miércoles, agosto 31, 2016

Poco Cicerón hay en nuestro parlamento

Terminé ayer de leer “Conspiración” segunda y excelente novela de la trilogía que el escritor británico Robert Harris está dedicando a la figura de Cicerón. En el primer libro, titulado Imperium, se narra el ascenso de esta figura en la turbulenta política romana. Este segundo se centra en dos episodios muy famosos, la desarticulación de la conjura de Catilina, que tiene lugar bajo el consulado de Cicerón, su mayor momento de gloria, y el imparable ascenso de César, que junto a Pompeyo y Craso, revienta las costuras de la república romana y empieza a señalar el camino al imperio y, también, al ocaso de un Cicerón abandonado por muchos.

Más de dos mil años después de su muerte, la figura de Cicerón sigue siendo el paradigma del político astuto, hábil, cruel con la palabra, letal con el argumentario y sibilino a la hora de convencer a los oponentes. En un momento de la novela, Harris hace decir a su personaje que, frente a los millones de Craso, las legiones de Pompeyo y la ambición desmedida de César, él sigue teniendo la misma y única arma que le ha permitido progresar en Roma: la palabra. Sus alegatos como abogado y sus intervenciones como senador son célebres, y se seguirán estudiando dentro de muchos muchos años, porque la verdad y rotundidad con la que se expresaba y, también, la belleza con la que utilizaba el lenguaje, eran fuente de convencimiento y deleite para los suyos y sus oponentes. Perdió debates y juicios, sí, pero nunca los dio por perdidos antes de recibir el veredicto, y en todos ellos dejó perlas para la posteridad. No es necesario comparar la figura del gran romano con la de nuestros parlamentarios, empezando por Rajoy y llegando por orden alfabético al que le antecede, porque el resultado sería simplemente desolador. Sin remontarse a pasados gloriosos, que si los hubo pocos los recuerdan, el discurso de investidura de Rajoy de ayer fue un alegato correcto en el fondo pero perdido en las formas. Leído de manera desganada, sin pasión alguna, poseedor de ideas de fuerza, de pacto y acuerdo, pero deslavazado por un intérprete que, forzado por el pacto que le ha hecho firmar ciudadanos, no creía en lo que decía. Su manera de expresarlo era un mensaje en sí mismo, con una lectura monótona, sosa y desmotivamente. Sólo al principio y al final del texto Rajoy se quiso salir del ejercicio de cante opositor que estaba realizando y le dio un poco de brío a su intervención, incluso sin mirar los papeles, pero no fueron sino dos momentos en medio de más de una hora de sopor. El contenido de la propuesta de acuerdo al resto de partidos, que va a ser desestimada por todos ellos, quedó envuelto en poco más que unas frases vacías, un requisito necesario para poner en marcha una investidura fallida que se va a quedar en nada, y como siendo consciente de ello, como sabiendo que todo es cuestión de trámite y de que, si hay acuerdo, este vendrá no antes de las elecciones vascas y gallegas del 25 de septiembre, Rajoy procedió a rellenar el expediente. Su alocución en el foro del Senado romano hubiera sido recibida con displicencia, al igual que las esperables réplicas de sus oponentes que, ya sabidas y reiteradas, escucharemos hoy como un nuevo trámite vacío de contenido, sólo forma y carcasa vacía.

La frase más famosa de Cicerón, “Quo usque tamdem abutere, Catilina,patientia nostra” (hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia) es el inicio del más demoledor de los discursos que dirigió contra el conspirador de la república, que supuso su victoria absoluta contra él y el inicio del fin de los planes de un Catilina que, visto en perspectiva frente a César, no era sino un mero aprendiz. Esa expresión se puede usar, hoy mismo, referida a cualquiera de los que a lo largo del día se subirán a la tribuna del Congreso no para ensalzarlo, sino para realizar un discurso ya conocido, de trámite, de pérdida de tiempo, de aplazamiento, de dilación del necesario acuerdo. Ni uno de ellos sería digno de pisar la rostra romana, ni mucho menos el Senado.

martes, agosto 30, 2016

La guerra fría entre Rajoy y Sánchez

Frío, distante, seco, breve… el encuentro de ayer en el Congreso entre Rajoy y Sánchez era esperado por muchos, tan esperado como improductivo se preveía. Y así resultó ser. Ambos hombres se saludan, se miran cordialmente al darse la mano, pero es la suya una relación completamente rota, inexistente, similar a la que existe entre dos estatuas de mármol que se mirasen una a la otra. En ese vacío y ausencia nada puede fructificar, y no veo manera alguna para que, siendo tan necesario como es, PP y PSOE puedan unirse no ya para una investidura, sino para afrontar retos como el desafío soberanista, el sistema de pensiones o muchos otros.

Utiliza mucho Albert Rivera la expresión de “guerra fría” entre los dos partidos para referirse a las relaciones que exhiben, y me parece un símil muy apropiado. Muchos quizás no recuerden las enormes expectativas que se creaban en torno a las reuniones, en los setenta y ochenta, entre los mandatarios de EEUU y la antigua URSS, cumbres que se contaban con los dedos, que empezaban con un apretón de manos entre las dos personas más poderosas del mundo, que como Rajoy y Sánchez teatralizaban una presunta buena relación, pero que no dejaban duda alguna sobre el continuo y soterrado enfrentamiento que carcomía la relación entre los dos bloques. En esas cumbres eran muchas veces los gestos y las formas lo que permitía a los analistas poder sacar algo de juego a los encuentros, porque de los comunicados oficiales tras los mismos casi siempre se deducía lo mismo. Mucha palabrería y muy escasos avances. En ocasiones se llegaban a acuerdos para disminuir la capacidad nuclear de ambas potencias, de tal manera que, utilizadas en su integridad, fueran capaces de destruir este mundo en unas decenas de veces menos sobre las miles y miles que lo eran. Y eso se saludaba como un síntoma de distensión evidente. Y, casi siempre, a las pocas semanas de aquellos encuentros, un conflicto en una nación del tercer mundo en el que se enfrentaban fuerzas respaldadas por una y otra potencia se recrudecía, y los supuestos avances vistos claramente por los analistas en los gestos de la cumbre se convertían, otra vez, en nada. Así años y años hasta que una de las potencias se derrumbó, en medio de la sorpresa de muchos, empezando por la de los analistas que no lo habían previsto a través de gesto alguno. Es poco probable que, o bien el PP o el PSOE, se derrumben, y dejen paso al otro contendiente, pero no es menos cierto que de su profundo desacuerdo sale como fruto la parálisis política que empieza a convertirse en un serio problema para nuestro país, una vía para erosionar nuestras instituciones y una forma de recluirnos, aún más si cabe, frente a nuestras responsabilidades y compromisos en el exterior. La reunión de ayer ni siquiera tuvo teatralización, ninguno de los asistentes puso esfuerzo alguno para que surgieran expectativas, posibilidades de acuerdo, opciones o cualquier otro tipo de esperanza. Acudieron prestos, se marcharon rápido y apenas dieron tiempo a que, si les sirvieron café, se lo tomasen. Ni las formas se respetaron. Los analistas, esta vez, estaban de acuerdo, ya que no había gesto alguno que sembrase la duda sobre un posible acuerdo o relajación de posturas. Fue la de ayer una cumbre fracasada.

Y no es la primera y, me temo, no será la última. Descontado el no a la investidura de Rajoy en esta intentona, el reloj del calendario electoral se pone en marcha a partir de la votación de mañana y, en las manos de los dos candidatos que ayer se vieron, sobre el peso de sus mutuos fracasos recae la responsabilidad de no convertir este país en un desastre desgobernado, que es a donde va camino de estar. Ni uno ni otro firmaría jamás el acuerdo que cada uno de ellos selló con Ciudadanos, porque para ambos pactar es perder. Y ni uno ni otro asumirán que son dos derrotados que, sin descanso, luchan para que el país entero sea un campo de batalla arrasado. Ambos debieran irse a su casa, pero en lo único que están de acuerdo es en no asumir sus fracasos. Y así nos va.

viernes, agosto 26, 2016

Próxima Centauri b

Pocas veces un descubrimiento científico llega a portadas de los medios de comunicación. Sólo avances médicos, que se venden como recetas instantáneas de dolorosas enfermedades, o últimamente lo que tiene relación con el LHC del CERN de Ginebra son capaces de escalar del fondo de armario donde, olvidada, vive la ciencia, para ocupar un lugar destacado en las portadas, robando sitio a corruptelas, desgracias y desgobiernos de todo tipo. Esta semana, en la que la información sigue dominada por el desastre del terremoto italiano, se ha producido ese milagro, y la verdad es que la noticia es de las gordas. Muy gordas. Y muy esperada.

Ya les he hablado aquí varias veces del concepto de exoplaneta, aquel que orbita en torno a un sistema solar diferente al nuestro, y cómo en no muchos años han pasado de ser algo teórico a reunirse en un catálogo de varios miles. Muchos de ellos se encuentran en la llamada zona de habitabilidad de su estrella, que viene a ser la órbita en la que las temperaturas esperadas pudieran mantener agua líquida sobre la superficie. Eso no es decir demasiado, dado que en nuestro propio sistema solar tres planetas ocupan esa franja, Venus en el límite más cercano al Sol, Marte en el más lejano, y nosotros en el precioso centro. Encontrar planetas, y encontrarlos en esas zonas “habitables” que difieren mucho en función de cómo sea la estrella, empieza a ser algo nada novedoso, de hecho es raro empezar a ver estrellas en torno a las que no orbite nada. La noticia que desbordó las páginas de ciencia del miércoles por la tarde no es sino el descubrimiento, siempre por métodos indirectos, de otro de esos exoplanetas en la zona de habitabilidad de su estrella, pero lo relevante de este caso es que la estrella es Próxima Centauri, la más cercana a nuestro Sol. Resulta que a 4,3 años luz de nosotros, lo que en términos astronómicos quiere decir NADA, justo en la estrella que se encuentra pegada a la nuestra, también hay un planeta, y que se encuentra en el sitio idóneo para ser atractivo de cara a la vida. ¡En el portal de al lado hay pisos! por decirlo de una forma muy chabacana. Ya les he comentado que la zona de habitabilidad depende mucho del tipo de estrella. Próxima Centauri es una enana roja, una estrella mucho más pequeña, vieja y menos brillante que el Sol, por lo que esa zona se sitúa mucho más cerca del centro de la estrella que en nuestro caso. De hecho, el periodo de la órbita estimada para “b” en torno a su estrella, lo que nosotros denominamos año, es de 11,2 días terrestres. “b” gira muy deprisa y, al estar tan cerca, lo hace acoplado por la fuerza de marea de la gravedad de la estrella, lo que quiere decir que siempre muestra la misma cara hacia su sol. Si esto les parece incomprensible, piensen que cada vez que miran la Luna observan este fenómeno, porque la Luna sólo nos ofrece una cara, siempre la misma, a los terrícolas, porque el efecto de acoplamiento de marea de La Tierra genera ese efecto. En un mundo en el que un lado siempre mira hacia la estrella y otro nunca lo hace sería de esperar algo así como un medio infierno frente a un medio hielo, con un día perpetuo en un lado y una noche tenebrosa en el otro, y así es. Pero en este tipo de mundos, más frecuentes de lo que parece, lo interesante puede situarse en lo que se llama el terminador, que es la franja estrecha, como un anillo, en la que se produce el intercambio entre el día y la noche. Es en ese espacio, a lo largo de toda la curvatura del planeta, en el que las temperaturas y demás condiciones pueden ser “intermedias” y, en su caso, permitir sorpresas de todo tipo. Lo lógico sería pensar que si un mundo así fuera capaz de albergar vida, ésta se situase a lo largo de esa citada franja.

