eso que se
dice muchas veces de vestir al lobo con piel de cordero, y en parte casi lo
consiguen, aunque de vez en cuando a Iglesias y los suyos se les iba la mano y
sacaban las esencias de lo que son, unos comunistas de la muy vieja escuela. Pensaba
Iglesias que este disimulo, postureo que dicen los modernos, les iba a permitir
conseguir voto más allá de sus extremos, de las zonas propias, y extenderse al
centro moderado, que afortunadamente es el que quita y pone gobiernos (consejo,
huyan en la vida de los extremos). Trataba de hacerse transversal y las encuestas,
las malditas encuestas, le daban la razón. Llegó el día de las elecciones y el
fiasco se asentó en la sede de Podemos. El resultado electoral es excelente, 71
escaños, pero viniendo de los 69 de la vez pasada y con la aspiración de
asaltar los cielos la sensación de la dirigencia del partido es que es número primo
de escaños les dejaba como un ídem. Y a partir de ahí, se rompió el amor, y
como en toda formación política, llegó la hora de empezar a usar los cuchillos,
para saludar con ellos de la manera más efusiva posible a los que, hasta hace
unas horas, eran tus queridos compañeros de partido, convertidos de repente en
los más peligrosos enemigos de la formación. Esto se da en todos los partidos,
muy habitualmente, y sólo se evita cuando se mantienen en el poder, pero la
diferencia de Podemos respecto al resto no es ya sólo el contraste entre la amorosa
imagen (falsa) vendida y la real que se esconde bajos sus siglas, ni el hecho
de que un “nuevo” partido se amolde tan rápidamente a las costumbres de los viejos.
No, la diferencia fundamental es el desparpajo con el que los dirigentes de
Podemos exhiben su ramalazo autoritario y leninista a la hora de amenazar a los
demás. Esas
declaraciones de Echenique en las que afirma que hay que cortar las malas
hierbas son la expresión más clara de lo profesionales que son estos
señores a la hora de llevar a cabo sus purgas, sus descartes, sus
defenestraciones. En los tiempos, para ellos adorados, del PCUS, bajo el reinado
de Lenin o Stalin, a los que sin duda tanto admiran, el concepto de purga fue
refinado y elevado al más alto grado de la perfección como herramienta de gestión
política. Generaciones enteras de dirigentes, cuadros y estructuras del partido
eran laminadas, y en ese caso eso significaba su exterminio, en virtud de la
escasa fidelidad que, según el líder supremo, mostraban al proyecto y, sobre
todo, a su persona. La más mínima duda era causa de fusilamiento o confinación
en un gulag, sin que se tenga muy claro cuál de las dos alternativas era la
peor. Así el partido y, sobre todo, sus líderes, no contaban con oposición
alguna y las órdenes que emanaban desde la cúpula eran seguidas a rajatabla por
todo el mundo. La dictadura perfecta.
Ahora mismo Iglesias, Errejó, Echenique y el
resto de líderes de Podemos andan enfrentados en una guerra interna, reitero que
muy habitual en toda formación política tras unos malos resultados, pero que
muestra a las claras el concepto de democracia interna (y externa) que anida en
la mente de estos señores. Este
artículo de Nacho Cardero en El Confidencial es impagable al respecto sobre cómo
y con qué saña se atacan unos a otros. Es curioso, la tecnología avanza,
ahora los insultos se viralizan vía redes sociales, pero la sensación de que
algunos viven en los años treinta del siglo pasado, o aún más atrás, resulta
demoledora. En fin, que el amor de Podemos fue flor de un día. De esa rosa
marchita ya sólo quedan espinas afiladas.