viernes, agosto 19, 2016

¿Cuál es la estrategia de Rajoy?

Con el paso del tiempo, Rajoy se está convirtiendo en el político más extraño, y mira que los ha habido, de la democracia española. Presuntuoso como es él de representar al español medio, común y corriente, su estrategia de aguante funciona en medio del vendaval, pero sin que nadie sepa a ciencia cierta cuáles son los pasos que pretende seguir o qué es lo que quiere hacer. Su poder en el partido es absoluto, dependiente por completo de las riendas del poder político que maneja, y es consciente de que cuando pierda esas riendas perderá todo tipo de poder. Sin embargo, mientras las tenga, nadie le controlará y, menos aún, entenderá.

Sí, sí, entenderá. Y es que nadie lo logra comprender por completo. Los suyos, aquellos que le han intentado destruir desde dentro, han sido los primeros que se han estrellado contra un extraño muro formado por incomprensión, paciencia y formas propias del siglo XIX, pero que han sido letales frente a sus aspiraciones. Personajes de muy diversos estilos y formas, que han fracasado ante el antiliderazgo absoluto que representa un Rajoy salido de la nada y que nadie atisba por dónde se puede mover. Receloso de sus secretos, evasivo en sus respuestas, incapaz de mojarse, capaz de jurar una cosa para hacer exactamente la contraria, Rajoy logra desesperar a propios y extraños, y hunde carreras de sucesores y aspirantes en medio de la indiferencia más absoluta. Lo único que me queda claro del personaje es que no me atrevo a hacer predicción alguna sobre sus comportamientos futuros, porque todas han fallado. Se le dio por muerto muchas veces en la legislatura pasada, por errores de bulto que le hubieran costado la cabeza a cualquier político en un país decente, pero sabía Rajoy que éste no es ese tipo de país, y su cabeza se salvó. En los días del gobierno en funciones, en los que el juego político nos muestra la mayor de sus vilezas, y hasta qué punto los intereses de sus jugadores se alejan de las necesidades del país que dicen querer y respetar, Rajoy ha logrado que la izquierda, dividida y enfrentada entre los que saben y los chuletas que se creen los amos del mundo, sea incapaz de articular un proyecto digno de tal nombre. Ante la horda de iluminados podemitas, y un PSOE desnortado y herido, Rajoy ha sido erigido como el menos malo de todos los mediocres que se han presentado al ring de la batalla, con un Ciudadanos de fondo que, pena, nunca ha tenido el peso necesario para poder ser decisivo en batalla alguna, muleta de apoyo pero en ningún caso vehículo de transporte. En esta segunda intentona que vivimos ya sabemos cuándo será el debate de investidura al que, esta vez sí, Rajoy se presentará, el martes 30 de agosto, a las puertas del inicio de los colegios escolares el jueves 1 de septiembre, con el aroma del final del verano y con los números aún incompleto. La primera votación que tendrá lugar el 31 de agosto, de necesaria mayoría absoluta, pondrá en marcha el reloj del descuento hacia unas hipotéticas terceras y requetefracasadas elecciones que, de celebrarse, tendrían lugar el domingo 25 de diciembre, Navidad, tras una resaca de nochebuena que puede ser antológica en caso de encontrarnos en campaña. ¿Juega Rajoy con ese escenario de pesadilla, una imposible votación navideña, para forzar una investidura? ¿Pone Rajoy al resto de partidos ante la disyuntiva de que, o salga elegido o todos sean responsables de que tengamos que ir a votar un día imposible? ¿Es otra de sus argucias? Quizás sí, quizás no, creo que no hay manera de saberlo.

En todo caso, si Rajoy logra la investidura, por mayoría simple en segunda o tercera o cuarta votación, quién sabe, se iniciaría una legislatura con unos enormes retos por delante que requieren la unidad de muchos votos en la Cámara para sortearlos, y esa unidad no es que esté lejos, es que se antoja imposible. Salvo para el caso del desafío catalán, en el que PP y PSOE deben, y parecen proclives a llegar a acuerdos, los problemas económicos que nos asfixian serán la excusa para una dura batalla ideológica en la que los 137 diputados del PP pueden ser muy muy pocos. ¿Sería una legislatura breve, efímera y convulsa? Si llega, lo último es seguro, y lo demás, vaya usted a saber. Quizás ni Rajoy lo sepa, o sí.

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