Las posibilidades de “b” son muy interesantes y lo son también porque es el mundo más cercano a nuestro sistema solar, y porque está en el punto en el que más cerca podía estar, según la observación. Es apasionante. Y se puede ir hasta allí, sí, aunque no con personas, se puede alcanzar ese mundo con sondas en un plazo de tiempo razonable, con tecnología algo futurista pero que, potencialmente, está ya en nuestras manos. Todo esto y mucho más, y mejor, se lo cuenta Daniel Marín en este artículo, que es para enmarcar por su precisión, detalle, capacidad divulgativa y pasión a raudales. Si les faltaba un objetivo en sus vidas, ahí tienen uno. Llegar a “b”. Es maravilloso lo que la ciencia puede llegar a ofrecernos.


Subo a Elorrio y me cojo un día festivo. Si no hay novedades, próximo artículo el martes 30, el día en el que comienza la investidura, probablemente fallida, de Rajoy

jueves, agosto 25, 2016

La tragedia de un terremoto conmociona Italia

Poco, muy poco, es lo que podemos decir sobre los terremotos. Apenas la certeza de que, donde se ha producido uno, y en las proximidades, otros vendrán en el futuro, pero de intensidad y características desconocidas. Y ese futuro al que nos referimos se mide en años, en periodos de retorno de mucho tiempo, algo que no sirve para alertar a una población que siempre requerirá horas, muchas o pocas, para poder ser desalojada. La ciencia aún no nos permite hacer pronósticos de esa precisión, ni nada que se le acerque, para poder salvar vidas. En este sentido, estamos inermes ante ellos. Sólo la seguridad de las construcciones nos puede ayudar.

Hace siete años, en 2009, un seísmo fuerte, de más de seis grados, afectó al interior de Italia y dejó enormes daños materiales en la localidad de L’Aquila, junto a cerca de trescientos muertos. Esa zona, de orografía complicada, está marcada por las montañas que son fruto del choque entre la placa adriática, que presiona a Italia en sentido España, y la italiana, que aleja la península de la bota del sur del mediterráneo y la lleva contra Europa, creando los Alpes como marca de impacto. La placa adriática es pequeña, carece de la fuerza suficiente y acaba subsumida debajo de la italiana, y cada paso que da metiéndose debajo de ella es un temblor, a veces imperceptible, otras veces devastador. Esta explicación teórica apenas sirve para dar un contexto a lo que pasó entonces y lo que sucedió ayer, con un temblor muy similar al de 2009 y con unas consecuencias parecidas, tanto de devastación como, horror, en el número de muertos, que ya supera ampliamente los dos centenares. En este caso las localidades afectadas son más pequeñas, dispersas y situadas como un reguero de perlas en las proximidades de las bellas montañas de las que, gracias al turismo, vivían en gran manera. Y ha querido el destino que el temblor se produjera en el peor de los momentos posibles, en pleno agosto vacacional, momento en el que las poblaciones de estas villas crecen atraídas por ese turismo natural, y a las tres de la mañana, cuando todo el mundo que allí se encontraba dormía, o lo intentaba, bajo techo. De haberse producido el desastre de día las consecuencias materiales serían igual de destructivas pero, es muy probable, que el número de víctimas fuera menor, al encontrarse muchas de ellas en la calle o realizando excursiones. No ha habido ese margen. Edificio que se desplomó por la noche y que estaba habitado, lugar en el que probablemente la muerte haya decidido quedarse. Como en todos estos desastres hay historias de suerte, personas que en el momento del temblor estaban justo en una posición que permitió que algunos cascotes no les cayeran directamente y pudieran salir vivos, mientras que otros de nada se enteraron. Hay historias felices, otras desgraciadas y, la mayoría, mezcla de ambos sentimientos. Una mujer de ochenta años pudo ser rescatada casi ilesa de debajo de lo que era su casa, donde parecía imposible que nada hubiera sobrevivido, pero hasta donde los medios comentaron las asistencias, en su camino al hospital para revisarla, aún no le habían dicho que su hija de cuarenta y siete había perecido bajo esos mismos restos que, crueldad del destino, a ella le habían dado la oportunidad de sobrevivir. En pueblos pequeños como estos, donde todo el mundo se conoce, la sensación de desastre y el dolor por los caídos, de los que los vivos tendrán constancia plena de cómo fueron sus vidas y miserias, esa sensación digo, debe ser absoluta, irremediable, inconsolable.


Muestran los drones el casco antiguo de Amatrice, uno de los pueblos más devastados, en el que el campanario de la iglesia, tosco, no muy elegante, pero altivo, se mantiene en pie, sin que él mismo pueda decirnos como, en medio de unas calles que antaño eran paralelas con la iglesia en su centro, y ahora son una retícula deshecha, en la que varios bloques se han fusionado, perdiendo formas, tejados y estructuras, para convertirse en montañas de polvo y, bajo ellas, vidas deshechas. Siguen los servicios de emergencia y sanitarios dejándose la piel para tratar de rescatar a los que aún se encuentren bajo las ruinas, sabiendo que el tiempo corre contra ellos. El trabajo de esos héroes es el único consuelo que queda tras ver la imagen de la destrucción.

miércoles, agosto 24, 2016

Niños que mueren en la guerra de Siria

Consumimos imágenes a la misma velocidad, fantástica, a la que las generamos, devaluándolas cada vez más. Los símbolos, que antaño duraban un tiempo más que prudencial para que se asentasen en nuestra memoria, son ahora tan fugaces como livianos. Cada día, a cada momento, generamos escenas y visiones de lo que ocurre a nuestro alrededor cargadas de fuerza, dramatismo y, muchas veces, fiereza, pero apenas les dedicamos unos instantes, y las olvidamos, y otras miles de imágenes que se suceden sin reno vienen a sepultarse, una tras otra, en nuestra retina. No llegan a la memoria. Ninguna de ellas.

Ese niño sucio, lleno de polvo y escombros, que la semana pasada vimos como nuevo símbolo de la guerra de Siria ya está más que olvidado. Su predecesor, Aylan, aquel niño muerto en la playa, tuvo una duración mediática más intensa y prolongada, pero fue olvidado como lo fue la última ola que lo mató. Cuando en el rescate de una de las últimas construcciones de Alepo atacadas por el ejército de Asad los rebeldes vieron a ese niño se les encendió la bombilla y pensaron en crear un nuevo Aylan. Cogieron al niño, le rescataron y dejaron en el interior de una ambulancia, sólo y en silencio, aturdido y aterrado como supongo que se encontraba en aquellos momentos, y el fotógrafo hizo su trabajo para retratarle. Con esa imagen encima, los rebeldes acudieron a los medios de comunicación para entregarles nueva munición, otra carga de profundidad con la que romper el cerco de Alepo, buscando la conmoción de los espectadores occidentales a la hora de sus cenas. Ha querido la mala suerte para los rebeldes que Omran, que así se llama este niño, se haya presentado en la sala de estar de occidente en medio de un cálido y olímpico agosto, en el que las noticias eran relevadas a segundo puesto frente a los logros patrios encarnados en medallas, independientemente del metal de las preseas y de la nacionalidad de los competidores. Río ha llenado durante dos semanas la actualidad del mundo, y la guerra de Siria, que no cesa, ha desaparecido de los informativos. En dura competición con las piernas de Bolt, la sangre y polvo de Omran llegó a colarse en las escaletas y titulares de los medios, pero su paso ha sido mucho más fugaz y liviano que el de Aylan. “Otro niño muerto” habrán pensado la mayor parte de los espectadores, hartos de imágenes crudas llegadas de una guerra lejana e interminable, y habrán expresado un rictus de pena y un comentario de compasión para quedar bien con los que en ese momento compartían palomitas olímpicas, para acto seguido olvidar el polvo, la sangre y la mierda de la guerra para asistir a la disputa de no se que prueba, la que tocase en aquel momento. Acabadas las olimpiadas, la guerra en Siria sigue, y Omran ya está olvidado, consumido mediáticamente, amortizado. Los milicianos rebeldes que lo utilizaron como símbolo ya no le van a sacar partido alguno, y está por ver que sepamos algo de lo que le vaya a suceder en el futuro, a buen seguro nada bueno. Sabemos ahora que su hermano murió en el bombardeo en el que él quedó herido, pero es poco probable que nadie nos cuente la historia futura de Omran, de si sus heridas se han curado o no, de con quién vive ahora, dado que su familia, sospecho que el gran parte, ha dejado de existir, y otros muchos detalles, algunos trascendentes, otros triviales, de lo que será su vida, que como todas las de Siria pende de un hilo extremadamente fino.

Y Omran ha sido afortunado, sí. Agraciado por la suerte de que le hemos puesto cara, de que nos hemos girado un pequeño instante para hacerle algo de caso, de que muchos medios han puesto sus ojos en él para escribir crónicas, artículos y semblanzas, más afortunadas sin duda que este pequeño texto. Y después, nada. Y con él, tantos y tantos niños y adultos que, desde hace cinco años, mueren en la cruel, bárbara y caótica guerra de Siria. De vez en cuando esa guerra logra meterse en nuestros salones, pero la repulsión que nos provoca hace que cualquier otra cosa la suplante en nuestro interés. Ayer fueron medallas, mañana serán goles u otras cuestiones. Y la guerra, seguirá. Y de Omran, probablemente, ya nunca más sepamos nada.

martes, agosto 23, 2016

Medallas para ellas, aunque a ellos les pese

Se acabaron los Juegos de Río, que han consistido para gran parte del planeta en una panzada de sofá, aperitivos y sesión continua de deportes no habituales, que apenas si se pueden contemplar en este tipo de eventos, y que no volveremos a saber nada de ellos ni de sus ejecutantes hasta dentro de cuatro años. Tras la clausura y paso del testigo a Tokio, deporte vuelve a ser, para casi todos, eso que unos millonarios hacen con un balón y que es aplaudido por las masas enfervorizadas. Y a los que practican otra cosa, que les den y se vuelvan a su casa, pensarán muchos medios de comunicación y “opinadores”.

