Con el paso del tiempo, Rajoy se
está convirtiendo en el político más extraño, y mira que los ha habido, de la
democracia española. Presuntuoso como es él de representar al español medio,
común y corriente, su estrategia de aguante funciona en medio del vendaval,
pero sin que nadie sepa a ciencia cierta cuáles son los pasos que pretende
seguir o qué es lo que quiere hacer. Su poder en el partido es absoluto,
dependiente por completo de las riendas del poder político que maneja, y es
consciente de que cuando pierda esas riendas perderá todo tipo de poder. Sin
embargo, mientras las tenga, nadie le controlará y, menos aún, entenderá.
Sí, sí, entenderá. Y es que nadie
lo logra comprender por completo. Los suyos, aquellos que le han intentado
destruir desde dentro, han sido los primeros que se han estrellado contra un
extraño muro formado por incomprensión, paciencia y formas propias del siglo
XIX, pero que han sido letales frente a sus aspiraciones. Personajes de muy
diversos estilos y formas, que han fracasado ante el antiliderazgo absoluto que
representa un Rajoy salido de la nada y que nadie atisba por dónde se puede
mover. Receloso de sus secretos, evasivo en sus respuestas, incapaz de mojarse,
capaz de jurar una cosa para hacer exactamente la contraria, Rajoy logra
desesperar a propios y extraños, y hunde carreras de sucesores y aspirantes en
medio de la indiferencia más absoluta. Lo único que me queda claro del
personaje es que no me atrevo a hacer predicción alguna sobre sus
comportamientos futuros, porque todas han fallado. Se le dio por muerto muchas
veces en la legislatura pasada, por errores de bulto que le hubieran costado la
cabeza a cualquier político en un país decente, pero sabía Rajoy que éste no es
ese tipo de país, y su cabeza se salvó. En los días del gobierno en funciones,
en los que el juego político nos muestra la mayor de sus vilezas, y hasta qué
punto los intereses de sus jugadores se alejan de las necesidades del país que
dicen querer y respetar, Rajoy ha logrado que la izquierda, dividida y
enfrentada entre los que saben y los chuletas que se creen los amos del mundo,
sea incapaz de articular un proyecto digno de tal nombre. Ante la horda de
iluminados podemitas, y un PSOE desnortado y herido, Rajoy ha sido erigido como
el menos malo de todos los mediocres que se han presentado al ring de la
batalla, con un Ciudadanos de fondo que, pena, nunca ha tenido el peso
necesario para poder ser decisivo en batalla alguna, muleta de apoyo pero en
ningún caso vehículo de transporte. En esta segunda intentona que vivimos ya
sabemos cuándo será el debate de investidura al que, esta vez sí, Rajoy se
presentará, el martes 30 de agosto, a las puertas del inicio de los
colegios escolares el jueves 1 de septiembre, con el aroma del final del verano
y con los números aún incompleto. La primera votación que tendrá lugar el 31 de
agosto, de necesaria mayoría absoluta, pondrá en marcha el reloj del descuento
hacia unas hipotéticas terceras y requetefracasadas elecciones que, de
celebrarse, tendrían lugar el domingo 25 de diciembre, Navidad, tras una resaca
de nochebuena que puede ser antológica en caso de encontrarnos en campaña. ¿Juega
Rajoy con ese escenario de pesadilla, una imposible votación navideña, para
forzar una investidura? ¿Pone Rajoy al resto de partidos ante la disyuntiva de
que, o salga elegido o todos sean responsables de que tengamos que ir a votar
un día imposible? ¿Es otra de sus argucias? Quizás sí, quizás no, creo que no
hay manera de saberlo.
En todo caso, si Rajoy logra la investidura, por
mayoría simple en segunda o tercera o cuarta votación, quién sabe, se iniciaría
una legislatura con unos enormes retos por delante que requieren la unidad de
muchos votos en la Cámara para sortearlos, y esa unidad no es que esté lejos,
es que se antoja imposible. Salvo para el caso del desafío catalán, en el que
PP y PSOE deben, y parecen proclives a llegar a acuerdos, los problemas económicos
que nos asfixian serán la excusa para una dura batalla ideológica en la que los
137 diputados del PP pueden ser muy muy pocos. ¿Sería una legislatura breve, efímera
y convulsa? Si llega, lo último es seguro, y lo demás, vaya usted a saber. Quizás
ni Rajoy lo sepa, o sí.
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