martes, agosto 30, 2016

La guerra fría entre Rajoy y Sánchez

Frío, distante, seco, breve… el encuentro de ayer en el Congreso entre Rajoy y Sánchez era esperado por muchos, tan esperado como improductivo se preveía. Y así resultó ser. Ambos hombres se saludan, se miran cordialmente al darse la mano, pero es la suya una relación completamente rota, inexistente, similar a la que existe entre dos estatuas de mármol que se mirasen una a la otra. En ese vacío y ausencia nada puede fructificar, y no veo manera alguna para que, siendo tan necesario como es, PP y PSOE puedan unirse no ya para una investidura, sino para afrontar retos como el desafío soberanista, el sistema de pensiones o muchos otros.

Utiliza mucho Albert Rivera la expresión de “guerra fría” entre los dos partidos para referirse a las relaciones que exhiben, y me parece un símil muy apropiado. Muchos quizás no recuerden las enormes expectativas que se creaban en torno a las reuniones, en los setenta y ochenta, entre los mandatarios de EEUU y la antigua URSS, cumbres que se contaban con los dedos, que empezaban con un apretón de manos entre las dos personas más poderosas del mundo, que como Rajoy y Sánchez teatralizaban una presunta buena relación, pero que no dejaban duda alguna sobre el continuo y soterrado enfrentamiento que carcomía la relación entre los dos bloques. En esas cumbres eran muchas veces los gestos y las formas lo que permitía a los analistas poder sacar algo de juego a los encuentros, porque de los comunicados oficiales tras los mismos casi siempre se deducía lo mismo. Mucha palabrería y muy escasos avances. En ocasiones se llegaban a acuerdos para disminuir la capacidad nuclear de ambas potencias, de tal manera que, utilizadas en su integridad, fueran capaces de destruir este mundo en unas decenas de veces menos sobre las miles y miles que lo eran. Y eso se saludaba como un síntoma de distensión evidente. Y, casi siempre, a las pocas semanas de aquellos encuentros, un conflicto en una nación del tercer mundo en el que se enfrentaban fuerzas respaldadas por una y otra potencia se recrudecía, y los supuestos avances vistos claramente por los analistas en los gestos de la cumbre se convertían, otra vez, en nada. Así años y años hasta que una de las potencias se derrumbó, en medio de la sorpresa de muchos, empezando por la de los analistas que no lo habían previsto a través de gesto alguno. Es poco probable que, o bien el PP o el PSOE, se derrumben, y dejen paso al otro contendiente, pero no es menos cierto que de su profundo desacuerdo sale como fruto la parálisis política que empieza a convertirse en un serio problema para nuestro país, una vía para erosionar nuestras instituciones y una forma de recluirnos, aún más si cabe, frente a nuestras responsabilidades y compromisos en el exterior. La reunión de ayer ni siquiera tuvo teatralización, ninguno de los asistentes puso esfuerzo alguno para que surgieran expectativas, posibilidades de acuerdo, opciones o cualquier otro tipo de esperanza. Acudieron prestos, se marcharon rápido y apenas dieron tiempo a que, si les sirvieron café, se lo tomasen. Ni las formas se respetaron. Los analistas, esta vez, estaban de acuerdo, ya que no había gesto alguno que sembrase la duda sobre un posible acuerdo o relajación de posturas. Fue la de ayer una cumbre fracasada.

Y no es la primera y, me temo, no será la última. Descontado el no a la investidura de Rajoy en esta intentona, el reloj del calendario electoral se pone en marcha a partir de la votación de mañana y, en las manos de los dos candidatos que ayer se vieron, sobre el peso de sus mutuos fracasos recae la responsabilidad de no convertir este país en un desastre desgobernado, que es a donde va camino de estar. Ni uno ni otro firmaría jamás el acuerdo que cada uno de ellos selló con Ciudadanos, porque para ambos pactar es perder. Y ni uno ni otro asumirán que son dos derrotados que, sin descanso, luchan para que el país entero sea un campo de batalla arrasado. Ambos debieran irse a su casa, pero en lo único que están de acuerdo es en no asumir sus fracasos. Y así nos va.

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