El balance de los Juegos para España no es malo. Repetimos las diecisiete medallas alcanzadas en Londres, con un mayor número de oros, y con sorpresas, como suele ser habitual en estos casos, de todo signo. Lo más relevante, quizás, haya sido el hecho de que la mayor parte de los oros hayan venido de representantes femeninas, que como viene siendo habitual han ofrecido un nivel competitivo superior al de sus homólogos masculinos. El oro de Belmonte, Beitia, Marín o Chorraut son logros inmensos que los amantes del deporte debieran valorar como tales. Sin embargo, no es esto lo que se ha desprendido de muchos comentarios, y no sólo los provenientes de las inefables redes, donde el ruido hace que la distorsión sea elevada. A cada título ganado por una campeona se sucedían titulares en la llamada “prensa deportiva” y a veces en la seria, donde se pretendía devaluar el mérito de la ganadora, y asignárselo a su entrenador o equipo. Expresiones vulgares en las que el aspecto físico de la campeona era destacado por encima de sus méritos competitivos se juntaban con análisis de detalles personales, como gritos, manías o ritos, que no son sino obviados, o incluso celebrados en el caso de que los realicen los chicos, pero que eran puestos en solfa, cuando no directamente ridiculizados, si los ejercía una chica. Si Rafa Nadal se toca varias veces el calzoncillo antes de sacar nadie lo critica, ni es criticable en lo más mínimo, pero si Carolina Marín grita tras conseguir un tanto ahí estaban los periodistas destacando que esos gritos eran síntoma de inestabilidad, y que menos mal que su entrenador era capaz de controlarla para llevarla a lo más alto. En general este tono se ha mantenido hasta el final, pese a que han sido muchas las quejas y denuncias, tanto de deportistas como de otro tipo de profesionales, ante comentarios que jamás, reitero, jamás, veríamos en el caso de deportistas masculinos. ¿De dónde procede esta forma de actuar, de pensar, de menospreciar a las deportistas? La respuesta sencilla es el machismo, que lo hay, pero la profunda, creo yo, es la envidia. Envidia absoluta por parte de unos periodistas, aunque no sólo, que ven como las mujeres, a las que seguirán considerando el sexo débil, son capaces de lograr metas que ellos jamás alcanzarían, de batir marcas que se les antojan imposibles, de sacrificios sobrehumanos, como Chorraut, que ha sido capaz de compatibilizar la maternidad y el oro mientras que muchos “millonarios del balón” apenas saben hacer otra cosa que estrellar deportivos. Sí, creo que es esa envidia profunda lo que lleva a ser despectivo, a menospreciar, a quitarle importancia a unos éxitos conseguidos por mujeres, que van más allá de lo que los hombres han logrado.

Afortunadamente para esta caterva de sujetos, los juegos han terminado. El fútbol, eso, ha vuelto. Ese mundo completamente masculino, lleno de dioses a los que nadie osa criticar, ya está aquí. Y todas esas chicas que compiten en deportes de segunda ya no volverán a restar protagonismo al deporte de los machos, de los valientes, de los héroes del balón. No serán pocos los que piensen de esta manera, demostrando hasta qué punto la estupidez está extendida y, sobre todo, la envidia de quienes no siendo capaces de nada, ven como aquellas a las que menosprecian les superan. Y como no son ciegos, tratan de cubrir sus vergüenzas con menosprecio. Y con el vacío y la indiferencia es como se debe contestar a esta cutre actitud, que define muy bien a quienes la practican. Enhorabuena a las campeonas.

lunes, agosto 22, 2016

Boom turístico, también en Madrid

Este año será recordado como el del éxito absoluto del turismo. Un éxito desbordante en algunos casos, que amenaza con colapsar infraestructuras y zonas que ya no dan más de sí porque, literalmente, no cabe nadie más. Los precios aún no disparados, junto a los desastres propiciados por el terrorismo que viven los países rivales del Mediterráneo, unido todo ello a la estabilidad que se vive en nuestra costa en agosto hacen que podamos llegar a la sorprendente cifra de setenta millones de visitantes. El turismo supera ya el 10% del PIB y su forma de trabajar, contratar y vivir nos impone el ritmo a todo el país.

Pero no sólo hay turismo de costa, también de interior. Menos, sí, pero lo hay. Madrid es una ciudad que se vacía en agosto, sus moradores escapan del calor tórrido de la meseta rumbo a las playas, y cierto es que hasta hace unos años pocos les relevaban, y el aspecto de la ciudad era algo desangelado, pero de unos años a esta parte, especialmente desde que dejamos de salir en los medios globales a cuenta de la prima de riesgo y del desastre financiero, la avalancha de turistas que acuden a la ciudad no deja de crecer. Pasear por el centro un fin de semana de agosto es hacerlo, con el decorado de siempre, en medio de una sinfonía de lenguajes muy variados, donde siempre hay alguien que habla castellano, desde luego, porque se nos oye a mucha distancia, pero somos los que menos, y con diferencia. Y el boom también ha llegado a la ciudad, con lo que tiene de bueno y malo. Baste un ejemplo. No hace muchos años, cinco quizás, el Círculo de Bellas Artes abrió la terraza de su edificio para poder subir a ella y contemplar los paisajes urbanos de Madrid, una ciudad en la que no abundan los miradores, pese a que hay muchas posibilidades donde poder instalarnos (somos tontos). Las primeras veces que subí la entrada al ascensor costaba un euro, no éramos mucha gente y, una vez arriba, nada había salvo el embaldosado de la terraza, unas buenas barandillas que garantizaban la seguridad, la estatua de Minerva presidiéndolo todo y, como no, Madrid, visto desde una atalaya bonita pero, al no ser demasiado alta, sin la posibilidad de hacerse una idea de la dimensión plena de la ciudad. Eso sí, los cielos lucen como ningún otro y el atardecer es placentero hasta el extremo, con el sol poniéndose cerca del edificio de Telefónica. No éramos muchos los que estábamos allí, y se disfrutaba de una extraña sensación de calma. Recuerdo que alguna vez subí libro en mano, a leer con las vistas, y a estar pasando el rato en aquel alto. Esa ya no es posible. Poco a poco la terraza fue ganando adeptos y el Círculo, que no es tonto, vio en ello una interesante posibilidad de negocio, y al poco abrió una pequeña barra de bar en una esquina, donde se podían pedir refrescos y otros tragos. En un par de años la cosa cambió de golpe, y a la creciente audiencia de terraza se sumó la oferta de ocio. El Círculo transformó la terraza en una especie de playa ibicenca sin arena ni agua. Instaló un montón de tumbonas y camas sobre césped artificial y la barra inicial se transformó en tres barras repartidas por toda la terraza, junto a un cenador semiacristalado donde, previa reserva si no me equivoco, se puede comer y cenar con unas vistas privilegiadas. El año pasado aquello era parecido a una estación de metro cuando el tráfico es bueno. Cientos de personas residían arriba, de lo más chic muchas de ellas, parejas de postín y belleza de todo tipo, sexo y procedencia imaginable, degustando el lujo de un bar de copas de muchísimo nivel, en lo que antaño fue una terraza desierta. No éramos pocos los que subíamos sólo a pasar el rato, hacer fotos y deleitarnos con las vistas, pero la tranquilidad pasó a la historia. Y con el constante hilo musical de fondo, moderno y con aires de Ibiza mañanera, el silencio también.

Este sábado volví a subir, para ver atardecer y, sorpresa, había cola en la calle para coger el ascensor de subida, unos veinte minutos de espera por un ascenso que ya cuesta cuatro euros. Arriba, llenazo absoluto, camareros ajetreados y, por el tamaño, dimensión y número de copas que se trajinaban, una facturación de espanto, en lo que ya es uno de los locales de ambiente más concurridos de toda la ciudad. Las vistas siguen, y merecen la pena, pero la quietud de antaño ya no es sino el recuerdo de una época pasada, sepultada por decenas de lenguas extranjeras de turistas que recalan entre nosotros. Merece la pena subir, por lo mucho que se ve en todos los sentidos. Y como metáfora de la economía del país en el que vivimos.

viernes, agosto 19, 2016

¿Cuál es la estrategia de Rajoy?

Con el paso del tiempo, Rajoy se está convirtiendo en el político más extraño, y mira que los ha habido, de la democracia española. Presuntuoso como es él de representar al español medio, común y corriente, su estrategia de aguante funciona en medio del vendaval, pero sin que nadie sepa a ciencia cierta cuáles son los pasos que pretende seguir o qué es lo que quiere hacer. Su poder en el partido es absoluto, dependiente por completo de las riendas del poder político que maneja, y es consciente de que cuando pierda esas riendas perderá todo tipo de poder. Sin embargo, mientras las tenga, nadie le controlará y, menos aún, entenderá.

Sí, sí, entenderá. Y es que nadie lo logra comprender por completo. Los suyos, aquellos que le han intentado destruir desde dentro, han sido los primeros que se han estrellado contra un extraño muro formado por incomprensión, paciencia y formas propias del siglo XIX, pero que han sido letales frente a sus aspiraciones. Personajes de muy diversos estilos y formas, que han fracasado ante el antiliderazgo absoluto que representa un Rajoy salido de la nada y que nadie atisba por dónde se puede mover. Receloso de sus secretos, evasivo en sus respuestas, incapaz de mojarse, capaz de jurar una cosa para hacer exactamente la contraria, Rajoy logra desesperar a propios y extraños, y hunde carreras de sucesores y aspirantes en medio de la indiferencia más absoluta. Lo único que me queda claro del personaje es que no me atrevo a hacer predicción alguna sobre sus comportamientos futuros, porque todas han fallado. Se le dio por muerto muchas veces en la legislatura pasada, por errores de bulto que le hubieran costado la cabeza a cualquier político en un país decente, pero sabía Rajoy que éste no es ese tipo de país, y su cabeza se salvó. En los días del gobierno en funciones, en los que el juego político nos muestra la mayor de sus vilezas, y hasta qué punto los intereses de sus jugadores se alejan de las necesidades del país que dicen querer y respetar, Rajoy ha logrado que la izquierda, dividida y enfrentada entre los que saben y los chuletas que se creen los amos del mundo, sea incapaz de articular un proyecto digno de tal nombre. Ante la horda de iluminados podemitas, y un PSOE desnortado y herido, Rajoy ha sido erigido como el menos malo de todos los mediocres que se han presentado al ring de la batalla, con un Ciudadanos de fondo que, pena, nunca ha tenido el peso necesario para poder ser decisivo en batalla alguna, muleta de apoyo pero en ningún caso vehículo de transporte. En esta segunda intentona que vivimos ya sabemos cuándo será el debate de investidura al que, esta vez sí, Rajoy se presentará, el martes 30 de agosto, a las puertas del inicio de los colegios escolares el jueves 1 de septiembre, con el aroma del final del verano y con los números aún incompleto. La primera votación que tendrá lugar el 31 de agosto, de necesaria mayoría absoluta, pondrá en marcha el reloj del descuento hacia unas hipotéticas terceras y requetefracasadas elecciones que, de celebrarse, tendrían lugar el domingo 25 de diciembre, Navidad, tras una resaca de nochebuena que puede ser antológica en caso de encontrarnos en campaña. ¿Juega Rajoy con ese escenario de pesadilla, una imposible votación navideña, para forzar una investidura? ¿Pone Rajoy al resto de partidos ante la disyuntiva de que, o salga elegido o todos sean responsables de que tengamos que ir a votar un día imposible? ¿Es otra de sus argucias? Quizás sí, quizás no, creo que no hay manera de saberlo.

