viernes, agosto 12, 2016

El grave delito de quemar el monte

Pasa cada verano, cuando las temperaturas se disparan más allá de lo razonable, al aire se convierte en algo irrespirable y el suelo se llena de hojas secas, recuerdo de lo que una vez fue hierba espléndida, y ahora son sólo matojos resecos, briznas amarillentas que tapizan el paisaje y lo cubren de un tono que hace juego con el dorado Sol. Un monte arde, unos árboles crepitan entre unas llamas alimentadas por pastos y sostenidas por un calor que todo lo devora. A veces el viento contribuye a extender el fuego y, en pocas horas, lo que era un paisaje de vidas se convierte, para décadas, en una extensión más del desierto.

A veces esos incendios tienen causas naturales. Cuando uno conoce los veranos fuera de la cornisa cantábrica descubre con sorpresa como no arde todo, porque hay días de verano en los que parece que hasta las paredes de las casas desaparecerán en una combustión espontánea, del calor que liberan. Rayos de tormentas secas, imprudencias más o menos estúpidas, todas lo son, causadas por agricultores o veraneantes o gente que pasaba por allí. Pero junto a estos fuegos casuales, que son los menos, están los provocados, los causales, que tienen su origen en un acto humano deliberado, en una intención firme y decidida de quemar un monte, de arrasar un espacio. ¿Por qué? Se suelen aducir muchas veces las razones económicas, la recalificación sencilla de terrenos quemados para construir, el aprovechamiento a bajo precio de una madera que costaría mucho más talar que recoger ya quebradiza, y cosas por el estilo. También está el formato venganza, en el que algunos queman propiedades de otros para saldar viejas cuentas pendientes que no pudieron arreglarse ni en público ni en privado. Destruir al vecino es, a veces, el mayor de los placeres y, sin duda, uno de los más absurdos. Y luego están también los pirómanos profesionales, gente que disfruta con el fuego, que le emociona, incluso estimula sexualmente, que prenden el monte y luego corren a alistarse en los retenes para apagarlo porque junto a las llamas sienten unas emociones absolutas, poderosas. De todo hay, la verdad, aunque parezca imposible pero, en el fondo, me da lo mismo. El problema de fondo es que no conocemos a nadie que lleve encarcelado diez años por prender fuego a un monte, y esa es la principal de las causas que origina los fuegos, que no los consideramos como el grave, gravísimo atentado que suponen contra el patrimonio de todos. Nos emocionamos con las ballenas varadas, algunas especies en extinción y todo tipo de problemas de fauna que nos llegan a través de los medios. Hacemos enormes campañas de sensibilización sobre el “problema” de los toros, y la gente se enfrenta a ello con saña, pero no hay movilización semejante, ni remotamente parecida, contra los que queman el suelo, los que lo arrasan todo, sea vida animal o vegetal, y que en un país seco, árido y en el que el agua vale mucho más que la gasolina como es el nuestro, suponen el mayor daño contra nuestro patrimonio. Quemar es desertizar, arrasar, destruir. Tras un incendio y las probables lluvias de otoño, la capa de tierra más fértil se deshace y, en muchos casos, se pierde para siempre. El más rápido camino a la pobreza de una región o un país es ver cómo su suelo se quema, como su tierra desaparece, como sus posibilidades arden en medio del miedo de muchos y, lo peor, la indiferencia de casi todos.

Ahora es Portugal la más arrasada, junto a Galicia, hace unos días Madeira y La Palma, la semana que viene a saber dónde se avivará un foco. Miles de personas y costosos medios se destinarán a evitar que las llamas que tan fácilmente fueron prendidas sigan creciendo. Pero es probable que, con el final de agosto, el recuerdo de los incendios pase, nos olvidemos de ellos por completo, la tierra yerma, arrasada sea el nuevo paisaje, y el autor de tanto daño ni sea perseguido ni condenado ni repudiado. Cuando provocar un incendio lleve aparejada una pena de cárcel de diez o veinte años o repoblar los montes sea algo que se haga de continuo, con fuego o no, será señal de que nos importan estos desastres. De momento, nada de nada. Muy triste.

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