miércoles, agosto 24, 2016

Niños que mueren en la guerra de Siria

Consumimos imágenes a la misma velocidad, fantástica, a la que las generamos, devaluándolas cada vez más. Los símbolos, que antaño duraban un tiempo más que prudencial para que se asentasen en nuestra memoria, son ahora tan fugaces como livianos. Cada día, a cada momento, generamos escenas y visiones de lo que ocurre a nuestro alrededor cargadas de fuerza, dramatismo y, muchas veces, fiereza, pero apenas les dedicamos unos instantes, y las olvidamos, y otras miles de imágenes que se suceden sin reno vienen a sepultarse, una tras otra, en nuestra retina. No llegan a la memoria. Ninguna de ellas.

Ese niño sucio, lleno de polvo y escombros, que la semana pasada vimos como nuevo símbolo de la guerra de Siria ya está más que olvidado. Su predecesor, Aylan, aquel niño muerto en la playa, tuvo una duración mediática más intensa y prolongada, pero fue olvidado como lo fue la última ola que lo mató. Cuando en el rescate de una de las últimas construcciones de Alepo atacadas por el ejército de Asad los rebeldes vieron a ese niño se les encendió la bombilla y pensaron en crear un nuevo Aylan. Cogieron al niño, le rescataron y dejaron en el interior de una ambulancia, sólo y en silencio, aturdido y aterrado como supongo que se encontraba en aquellos momentos, y el fotógrafo hizo su trabajo para retratarle. Con esa imagen encima, los rebeldes acudieron a los medios de comunicación para entregarles nueva munición, otra carga de profundidad con la que romper el cerco de Alepo, buscando la conmoción de los espectadores occidentales a la hora de sus cenas. Ha querido la mala suerte para los rebeldes que Omran, que así se llama este niño, se haya presentado en la sala de estar de occidente en medio de un cálido y olímpico agosto, en el que las noticias eran relevadas a segundo puesto frente a los logros patrios encarnados en medallas, independientemente del metal de las preseas y de la nacionalidad de los competidores. Río ha llenado durante dos semanas la actualidad del mundo, y la guerra de Siria, que no cesa, ha desaparecido de los informativos. En dura competición con las piernas de Bolt, la sangre y polvo de Omran llegó a colarse en las escaletas y titulares de los medios, pero su paso ha sido mucho más fugaz y liviano que el de Aylan. “Otro niño muerto” habrán pensado la mayor parte de los espectadores, hartos de imágenes crudas llegadas de una guerra lejana e interminable, y habrán expresado un rictus de pena y un comentario de compasión para quedar bien con los que en ese momento compartían palomitas olímpicas, para acto seguido olvidar el polvo, la sangre y la mierda de la guerra para asistir a la disputa de no se que prueba, la que tocase en aquel momento. Acabadas las olimpiadas, la guerra en Siria sigue, y Omran ya está olvidado, consumido mediáticamente, amortizado. Los milicianos rebeldes que lo utilizaron como símbolo ya no le van a sacar partido alguno, y está por ver que sepamos algo de lo que le vaya a suceder en el futuro, a buen seguro nada bueno. Sabemos ahora que su hermano murió en el bombardeo en el que él quedó herido, pero es poco probable que nadie nos cuente la historia futura de Omran, de si sus heridas se han curado o no, de con quién vive ahora, dado que su familia, sospecho que el gran parte, ha dejado de existir, y otros muchos detalles, algunos trascendentes, otros triviales, de lo que será su vida, que como todas las de Siria pende de un hilo extremadamente fino.

Y Omran ha sido afortunado, sí. Agraciado por la suerte de que le hemos puesto cara, de que nos hemos girado un pequeño instante para hacerle algo de caso, de que muchos medios han puesto sus ojos en él para escribir crónicas, artículos y semblanzas, más afortunadas sin duda que este pequeño texto. Y después, nada. Y con él, tantos y tantos niños y adultos que, desde hace cinco años, mueren en la cruel, bárbara y caótica guerra de Siria. De vez en cuando esa guerra logra meterse en nuestros salones, pero la repulsión que nos provoca hace que cualquier otra cosa la suplante en nuestro interés. Ayer fueron medallas, mañana serán goles u otras cuestiones. Y la guerra, seguirá. Y de Omran, probablemente, ya nunca más sepamos nada.

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