En todo caso, si Rajoy logra la investidura, por mayoría simple en segunda o tercera o cuarta votación, quién sabe, se iniciaría una legislatura con unos enormes retos por delante que requieren la unidad de muchos votos en la Cámara para sortearlos, y esa unidad no es que esté lejos, es que se antoja imposible. Salvo para el caso del desafío catalán, en el que PP y PSOE deben, y parecen proclives a llegar a acuerdos, los problemas económicos que nos asfixian serán la excusa para una dura batalla ideológica en la que los 137 diputados del PP pueden ser muy muy pocos. ¿Sería una legislatura breve, efímera y convulsa? Si llega, lo último es seguro, y lo demás, vaya usted a saber. Quizás ni Rajoy lo sepa, o sí.

jueves, agosto 18, 2016

Fracaso

Hay varios términos para definir la situación política tras el día de ayer. Algunos, quizás los más acertados, son gruesos, duros, de esos merecedores de querellas y que no gustan a las madres, ni a la mía que esto lee con retraso ni a otras. No es mi estilo, por lo que no los usaré, pero ténganlos presentes en todo momento. Utilizaré un sustantivo bastante más aséptico, común y corriente, pero que también resulta preciso. Fracaso. Fracaso. Eso es lo que nos pasa, que hemos fracasado. Y si somos tan hispánicos como creemos nos faltará tiempo para buscar culpables. El primero de ellos, el más votado, es el PP. El segundo, el segundo más votado, es el PSOE, y sus dos líderes fracasados encarnan nuestra desgracia.

La historia de España me recuerda muchas veces a los vídeos esos que hay en la red, y que no les enlazo aquí porque tengo youtube capado en el trabajo, en los que un cohete despega con impulso de la plataforma y se eleva en medio de luz y estruendo. Éxito, prueba superada, aplausos. De repente, algo va mal, se ven chispas, ruidos no previstos, movimientos bruscos que no debían suceder, y la trayectoria del cohete empieza a desdibujarse. A veces, desde tierra, si la situación se descontrola, se aborta la misión y se le hace estallar, pero en otras es el propio cohete el que, perdido su rumbo, corre raudo hacia su destrucción, siendo esta mucho más aparatosa que el mencionado y laureado despegue inicial. Humo, llamas, destrucción y ruina. El fracaso. Los episodios de la historia de nuestro país se pueden resumir en eso, en reinicios tras fracasos que parecen esperanzadores pero que, llegado el momento, empiezan a bloquearse porque facciones diversas entienden que ellas, y los presuntos líderes que las encabezan, son las que poseen la verdad suprema. No dan su brazo a torcer, no asumen que parte de la razón les ampara, pero sólo una parte, y que también poseen defectos y problemas enormes que no hacen sino convertirlos en trabas, en obstáculos. Podemos dar a esos bandos los nombres que nos de la gana, cambian a lo largo de la historia, pero son siempre lo mismo. Y llega un momento que del enfrentamiento entre esos bandos surge una chispa que convierte la trifulca política en algo bastante más serio. Todas las guerras civiles que han tenido lugar en nuestro país, hasta la última, la peor de ellas, empezaron igual. Tras el desastre se hace un general propósito de enmienda, surge una generosidad entre los que sobrevivieron al caos, y se reinicia el proceso, comenzando un nuevo despegue que llena de ilusión a la sociedad. Hasta que se vuelve a las andadas. Y así siglo tras siglo, décadas tras décadas. Y en ese vaivén la sociedad no logra despegar, los problemas estructurales del país no encuentran solución, las carencias que sólo una política de largo plazo puede aliviar campan a sus anchas, como sabiendo que nadie las va a combatir, y la desesperanza cunde en una sociedad que ve, otra vez, como aquellos que se postulan para ser sus dirigentes no son sino personajes vacíos, huecos de valores y llenos de ansia personal de poder, sujetos ansiosos por controlar a un país para retribuirse a sí mismos, creyéndose con derecho innato a ello. No hay servicio en ninguno de ellos, ni capacidad de sacrificio, entrega o generosidad, no. Sólo ansias de control, de apropiación de lo común para beneficio propio y de los suyos. Esa parece ser, otra vez, la situación en la que hemos caído. Como Sísifo, parecemos estar condenados a volver a rodar por esta pendiente de miseria y bajeza moral, sin que haya remedio alguno.

A Rajoy y Sánchez, los dos últimos estandartes de nuestro fracaso político, no les importa en lo más mínimo el 100% de deuda sobre le PIB, el desempleo, el que las pensiones no puedan pagarse o cualquiera de los problemas de verdad. No les importan nada. Sólo les importa su cargo, su prestigio, su papel en los libros de historia, y tener contentos a los aduladores propios y de los medios que les jalean que les loan previo cobro de favores prestados. Suárez dimitió cuando vio que no podía seguir siendo presidente, porque le importaba España, no su cargo ni su partido. Sólo espero de esos dos “líderes” su dimisión. No la ofrecerán. Antes destruirán todo con tal de aferrarse a un poder que, ni poseen ni, aún mucho menos, merecen. Fracaso.

miércoles, agosto 17, 2016

El enigma de El Bosco, en El Prado

Cuando nos enfrentamos a la obra de un artista fallecido debemos asumir que no seremos capaces de entender todo lo que el autor quiso mostrarnos en su trabajo. Falta su testimonio, su narración de por qué hizo tal o cual cosa. La música, lenguaje abstracto donde los haya, está llena de enormes vacíos conceptuales, agujeros negros que atrapan pero cuyo significado y funcionamiento son incomprensibles. ¿Qué quiso decir Bach, por ejemplo, con el arte de la fuga? La pintura es un arte más realista pero, aunque parezca más sencillo, supone muchas veces un reto tan obtuso como el de la música. Nunca lo entenderemos todo. Nunca.

La espectacular exposición de El Bosco que estos días se ofrece en el Museo del Prado supone una de las cumbres en lo que a retos interpretativos se refiere. La obra del autor, famosa en el mundo entero, y cuyas piezas principales pertenecen a la colección del museo madrileño, suscita admiración y es famosa entre entendidos de la pintura, profanos y los que apenas han pisado un museo. Trípticos como el jardín de las delicias o el carro de heno han sido utilizados como imagen comercial infinidad de veces y son universalmente reconocidos. Otros cuadros presentes en la exposición, como el excelente tríptico de las tentaciones de San Antonio, depositado en Lisboa, poseen su estética inconfundible, pese a no ser tan afamados. Al leer las notas de mano de la exposición, y con el bagaje que uno tiene de haber leído en otros sitios, reconoce en los cuadros del pintor flamenco las alegorías del cielo, el infierno, los virtuosos y los pecadores, y ese mensaje de redención y castigo que quiere transmitir a los que no se toman la vida con el rigor debido. Pero a la hora de la verdad, uno se planta delante de esos cuadros y lo que más recibe es la más absoluta extrañeza, extrañeza porque nada de lo que hay ahí pintado es real, ninguna de las decenas, cientos de figuras que pueblan algunas de sus obras son normales, ni procedentes de una imaginación convencional. Cada cuadro de El Bosco es una galería de sujetos, formas y criaturas completamente lisérgicas, oníricas, salidas de unas pesadillas o sueños que son, realmente, difíciles de imaginar. ¿Qué son cada una de esas figuras? ¿Qué representan? ¿Por qué ese autor, sólo él, nadie antes ni después, creo ese universo fantasmagórico? A medida que veía los cuadros el número de preguntas no dejaba de crecer en mi cabeza, como cada vez que me pongo delante de una obra suya. La veo, entiendo el concepto que quiere transmitir si me alejo de ella, pero en cuanto me acerco, ya no entiendo nada. Estoy completamente perdido entre la nube de bichos, arácnidos, humanoides, formas ensangrentadas, peces voladores y demás fauna que desborda la imagen. Hay en la exposición unas tablas procedentes de Venecia y, en una de ellas, se representa la ascensión de las almas al cielo, un cielo distante, al fondo, al que se accede a través de un largo y empinado túnel de luz, idéntico a las visiones que relatan aquellos que han sufrido experiencias traumáticas, y se ve como los cuerpos de los muertos, desnudos, son subidos por ángeles hasta la boca de ese túnel. Esos ángeles pintados no tienen nada que ver con la iconografía clásica, son seres alados, sí, pero sombríos, esforzados, aparecen como empleados de un inframundo cuyo trabajo es cavar para rescatar los cuerpos de los muertos. Carecen de aura, de imagen celestial, son oscuros, de alas picudas y cuerpos enjutos. Representan otra forma de realidad, nada celestial, y sí muy sombría. Ese cuadro, pintado hace medio siglo, es más transgresor con la imagen de la religión que tenemos en nuestra mente que todo lo que se haya hecho a posteriori. No hay nada como eso. Nada.

A lo largo de la exposición miraba, de vez en cuando, al numeroso público que se arremolinaba junto a mi en torno a esos cuadros fantasiosos, y me quedaba en todo momento la duda de qué es lo que estaban viendo, de si entendían algo, de si serían capaces de sacarme de mi duda y confusión. Quizás alguno de ellos hubiera sufrido, en algún momento, una pesadilla atroz o algo similar en el que algunas figuras de las que crea El Bosco hubieran tomado forma en su mente, y sería capaz de ponerles sentido, sensación, significado, pasado, contenido… Como me sucedió durante la visión del audiovisual, inmerso en el mundo onírico de un pintor excepcional, me dejaba llevar por su obra pero, en todo momento, era incapaz de saber qué quería decirme con ella, qué misterio encierran sus trazos.

martes, agosto 16, 2016

Seguimos en la tercera división universitaria

Nos gusta que nos den premios, pero no que nos examinen. Nos consideramos merecedores de ellos, pero no aceptamos que alguien nos confronte con otros y decida si, realmente, somos mejores o no. La oposición frontal que hay a las evaluaciones de la ESO y demás pruebas clasificatorias en la educación preuniversitaria es una constante en España, preguntes a quien preguntes, sin ser conscientes de que, si no nos examinan antes, lo harán después, y cuando más tarde sea la prueba, peor las consecuencias de no superarla. Pero nos da igual. Somos los mejores, y nuestros hijos, mucho mejores aún, Y que no lo discuta nadie.

