Relajados como estarán muchos en
la playa, seamos conscientes de que vivimos en la anormalidad de un gobierno en
funciones en un país lleno de problemas que no admiten esperas ni tiempos muertos.
Algunos, muchos de esos problemas, no dependen del gobierno y corresponden a
cada uno de nosotros encontrarles solución (esto es algo que debiéramos tener
todos muy claro) pero otros sí, otros se pueden arreglar, canalizar, disolver,
si un gobierno competente y decidido se pone a ello. Ocho meses después de las
elecciones de diciembre, el hastío y el vacío que lo provoca es la señal de que
es no puede seguir así.
Por eso le doy todo el mérito del
mundo a Albert Rivera, el único que ha dicho, en todos estos meses, para qué
quiere llegar a un acuerdo de gobierno, cual es el objetivo que pone en mente
cuando piensa en un ejecutivo, y no tanto quién lo formará o cuál será su
Ministro de Interior. Se lanzó a una piscina vacía en febrero, cuando firmó un
acuerdo con el PSOE que estaba destinado al fracaso, pero que dejaba claro que
Ciudadanos no quería repartirse carteras ni puestos ni estructuras de poder,
único ansia de otros que se llamaban “nueva política” o “progresistas” pero que
demostraron ser lo más reaccionario del mundo, por si quedaban dudas al
respecto. El acuerdo Rivera Sánchez estaba abocado al fracaso, y ese fue su
destino. En Junio volvimos a votar, en la expresión más clara y absoluta de la
ruina de nuestra política, y los resultados, algo distintos pero similares,
volvieron a dejar la imagen de un Congreso fragmentado, de una sociedad
dividida, menos polarizada que lo que nos venden los medios, y que requiere de
acuerdos si pretende salir adelante. Con un PP como indiscutida primera fuerza política,
pero muy muy lejos de una mayoría, con un PSOE como disminuida segunda fuerza,
y un Podemos cuyas alas fueron cortadas gracias a su desmedida soberbia e
ignorancia, Ciudadanos volvió a quedarse, como en diciembre, en tierra de
nadie. Sus escaños ni dan ni quitan gobierno, no permiten sumar una mayoría
absoluta en la cámara y, siendo necesarios en todas las combinaciones, nunca
son suficientes. Rajoy abrió una ronda de contactos entre los partidos para
sondear sus posibilidades de ser investido, pero se ha encontrado con noes
rotundos y ningún sí. Ciudadanos anunció que se abstendría en la segunda votación,
como gesto para lograr una investidura factible, pero eso no es suficiente, lo
sabemos todos. Ayer, en medio del bloqueo, y de un agosto que parece ser dejado
por todos pasar como si fuera tiempo basura (¿acaso no se vive en agosto? ¿no
se muere uno si deja de comer o respirar? ¿no se pasa mal si no se cobra en
agosto?) Rivera salió a la palestra, compareció un día de antes de su prevista
reunión en la mañana de hoy con Rajoy, y expuso las seis condiciones mínimas
para que un candidato que sí se presenta a la investidura pueda contar con el
voto afirmativo de Ciudadanos en dicha sesión. Esas
seis condiciones, que están relacionadas con la regeneración política, darían
risa en cualquier otro país de nuestro entorno, porque allí están grabadas en
el ADN de su día a día político. Pero aquí no, aquí son casi revolucionarias,
son una afrenta a décadas de apropiación por parte de la política de unos
fueros indebidos, que ni fueron pensados para ser así utilizados ni pueden ser
mantenidos sin variación alguna en este ya adolescente siglo XXI. Piensen
ustedes un poco y contéstense a sí mismos, sin engañarse ¿Les parecen erróneas?
¿votarían ustedes “no” a ese listado de condiciones?
En un país donde el liderazgo político no
existe, donde los partidos se basan en el vasallaje a un caudillismo encarnado
por uno de sus mediocres, que es el que ha sido más listo entre ellos, y donde
ante cada problema serio siempre, siempre, el gobernante se esconde y elude sus
responsabilidades, ayer Rivera tuvo el valor de salir en público y atreverse a
detallar para qué quiere un gobierno. Seguro que es zurrado por unos y por
otros, acusado de casi todo por tantos cargos intermedios de partidos que
sobreviven por hacer la pelota a quienes deciden sobre la persistencia de sus prebendas.
Por eso, por atreverse, por lanzarse, por dar la cara, Rivera tiene todo mi
elogio. Ayer ejercicio liderazgo en el buen sentido del término, y dejó al
resto de “lideres” expuestos al silencio de su cobardía.
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