Se acabaron los Juegos de Río,
que han consistido para gran parte del planeta en una panzada de sofá,
aperitivos y sesión continua de deportes no habituales, que apenas si se pueden
contemplar en este tipo de eventos, y que no volveremos a saber nada de ellos
ni de sus ejecutantes hasta dentro de cuatro años. Tras la clausura y paso del
testigo a Tokio, deporte vuelve a ser, para casi todos, eso que unos
millonarios hacen con un balón y que es aplaudido por las masas enfervorizadas.
Y a los que practican otra cosa, que les den y se vuelvan a su casa, pensarán
muchos medios de comunicación y “opinadores”.
El balance de los Juegos para
España no es malo. Repetimos las diecisiete medallas alcanzadas en Londres, con
un mayor número de oros, y con sorpresas, como suele ser habitual en estos
casos, de todo signo. Lo más relevante, quizás, haya sido el hecho de que la
mayor parte de los oros hayan venido de representantes femeninas, que como
viene siendo habitual han ofrecido un nivel competitivo superior al de sus
homólogos masculinos. El oro de Belmonte, Beitia, Marín o Chorraut son logros
inmensos que los amantes del deporte debieran valorar como tales. Sin embargo,
no es esto lo que se ha desprendido de muchos comentarios, y no sólo los
provenientes de las inefables redes, donde el ruido hace que la distorsión sea
elevada. A cada título ganado por una campeona se sucedían titulares en la
llamada “prensa deportiva” y a veces en la seria, donde se pretendía devaluar
el mérito de la ganadora, y asignárselo a su entrenador o equipo. Expresiones
vulgares en las que el aspecto físico de la campeona era destacado por encima
de sus méritos competitivos se juntaban con análisis de detalles personales,
como gritos, manías o ritos, que no son sino obviados, o incluso celebrados en
el caso de que los realicen los chicos, pero que eran puestos en solfa, cuando
no directamente ridiculizados, si los ejercía una chica. Si Rafa Nadal se toca
varias veces el calzoncillo antes de sacar nadie lo critica, ni es criticable
en lo más mínimo, pero si Carolina Marín grita tras conseguir un tanto ahí estaban
los periodistas destacando que esos gritos eran síntoma de inestabilidad, y que
menos mal que su entrenador era capaz de controlarla para llevarla a lo más
alto. En general este tono se ha mantenido hasta el final, pese a que han sido
muchas las quejas y denuncias, tanto de deportistas como de otro tipo de
profesionales, ante comentarios que jamás, reitero, jamás, veríamos en el caso
de deportistas masculinos. ¿De dónde procede esta forma de actuar, de pensar,
de menospreciar a las deportistas? La respuesta sencilla es el machismo, que lo
hay, pero la profunda, creo yo, es la envidia. Envidia absoluta por parte de
unos periodistas, aunque no sólo, que ven como las mujeres, a las que seguirán
considerando el sexo débil, son capaces de lograr metas que ellos jamás
alcanzarían, de batir marcas que se les antojan imposibles, de sacrificios
sobrehumanos, como Chorraut, que ha sido capaz de compatibilizar la maternidad
y el oro mientras que muchos “millonarios del balón” apenas saben hacer otra
cosa que estrellar deportivos. Sí, creo que es esa envidia profunda lo que
lleva a ser despectivo, a menospreciar, a quitarle importancia a unos éxitos
conseguidos por mujeres, que van más allá de lo que los hombres han logrado.
Afortunadamente para esta caterva de sujetos,
los juegos han terminado. El fútbol, eso, ha vuelto. Ese mundo completamente
masculino, lleno de dioses a los que nadie osa criticar, ya está aquí. Y todas
esas chicas que compiten en deportes de segunda ya no volverán a restar
protagonismo al deporte de los machos, de los valientes, de los héroes del balón.
No serán pocos los que piensen de esta manera, demostrando hasta qué punto la
estupidez está extendida y, sobre todo, la envidia de quienes no siendo capaces
de nada, ven como aquellas a las que menosprecian les superan. Y como no son
ciegos, tratan de cubrir sus vergüenzas con menosprecio. Y con el vacío y la
indiferencia es como se debe contestar a esta cutre actitud, que define muy
bien a quienes la practican. Enhorabuena a las campeonas.
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