Pero los exámenes existen. Y en el mundo universitario también. La Universidad de Shanghái elabora periódicamente un ranking global de universidades para determinar cuáles son las mejores y las no tan buenas. Siempre quedamos mal, muy mal en este estudio comparativo, que usa criterios como la presencia de premios Nobel entre el profesorado o la publicación de artículos en revistas prestigiosas. Los primeros puestos de la tabla, hasta el 100, son detallados, estando copados por las universidades norteamericanas en sus diez primeros, sólo dejando que Oxford y Cambridge se sitúen en ese top 10 como si fueran primas pequeñas de los grandes hermanos de EEUU. La primera universidad española, la Autónoma de Barcelona, aparece en el grupo sito entre el 150 y el 200. Sí, lo que han leído, sólo hay una universidad española entre las doscientas mejores del mundo, y empezando por la cola, no por la cabeza. Respecto a ediciones anteriores de este ranking, en términos globales, hemos empeorado, y mira que lo teníamos difícil. Nunca, repito, nunca, hemos tenido una universidad en el grupo de las cien primeras, y visto lo visto quizás no lleguemos jamás a ese registro. Se achaca a los recortes el bajo desempeño de las universidades patrias, y cierto es que no ayudan, pero antes de que se ejecutasen tampoco destacábamos en lo más mínimo. Nuestros movimientos en esa clasificación han sido cortos, escasos y sin llegar jamás a despuntar, hubiera presupuesto o no. El que dos facultades, la de Granada y la Pompeu Fabra, hayan subido de posición respecto al anterior baremo en época de estrecheces económicas demuestra que el presupuesto de gasto es condición necesaria, pero ni mucho menos suficiente, para hacer un buen trabajo y caminar hacia la excelencia. ¿Qué es lo que pasa? Es un asunto complicado, pero a mi entender lo fundamental es precisamente eso, que no buscamos la excelencia. Hemos convertido las universidades en depósitos muy locales, una por cada provincia como mínimo, de personas a las que aparcamos durante un tiempo para que no den problemas y obtengan unos títulos devaluados, con la esperanza de que luego se busquen la vida por ahí. Súmenle a eso el que la investigación, la innovación y la ciencia no se valoran en lo más mínimo en nuestra sociedad y es más que probable que el resultado sea el que describe este estudio de origen chino. En general los países que invierten recursos en ciencia e investigación y, sobre todo, creen en la ciencia y la investigación, obtienen buenos resultados. Los que hacemos inversiones cortas, escasas, con unas miras de corto plazo, y que son las primeras en ser eliminadas cuando las cosas van mal, no logramos otra cosa que resultados pobres. No es casualidad que Italia esté en una posición muy similar a la de España, nefasta, en este ranking. Nos parecemos mucho ambos países en lo que sí valoramos, lo que no y en lo que ponemos empeño.

Dice el profesor Luis Garicano que, si esta clasificación fuera de equipos de fútbol, hoy sería un día de drama para el país, y al hacer esta comparación da en el clavo, o en la dolorosa llaga, de ponernos delante del espejo y hacernos ver cuáles son realmente nuestras prioridades como sociedad. En otros países el deporte también es muy importante, como aquí, pero no es lo ÚNICO importante, no SÓLO importa el deporte, también otros factores. Aquí el deporte nos importa por encima de todo, y del resto pasamos olímpicamente, nunca mejor dicho. Verán a lo largo de esta semana muchas excusas para justificar el desastroso resultado del ranking universitario. Y sí, en esto de fabricar excusas sí que somos de los primeros.

viernes, agosto 12, 2016

El grave delito de quemar el monte

Pasa cada verano, cuando las temperaturas se disparan más allá de lo razonable, al aire se convierte en algo irrespirable y el suelo se llena de hojas secas, recuerdo de lo que una vez fue hierba espléndida, y ahora son sólo matojos resecos, briznas amarillentas que tapizan el paisaje y lo cubren de un tono que hace juego con el dorado Sol. Un monte arde, unos árboles crepitan entre unas llamas alimentadas por pastos y sostenidas por un calor que todo lo devora. A veces el viento contribuye a extender el fuego y, en pocas horas, lo que era un paisaje de vidas se convierte, para décadas, en una extensión más del desierto.

A veces esos incendios tienen causas naturales. Cuando uno conoce los veranos fuera de la cornisa cantábrica descubre con sorpresa como no arde todo, porque hay días de verano en los que parece que hasta las paredes de las casas desaparecerán en una combustión espontánea, del calor que liberan. Rayos de tormentas secas, imprudencias más o menos estúpidas, todas lo son, causadas por agricultores o veraneantes o gente que pasaba por allí. Pero junto a estos fuegos casuales, que son los menos, están los provocados, los causales, que tienen su origen en un acto humano deliberado, en una intención firme y decidida de quemar un monte, de arrasar un espacio. ¿Por qué? Se suelen aducir muchas veces las razones económicas, la recalificación sencilla de terrenos quemados para construir, el aprovechamiento a bajo precio de una madera que costaría mucho más talar que recoger ya quebradiza, y cosas por el estilo. También está el formato venganza, en el que algunos queman propiedades de otros para saldar viejas cuentas pendientes que no pudieron arreglarse ni en público ni en privado. Destruir al vecino es, a veces, el mayor de los placeres y, sin duda, uno de los más absurdos. Y luego están también los pirómanos profesionales, gente que disfruta con el fuego, que le emociona, incluso estimula sexualmente, que prenden el monte y luego corren a alistarse en los retenes para apagarlo porque junto a las llamas sienten unas emociones absolutas, poderosas. De todo hay, la verdad, aunque parezca imposible pero, en el fondo, me da lo mismo. El problema de fondo es que no conocemos a nadie que lleve encarcelado diez años por prender fuego a un monte, y esa es la principal de las causas que origina los fuegos, que no los consideramos como el grave, gravísimo atentado que suponen contra el patrimonio de todos. Nos emocionamos con las ballenas varadas, algunas especies en extinción y todo tipo de problemas de fauna que nos llegan a través de los medios. Hacemos enormes campañas de sensibilización sobre el “problema” de los toros, y la gente se enfrenta a ello con saña, pero no hay movilización semejante, ni remotamente parecida, contra los que queman el suelo, los que lo arrasan todo, sea vida animal o vegetal, y que en un país seco, árido y en el que el agua vale mucho más que la gasolina como es el nuestro, suponen el mayor daño contra nuestro patrimonio. Quemar es desertizar, arrasar, destruir. Tras un incendio y las probables lluvias de otoño, la capa de tierra más fértil se deshace y, en muchos casos, se pierde para siempre. El más rápido camino a la pobreza de una región o un país es ver cómo su suelo se quema, como su tierra desaparece, como sus posibilidades arden en medio del miedo de muchos y, lo peor, la indiferencia de casi todos.

Ahora es Portugal la más arrasada, junto a Galicia, hace unos días Madeira y La Palma, la semana que viene a saber dónde se avivará un foco. Miles de personas y costosos medios se destinarán a evitar que las llamas que tan fácilmente fueron prendidas sigan creciendo. Pero es probable que, con el final de agosto, el recuerdo de los incendios pase, nos olvidemos de ellos por completo, la tierra yerma, arrasada sea el nuevo paisaje, y el autor de tanto daño ni sea perseguido ni condenado ni repudiado. Cuando provocar un incendio lleve aparejada una pena de cárcel de diez o veinte años o repoblar los montes sea algo que se haga de continuo, con fuego o no, será señal de que nos importan estos desastres. De momento, nada de nada. Muy triste.

jueves, agosto 11, 2016

Los Juegos Olímpicos, la gimnasia y el dolor

No soy muy aficionado a los Juegos Olímpicos. La verdad es que lo de sentarse delante de la tele para ver un deporte, y apasionarme con ello, es algo que no me va. Incluso no llego a entenderlo. Los deportistas nunca han sido referentes en mi vida ni creo que hagan nada extraordinario (viven dedicados a ello, su mérito es relativo). Pero para todo hay excepciones, y los Juegos me permiten ver, cada cuatro años, un deporte, la gimnasia artística, que sí me gusta, que me parece visualmente impactante, y que además me genera una profunda e intensa sensación cuando lo contemplo. Dolor.

Me explico, que no soy un masoquista. Ver a esos atletas, ellos y ellas, con unos cuerpos inmensos, desproporcionados, forjados por miles y miles de horas de durísimo y solitario entrenamiento, y con la obligación de jugárselo todo en poco más de un minuto ante los distintos potros de tortura que el reglamento ha inventado genera sobre todo tensión, sí. Pero cuando uno ve los ejercicios, y en las repeticiones a cámara lenta se fija en las muñecas, hombros y demás articulaciones, todo empieza a doler. Apoyos que dislocarían mis huesos sólo con sugerirlos, giros, rotaciones y posturas que son completamente imposibles, acciones de pulso y fuerza para las que los músculos parecen no estar diseñados… Ver a un atleta de estos subido a las anillas haciendo un Cristo (posición de brazos extendidos y cuerpo sostenido, como crucificado, sostenido sólo por sus manos en las anillas) y que desde ese punto empieza a levantar las piernas hacia una vertical, todo a pulso, suavemente y en equilibrio, me duele mucho. Ver como una chica hace una pirueta mortal en medio de una barra de una estrechez tal que yo me caería de ella estando quieto y sentado, y aterriza con sus plantas de los pies en ese mínimo espacio, me hace daño. Contemplar como los chicos hacen molinos y piruetas en el caballo con arcos, apoyándose en unas muñecas retorcidas y arqueando mucho las piernas para que el arco no impacte en sus genitales… eso provoca una sensación de daño intenso en todo el género masculino. Y así prueba tras prueba, con ese suelo donde se dan piruetas y cabriolas imposibles y se aterriza de manera brusca, sin colchoneta, con unos pies y piernas que, como si fueran ruedas de aviones contra la pista, virtualmente deben chirriar y echar humo en cada golpe, o esas crueles asimétricas femeninas, con una barra inferior enana que, durante décadas, ha sido el calibre que limitaba la altura de las competidoras y forzaba a girar bajo ella en una postura absurda, criminal, en cuanto la gimnasta tuviera una altura superior a la media de tercero de primaria… Cada uno de los ejercicios supone un reto absoluto para unos cuerpos que, quién lo diría, están formados por las mismas piezas que el que me porta cada día, aunque nada más resulte similar. El nivel de exigencia de las pruebas es altísimo y los fallos, que siempre están presentes, pueden condenar una carrera y destruir cuerpos, como vimos hace pocos días con la pierna reventada de un saltador francés, partida de una manera absurda tras el impacto contra el suelo. En mi modesto entender lo que me parece asombroso es que tras esas cabriolas, desarrolladas a una altura inverosímil, alguien sea capaz de no romperse nada al llegar al suelo. Las caídas en los mortales desde la barra fija para chicos son un clásico y, aunque ahí también está todo acolchado, las lesiones son frecuentes. Y claro, verles caer, duele.

Usada durante años como un escaparate político del bloque soviético, hubo un tiempo en el que contemplar gimnasia era asistir a una especie de circo de los horrores, especialmente en el cuadro femenino, con atletas sometidas a todo tipo de ingesta de hormonas y sustancias, que las hacían capaces de ganar incluso a los chicos. Hoy eso se ha reducido mucho y, aunque como creo que pasa en todos los deportes, los que compiten están dopados, las aberraciones hace tiempo dejaron la pista, o al menos los cuerpos de las y los que están en ella. Eso sí, una vez que empiezan el ejercicio la aberración toma forma de vuelo, carpado, triple mortal y un montón de figuras inverosímiles y asombrosas, que asombran y, desde luego, duelen.

miércoles, agosto 10, 2016

Albert Rivera se atreve

Relajados como estarán muchos en la playa, seamos conscientes de que vivimos en la anormalidad de un gobierno en funciones en un país lleno de problemas que no admiten esperas ni tiempos muertos. Algunos, muchos de esos problemas, no dependen del gobierno y corresponden a cada uno de nosotros encontrarles solución (esto es algo que debiéramos tener todos muy claro) pero otros sí, otros se pueden arreglar, canalizar, disolver, si un gobierno competente y decidido se pone a ello. Ocho meses después de las elecciones de diciembre, el hastío y el vacío que lo provoca es la señal de que es no puede seguir así.

Por eso le doy todo el mérito del mundo a Albert Rivera, el único que ha dicho, en todos estos meses, para qué quiere llegar a un acuerdo de gobierno, cual es el objetivo que pone en mente cuando piensa en un ejecutivo, y no tanto quién lo formará o cuál será su Ministro de Interior. Se lanzó a una piscina vacía en febrero, cuando firmó un acuerdo con el PSOE que estaba destinado al fracaso, pero que dejaba claro que Ciudadanos no quería repartirse carteras ni puestos ni estructuras de poder, único ansia de otros que se llamaban “nueva política” o “progresistas” pero que demostraron ser lo más reaccionario del mundo, por si quedaban dudas al respecto. El acuerdo Rivera Sánchez estaba abocado al fracaso, y ese fue su destino. En Junio volvimos a votar, en la expresión más clara y absoluta de la ruina de nuestra política, y los resultados, algo distintos pero similares, volvieron a dejar la imagen de un Congreso fragmentado, de una sociedad dividida, menos polarizada que lo que nos venden los medios, y que requiere de acuerdos si pretende salir adelante. Con un PP como indiscutida primera fuerza política, pero muy muy lejos de una mayoría, con un PSOE como disminuida segunda fuerza, y un Podemos cuyas alas fueron cortadas gracias a su desmedida soberbia e ignorancia, Ciudadanos volvió a quedarse, como en diciembre, en tierra de nadie. Sus escaños ni dan ni quitan gobierno, no permiten sumar una mayoría absoluta en la cámara y, siendo necesarios en todas las combinaciones, nunca son suficientes. Rajoy abrió una ronda de contactos entre los partidos para sondear sus posibilidades de ser investido, pero se ha encontrado con noes rotundos y ningún sí. Ciudadanos anunció que se abstendría en la segunda votación, como gesto para lograr una investidura factible, pero eso no es suficiente, lo sabemos todos. Ayer, en medio del bloqueo, y de un agosto que parece ser dejado por todos pasar como si fuera tiempo basura (¿acaso no se vive en agosto? ¿no se muere uno si deja de comer o respirar? ¿no se pasa mal si no se cobra en agosto?) Rivera salió a la palestra, compareció un día de antes de su prevista reunión en la mañana de hoy con Rajoy, y expuso las seis condiciones mínimas para que un candidato que sí se presenta a la investidura pueda contar con el voto afirmativo de Ciudadanos en dicha sesión. Esas seis condiciones, que están relacionadas con la regeneración política, darían risa en cualquier otro país de nuestro entorno, porque allí están grabadas en el ADN de su día a día político. Pero aquí no, aquí son casi revolucionarias, son una afrenta a décadas de apropiación por parte de la política de unos fueros indebidos, que ni fueron pensados para ser así utilizados ni pueden ser mantenidos sin variación alguna en este ya adolescente siglo XXI. Piensen ustedes un poco y contéstense a sí mismos, sin engañarse ¿Les parecen erróneas? ¿votarían ustedes “no” a ese listado de condiciones?

En un país donde el liderazgo político no existe, donde los partidos se basan en el vasallaje a un caudillismo encarnado por uno de sus mediocres, que es el que ha sido más listo entre ellos, y donde ante cada problema serio siempre, siempre, el gobernante se esconde y elude sus responsabilidades, ayer Rivera tuvo el valor de salir en público y atreverse a detallar para qué quiere un gobierno. Seguro que es zurrado por unos y por otros, acusado de casi todo por tantos cargos intermedios de partidos que sobreviven por hacer la pelota a quienes deciden sobre la persistencia de sus prebendas. Por eso, por atreverse, por lanzarse, por dar la cara, Rivera tiene todo mi elogio. Ayer ejercicio liderazgo en el buen sentido del término, y dejó al resto de “lideres” expuestos al silencio de su cobardía.

martes, agosto 09, 2016

Erdogan va a por todas

Este fin de semana se ha celebrado en Estambul una de las manifestaciones más multitudinarias de las que se recuerdan en los últimos años, que deja a las concentraciones de nuestro país y naciones vecinas convertidas en meras reuniones de comunidades de vecinos. En una explanada gigantesca, diseñada para convertir al hombre en mera pieza entre la multitud, Erdogan se ha dado el baño de masas buscado para dar por derrotado definitivamente el golpe (o lo que fuera) que hace casi un mes amenazó su posición presidencial. El rojo de la bandera turca y la efigie del líder lo llenan todo. No me gustan esas imágenes.

El supuesto golpe ha sido la jugada maestra, o error de sus enemigos, que ha permitido al líder turco convertirse no ya en el hombre fuerte del país, que ya lo era, sino en el auténtico dueño y señor del estado. En la purga emprendida tras la intentona, que aún sigue, y arroja cifras absurdas tanto de represaliados como de los sectores afectados (creo que no se salva ni uno solo) Erdogan ha encontrado la vía para eliminar a todo opositor a sus designios, acusándolo de pertenecer a la cofradía de Fethulla Gülen. Pero con ser esto grave, no es lo peor. El control de Erdogan del poder abre la puerta a una Turquía convertida en una autocracia, en un régimen de hombre fuerte, algo que no tiene nada que ver con lo que entendemos como democracia. La imagen del parlamento de Ankara, seriamente dañado tras los bombardeos del golpe, es una metáfora de lo que ha pasado con la democracia turca. Está por ver cuánto se tardará en reconstruir ese edificio, pero es muy probable que ya nada de lo que pase en él tenga mucha importancia. Elevado a los altares, nada impide ya a Erdogan imponer un islamismo creciente en una nación que abanderaba el laicismo y que ve como los principales defensores de esta corriente están siendo detenidos o huyen antes de acabar en la cárcel. Ayer se supo que Erdogan viajará a Rusia esta semana para visitar a Putin, enemigo acérrimo de los turcos tras el derribo del avión militar turco en una refriega de la guerra de Siria, pero ya se sabe que los aliados del señor del país son los aliados del país. Putin se mostró rápido a la hora de apoyar a un Erdogan que apenas podía expresarse más allá de la imagen de un teléfono móvil, y entre autócratas todo se puede arreglar con un apretón de manos. La deriva turca hace que todos los acuerdos que ese país tenía con terceros países sean ahora disposiciones que un hombre, sólo uno, puede determinar si se cumplen o no, si poseen alguna validez o son papel mojado. Contempla con miedo la UE la posibilidad de que el acuerdo firmado para el acogimiento de refugiados se convierta en nada, dado que se mantiene la exigencia de Ankara de que los turcos accedan a la UE sin necesidad de visado, exigencia que Bruselas no acepta. Y lo que hasta ahora eran negociaciones más o menos tensas se han convertido en la arbitraria decisión de un líder que, si quiere, rompe el acuerdo, lo mantiene, da un plazo o hace cualquier otra cosa. Ante la multitud de Estambul Erdogan afirmó que la pena de muerte será reinstaurada en el país porque esa multitud la había pedido. Olvidó decir que él es el que más la necesita para aplicarla a sus enemigos. Si alguna vez hubo opciones, que lo dudo, de integración de Turquía en la UE, se acabaron hace pocas semanas.

La otra organización que observa, con el miedo metido en el cuerpo, la deriva turca, es la OTAN. Socio fundamental, poseedor de una posición geográfica que le hace estar metido en todas las “salsas” con vecinos de probada y seria inestabilidad, Turquía es más necesaria para la OTAN que lo que la Alianza lo es para los turcos. El mantener a un país como socio y aliado mientras se desliza hacia una dictadura tan clara es, como mínimo, incómodo para el resto de potencias occidentales. Y el acercamiento previsto a Putin no ayuda en nada a tranquilizar a una Alianza que se ha encontrado, de golpe, con un grave problema. Turquía va a seguir siendo fuente de noticias durante bastante tiempo. Noticias no muy buenas, sospecho.

lunes, agosto 08, 2016

Pudo ser Madrid 2016

Es difícil evadirse del despliegue informativo que rodea a una olimpiada. Los poseedores de los derechos, que han pagado mucho dinero por ellos, tratan de exprimirlos al máximo, a sabiendas de que es un periodo corto en el que se desarrollan los Juegos, dos semanas, y que, como suele ocurrir frecuentemente, los horarios son intempestivos para los espectadores españoles, cosa que no sucedió hace cuatro años, pero que volverá a pasar dentro de otros cuatro. La web que TVE ha montado para esta ocasión no es sino un reflejo de su programación durante estas dos próximas semanas. Juegos, juegos y más juegos.

Río 2016 es el primero de los fracasos de la aventura olímpica de Madrid, que culminaría con Tokio 2020. El 2 de octubre de 2009 se anunció el veredicto que dejaba los juegos en Brasil, después de una enorme campaña publicitaria y de trabajo por parte de las autoridades madrileñas y el entusiasmo, no impostado, de la población de la ciudad. Se decía en todas partes que el proyecto de Madrid era el mejor, el más austero, el más consecuente con el espíritu olímpico, y no se dejaba detalle alguno a la hora de explicar el desarrollo de las infraestructuras y todo lo relacionado con la villa olímpica y demás complejos deportivos. Las visitas de los miembros del COI, apodados de manera genial por Carlos Alsina como “los coítos” eran motivo de apertura de los telediarios, y la sensación de que la victoria estaba hecha, cosa que se da mucho en este país antes de lograrla, nos invadió. Por tal motivo la no nominación de Madrid en esa ocasión fue un palo muy serio, y se decidió resarcirse volviéndose a presentar. El segundo gran no fue recibido con decepción absoluta, y es probable que Madrid no vuelva a presentar candidatura en varios siglos, visto lo visto. En aquel 2009 España era un país que se derrumbaba, caía directo al precipicio de la crisis más devastadora del último medio siglo entre la incompetencia gubernamental, la negación de los profesionales y el susto de los ciudadanos, que empezaban a notar en sus carnes el zarpazo de un desastre que, a muchos, se los comería. Nuestra imagen internacional no iba a la baja, no, ardía ante los ojos de un mundo que contemplaba con asombro como nos negábamos a aceptar la realidad que se nos venía encima. Un par de años después, éramos cenizas. Frente a ello, Brasil vivía un momento de esplendor económico, de victoria emergente por parte de una de las economías más grandes, potencialmente superpotente, del mundo. Asolada por malos gobiernos y dictaduras pasadas, Brasil ofrecía una imagen de dinamismo, de seriedad a la hora de afrontar sus retos, de capacidad de liderazgo, de políticos consecuentes y de una sociedad optimista, que veía al alcance de la mano acabar con la pobreza y la desigualdad que, entonces, asolaban el país. Siete años después las cosas han cambiado bastante. Brasil mejoró mucho algunos de esos años, pero el derrumbe emergente le ha hecho sufrir mucho, lleva dos años en recesión, su estructura política está devastada tras el proceso de destitución de Dilma Rouseff, la corrupción de los años de bonanza se ha transformado en quiebras, apropiaciones indebidas y acusaciones de todo tipo, y pese a haberse reducido, las favelas que rodean las ciudades cariocas, lejos de ser un destino turístico como se pretenden vender, son el exponente del drama en el que viven millones de ciudadanos brasileños, a los que la economía de su país no les permite salir del hoyo de la pobreza y la exclusión.

¿Y nosotros? ¿Cómo estamos? En lo político, casi tan mal como Brasil. Y en lo económico, tras la devastación, empezamos a recuperarnos, usando las mismas muletas que en el pasado, por lo que es probable que cometamos errores similares, y con algunas novedades en la estructura económica que pueden venirnos bien. ¿Hubiera sido bueno que nos dieran los Juegos? No teníamos recursos para organizarlos, y la deuda nos hubiera desbordado en su caso, pero visto lo visto, endeudados como estamos hasta las trancas, quizás al menos habríamos sacado un rendimiento publicitario que, de otra manera, cuesta mucho más obtener. Creo que no es “bueno” que te los den, pero si caen, sácales partido.

viernes, agosto 05, 2016

Muchos orfidales, pocos abrazos leales

¿Es usted de los que, a las primeras de cambio, se mete una pastilla en el cuerpo cuando siente la mínima dolencia o molestia? ¿Posee, como dice la cultura popular que todos tenemos, una farmacia escondida en un armario? ¿Usa recetas de otras personas y tira de las provisiones de sus familiares mayores? Si es así, desde luego lo que no puede es sentirse sólo, dada la contundencia del titular de ayer. España es líder en el abuso de medicamentos opioides, estimulantes y tranquilizantes. Se consumen en algunos casos como si fueran caramelos, sin control ni límite alguno.

Algunos de estos fármacos poseen nombres muy famosos, como lexatín, trankimazín y orfidal, y es probable que dada su extensión en breve sean utilizados por algunos padres para llamar así a sus hijos, quizás con la esperanza de que sean tranquilos desde pequeño. Mi cultura médica es escasa, la verdad, y reconozco que casi nada sabía de estos tratamientos y productos hasta que llegué a Madrid, y empecé a comprobar que en mi entorno laboral había algunas personas, no pocas, que tenían enormes dosis de este tipo de pastillas, y empezó a sonarme esa retahíla de curiosos nombres (¿quién es su creador? ¿hay reglas al respecto?) que aparecían por estantes, cajones y demás habitáculos de la oficina. Si se presentaba u examen de algo, no hay problema, un par de lexatines y ya está, decía uno, y así para cada problema que pudiera surgir, un medicamento en función del stock disponible en ese momento. Hasta donde yo sabía estos medicamentos sólo se podían conseguir con receta médica, por lo que no tenía muy claro cómo era posible la abundancia de pastillas en manos de personas que no tienen diagnóstico ni tratamiento alguno, pero poco a poco dejé de preocuparme del asunto, en vista de que ese movimiento de pastillas no cesaba y de que, como por arte de magia, siempre había alguien que tenía una a mano por si “hacía falta”. Presumía yo, dentro de mi habitual e ingenua inconsciencia, de no tener ni aspirinas en casa y de no tomar ningún tipo de pastillas, ya que pensaba, y lo sigo haciendo, que sólo se deben utilizar cuando realmente hacen falta. Pero cada vez que usaba este argumento mucha gente, de todo tipo, me miraba raro y criticaba, porque no sabía de lo que hablaba ni era capaz de darme cuenta de las ventajas que estas pastillas otorgan. Seguía yo con mi argumentario clásico, diciendo que antes de que esos tratamientos existieran, la mayor parte de los males para los que actualmente se recetan se curaban con paciencia, cariño y espera, pero que hoy en día no tenemos un minuto de paciencia, no damos tiempo a nada y, sobre todo, nos falta cariño. Y nos tomamos la pastilla como sucedáneo de todo eso para encontrar un remedio rápido, directo, que nos saque del problema que tenemos, sea real o figurado, y que nos devuelva a la vida de falso color de rosa que nos hemos inventado para lucir ante los demás. Y cuando así hablaba la crítica ya era total y me quedaba en minoría absoluta, como para soñar en investiduras… Sigo creyendo que hay pacientes que sufren males y personas azotadas por traumas y experiencias duras a las que estos medicamentos les han abierto una puerta de salida a sus problemas y, para ellos, han resultado ser muy útiles, pero que para la inmensa mayoría de la población el consumo de estas pastillas lo único que genera es una falsa sensación de paz y un progresivo enganche a unas sustancias que tienen intensos efectos secundarios.

Quizás la mayor parte de los males que estas medicinas curan se pueden paliar con descanso, tardes apacibles, visitando lugares tranquilos, relajantes, practicando las aficiones que a uno le gustan, oyendo las músicas que a cada uno le ponen, leyendo y, sobre todo, estando en compañía de otras personas que nos quieran y traten bien. Reitero, para los que sí las necesitan, estos tratamientos son un alivio y un avance indispensable para proporcionarles una perdida calidad de vida emocional, pero para la inmensa mayoría de nosotros, su consumo es una moda perjudicial en todos los sentidos que, además, contribuye a trivializar los problemas de quienes realmente los están sufriendo. En fin, más besos y miradas cómplices, y menos pastillas.

jueves, agosto 04, 2016

La banca europea se despeña en Bolsa

El viernes pasado la EBA publicó el resultado de los test de estrés a la banca. La EBA es la entidad europea encargada de supervisar y medir los riesgos bancarios. Está situada en un Londres que va a dejar la Unión y muchas ciudades, entre ellas Madrid y Barcelona, se han ofrecido para ser su futura sede. Estos test de estrés dieron los resultados previstos. La mayor parte de las entidades europeas podrían superar un escenario económico adverso y las excepciones, como también se esperaban, venían de Italia, donde muchos de sus bancos están hechos unos zorros y el rumor del rescate es continuo desde hace meses.

Podría uno pensar que tras este resultado, este espaldarazo, la cotización de la banca en las bolsas, que llevaba un año desastroso, iba a mejorar. Y la verdad es que no ha sido así, más bien al contrario. Desde el Lunes las bajadas son constantes y alcanzan cifras muy serias, del entorno del 5% diaria en algunas entidades. ¿Por qué? Eso no lo se con certeza. Si es verdad que los test de estrés se han fijado en controlar una de las variables básicas, como es el colchón de capital, los recursos propios, frente a otras más ligadas al negocio bancario, y la generación de beneficios, que están ahora mismo más en entredicho. ¿Vendrá de ahí esa discrepancia entre el resultado de las pruebas y los valores cotizados’ No lo se. Lo único seguro es que la presentación de resultados bancarios está siendo mala, mejor de lo que se esperaba, pero mala. Los beneficios caen y, más allá de los extraordinarios, el negocio se agota. Son tres los factores que están haciendo daño al negocio bancario. El primero es el de la regulación, global y europea, que quiere atar en corto a las entidades para que no cometan desmanes como en el pasado y que les obliga a ser más prudentes y aumentar constantemente sus reservas, y prudencia también significa no hacer demasiados negocios y poder ganar dinero con ellos. Otro factor son las llamadas “fintech” o aplicaciones móviles financieras, que generan un doble efecto. Por un lado el surgimiento de competidores virtuales en el mundo del préstamo y la intermediación, quitando clientes a las oficinas tradicionales y, por otro, la pérdida completa de valor de dichas oficinas, cada vez menos frecuentadas. Los bancos siguen cerrando oficinas, despidiendo empleados y reduciendo costes, pero este margen de bajada se acabará tarde o temprano. Y el tercer, y más importante ahora mismo, de los factores que hunden el negocio bancario son los tipos de interés, que viven ahora mismo en el 0% o en terreno negativo. El negocio del banco es sencillo, consiste en recoger ahorro ocioso y pagar por custodiarlo mientras se presta parte de ese ahorro a quien lo necesita, cobrando un interés: Es la diferencia entre el interés cobrado (mayor) y el remunerado (menor) la que permite hacer el negocio. Pero si ambos intereses se derrumban o se vuelven negativo esto no funciona. Si la remuneración por los depósitos es nula, o incluso el banco me cobra por tener mi dinero allí, ¿para qué lo voy a meter en la sucursal? Los tipos actualmente están matando el negocio y distorsionando de una manera perniciosa y, en muchos sentidos, desconocida, el funcionamiento de las finanzas, no sólo globales, sino las del día a día de muchos ahorradores y empresas. Y los bancos, que están en medio, sufren el impacto directamente.

Hay algunos que han hablado de la posibilidad de que esos tipos reducidos, junto a la expansión tecnológica, convierta a los bancos en objetos obsoletos, que un sistema como Uber o similar destrone a las entidades y ahorre una enorme cantidad de costes de intermediación. En definitiva, que la banca sea el siguiente sector canibalizado por la virtualización y la tecnología. Tampoco lo se, puede que sí o que no, pero de suceder algo así, ¿Cómo lo regulamos? ¿Cómo protegemos los ahorros que estuvieran dispersos en plataformas colectivas? ¿Se dispararía, como parece probable, el riesgo de burbujas financieras y de prácticas irregulares? No se si eso cotiza en bolsa o no, pero desde luego quita el sueño a muchos.

miércoles, agosto 03, 2016

El desgobierno absoluto

Se que me van a echar la bronca sólo con mencionarlo, pero es que es inevitable decir algo de la absurda situación política que vivimos. Cierto es que, empantanada en el desacuerdo, puede mantenerse ahí durante mucho más tiempo, y que hasta que no se produzca una primera sesión de investidura los plazos no empezarán a correr de cara a unas hipotéticas y patéticas, como mínimo, terceras elecciones, que serían tan inútiles como las primeras y segundas. Es lo que hay, estamos en zona pantanosa, con los problemas pudriéndose y todo emanando un fétido aroma. Qué bonita es nuestra política.

Casi nada salió de la reunión de ayer entre Rajoy y Sánchez, el encuentro de dos líderes fracasados que comparten un objetivo, salvar cada uno su posición a costa del partido y del país. Sólo su nombre y cargo es lo que les importa, el resto les da igual. El encuentro no llegó a la hora y, más allá de que en él se dijeran cosas que no se han comentado, que quizás, las posiciones de ambos tras la reunión siguen inamovibles. Rajoy no se da cuenta de que no tiene votos para ser investido (él) y Sánchez sigue pidiendo una formación de gobierno que no le vincule en la que el PSOE sea oposición, dos acciones que son incompatibles con los números en la mano. He empezado el párrafo con el “casi” porque una pequeña puerta abrió Sánchez a un cambio de posición del no del PSOE vinculado a un futura dirección del Comité Federal de su partido. Ese paso del no a la abstención es, a mi modo de ver, la mejor jugada para los de Ferraz, dado que el gobierno que surgiera sería débil e inestable, y estaría de hecho en manos del PSOE, que aprobaría las decisiones que quisiera y le tumbaría las que deseara. ¿Cómo podría pasar el PSOE a una abstención en segunda votadura de investidura? Hay varias opciones que, a día de hoy, se antojan imposibles. Una es la retirada de Rajoy, que ama tanto su silla y cargo que está dispuesto a que todos fallezcan antes de soltarlos. Otra es que Ciudadanos vire de rumbo y opte por un sí. La suma de PP y Ciudadanos está muy cerca de la mayoría absoluta y dejaría al PSOE sin discurso alternativo, pero a falta de saber qué pasará en la reunión de hoy, y asumiendo que el peso y poder de Ciudadanos es muy escaso, lo cierto es que ese cambio de voto de Albert Rivera se presenta más que improbable, pese a que el resultado de la no obtención de grupo parlamentario por parte de la antigua Convergencia haya desatado rumores de acuerdo implícito. Si estas dos piezas no se mueven, la investidura de Rajoy, a la que está obligado a comparecer una vez que aceptó el encargo del Rey, sería fallida, y a partir de ahí sólo hay dos opciones. O que el PSOE articule un gobierno Frankenstein con el marasmo de Podemos y nacionalistas de la Cámara, cosa que espanta más a muchos del PSOE que a los del propio PP, o que dejemos transcurrir los plazos, nos demostremos a nosotros mismos otra vez la basura de dirigencia que tenemos, fruto de lo peor de nuestra propia sociedad, y que en torno al inicio del invierno cuatro fracasados vuelvan a encabezar la lista de cuatro formaciones políticas abocadas a que ninguna de ellas gane con mayoría suficiente. Nuestro ridículo internacional sería absoluto, la vergüenza colectiva inasumible y, por supuesto, el orgullo de los cuatro líderes, desmedido y sin límites, dado que cada uno de ellos es la salvación del país. Ahora, como son los más votados y de ellos depende todo, los grandes culpables son PP y PSOE, secuestrados por esas dos figuras siniestras llamadas Rajoy y Sánchez.

¿Soy muy duro? No lo creo, la situación que vivimos, indescriptible, supone un descrédito no ya para una clase política vapuleada por la sociedad, sino para, y esto es lo más grave, un entramado institucional que es el que nos ha permitido vivir cuarenta años de democracia, pero que no articula una salida a una situación de bloqueo en la que sólo el acuerdo entre personas es la vía para desatascar el camino. Constitución, leyes, reglamentos, parlamentos y demás entramados políticos están al merced del ego infinito de dos personas que no hacen más que perder crédito ante los suyos y el resto del mundo, y todo ello en un entorno económico peligroso que amenaza con empeorar. De los irresponsables será, quizás, el Reino de España. Más bien sus despojos.

martes, agosto 02, 2016

Noche de Agosto (para AAM)

Agosto es, para casi todo el mundo, sinónimo de un tiempo feliz, de días largos que acortan y noches que crecen y se viven como nunca. De estancia en familia o con amigos, en parajes nuevos, de descanso tras los meses de trabajo y de agotamiento, pura extenuación, tras maratonianas excursiones, fiestas y descubrimientos. No asociamos agosto a malas noticias, lo tenemos grabado en la mente vinculado a lo bueno, desde la infancia, en la que los veranos eran eternos, daba igual el tiempo que hiciese y el colegio, ese mal que era septiembre, estaba muy lejos.

Morirse es una mierda. Morirse en agosto lo es aún más, y morirse en el verano de la vida es una injusticia clamorosa. Ese verano vital es el tiempo de plenitud, esos años en los que, ya superada la juventud clásica, creamos familias, vemos crecer a nuestros hijos y, en compañía de la persona amada, o a la búsqueda de la misma, observamos la vida con un cierto grado de perspectiva, porque ya superamos la convulsa primavera. Que una enfermedad nos lleve al más allá en ese tiempo de plena realización es cruel, infame, insoportable. Y muy injusto, si es que tiene sentido ese concepto tan humano en relación a temas tan eternos como la vida y la muerte. De todo esto pensaba ayer por la noche, bajo el tórrido calor de Madrid, intentando buscar un poco el fresco fuera de casa, y no encontrándolo. Horas antes había conocido la noticia de que uno de mis compañeros de clase de quinto de EGB, AAM, que aún no había cumplido mi edad, había fallecido de un cáncer. Residente en un pueblo vecino a Elorrio, coincidí esos años de escuela con él y otros muchos compañeros, con los que he acabado formando una especie de grupo emocional, todos unidos alrededor de la profesora, MEL, que nos acompañó en esos años de infancia, de naciente primavera en la que nuestras vidas, como tallos, eran prometedoras pero frágiles. No fui yo de los que más tuvo relación en clase con AAM, y con el paso de los años le veía muy poco, apenas una vez cada ejercicio en una cena mítica que organizamos en el final de noviembre, a la que no siempre puedo acudir. Pero cada vez que nos reencontramos todos y volvemos a rememorar nuestras andanzas infantiles, lo que domina nuestros rostros no es la añoranza por el pasado, sino la alegría por lo bien que nos lo pasamos y, quizás también, lo que aprendimos. En ese sentido cada uno de los que formamos parte de aquellos años de EGB somos una pieza del puzzle sentimental de todos los demás, una baldosa que marca el camino que luego tomamos con el paso de los años. Las vivencias actuales, diversas y a veces contrapuestas, como es normal, nos enseñan a todos cómo partiendo de ese tronco común en el que coincidimos hemos llegado a formar nuestra ramita. La pérdida de una de esas ramas, el corte, la caída, supone un daño para todo el árbol, para todos los que tuvimos contacto con él, fuera este más intenso o no. Ayer la noticia era el dolor compartido entre todos por la pérdida temprana, inesperada, sorprendente y, sí, digámoslo en alto, injusta, de un compañero del colegio, de alguien que nos aportó algo y al que algo dimos. Su marcha nos entristeció a todos y nos deja hoy un poco más solos, en una clase más pequeña, en la que uno de los pupitres está vacío, a sabiendas de que nunca más será cubierto.

Su mujer y dos hijas serán las que hoy, mañana y los días venideros sufran más su pérdida. Para ellas agosto dejará de ser algo asociado a vacaciones, y sólo con el tiempo podrán encontrar el consuelo de ver en estos días algo más que el recuerdo de la pérdida de su ser querido. Para nosotros, su generación, supone una pérdida en verano. Miraba anoche el suelo, viendo como empezaban a aparecer hojas caídas, resecas, que anuncian que el otoño, aún lejos, se acerca. Como una rama caída llena de hojas secas, como una rosa cortada que deja ver las espinas de su tallo, así fue el día de ayer para. Tratemos de cuidar las flores de nuestros jardines hoy, mañana y siempre, para protegerlas de los rigores del invierno

lunes, agosto 01, 2016

El asesinato de un sacerdote (para Jacques Hamel)

Menos mal que en verano no pasan cosas, como rezaba, se ha visto de manera infiel, el viejo aforismo de la prensa. La sucesión de noticias de este final de julio ha batido todas las marcas de la ignominia posible. Y no, no me estoy refiriendo a lo que pasa en nuestro patrio político, que también es infame hasta el hastío, sino a lo que sucede, de manera milagrosa, más allá de nuestras fronteras. Entiéndaseme bien, el milagro está en que aún España no haya sido golpeada en este fatídico verano, en el que todos los islamistas y descerebrados del mundo, valga la redundancia, se han puesto a asesinar en Europa.

Quizás el atentado más repugnante de todos, no tanto por el número de víctimas ni por su intención, sino por la manera de ejecutarlo y la víctima escogida, fue el del asalto a la pequeña iglesia del norte de Normandía perpetrado el martes 26, en el que un comando islamista, compuesto por dos miembros ya fichados por las autoridades galas, penetró en el templo de la localidad de Saint Etienne du Rouvray. En ese momento apenas cinco personas se encontraban en la iglesia. Dos monjas, un matrimonio laico y un cura, anciano, que oficiaba una pequeña misa para todos ellos. Personas mayores, indefensas, pacíficas. Nada podían hacer en caso de ser asaltadas por una banda de pillos, menos si un grupo terrorista se enfrentaba a ellos. Lo sucedido en el interior de la iglesia es algo confuso, ya que los autores del asalto fueron abatidos por la policía. Una de las monjas logró escapar y dio la voz de alarma, y cuando varios minutos después los atacantes salieron al exterior del tempo la policía gala no dudo un instante en disparar, en vista del comportamiento suicida de estos salvajes. La otra monja y la pareja laica fueron soltados por los terroristas y, tras ello, puestos a salvo por la gendarmería, pero nada pudo hacerse por el cura, que se llamaba Jacques Hamel. Jubilado, de 86 años, colaboraba con el templo en el que había desarrollado la mayor parte de su trabajo pastoral. Los terroristas no lo dudaron mucho y, obligando a los cuatros restantes del pequeño grupo de orantes a presenciarlo, degollaron al sacerdote sobre el altar de la iglesia, cometiendo un asesinato y, además, todo tipo de sacrilegios, independientemente de la religión con la que sean juzgados, medidos o considerados. Hamel, 86 años, fue ejecutado de una manera cruel y perversa en el lugar en el que había pasado la mayor parte de su vida y, seguramente, en el que nunca esperaba encontrar la muerte, y desde luego jamás de esa manera tan abyecta. Rememorando a Tomas Becket y Canterbury, Hamel volvió a ser un sacerdote víctima del fanatismo, religioso en este caso, y su cuerpo el lugar en el que el acero empuñado por el mal traspaso la carne del bienhechor. Los testigos, horrorizados, vieron una escena que ni en la más loca de sus pesadillas pudieron imaginar, y al parecer los autores del crimen lo grabaron en vídeo para, seguramente, poder alardear del mismo en este mundo, en el virtual y el de más allá, satisfechos hasta la médula de su alarde yihadista. La muerte y la manera de morir de Hamel horrorizó a Europa la semana pasada, puso en el punto de mira del terrorismo a los lugares de culto, por si faltaba alguno en la lista, y nos hizo ver a todos, por si quedaba alguno con dudas, de que el terror no distingue objetivos. Todos somos víctimas potenciales. Todos podemos caer bajo su yugo.

Ayer, en Francia, se rezó en todas las iglesias por la memoria de Jacques Hamel, por su alma y por la de todos los asesinados por esta barbarie terrorista. Se invitó a los creyentes musulmanes a que participasen de ese rezo, y no fueron pocos los que se apuntaron. Se les ve junto a los demás, abatidos, perplejos y tristes. Y es que el asesinato, se enmascare en motivos religiosos, políticos, económicos, raciales o bajo cualquier otra bandera de conveniencia, es sólo asesinato. La religión es un instrumento poderoso, y como tal puede ser muy peligroso en manos de fanáticos que la utilicen para su provecho. Sea la vida de Hamel ejemplo de cómo obrar en el marco de una creencia, de una fe.