lunes, agosto 08, 2016

Pudo ser Madrid 2016

Es difícil evadirse del despliegue informativo que rodea a una olimpiada. Los poseedores de los derechos, que han pagado mucho dinero por ellos, tratan de exprimirlos al máximo, a sabiendas de que es un periodo corto en el que se desarrollan los Juegos, dos semanas, y que, como suele ocurrir frecuentemente, los horarios son intempestivos para los espectadores españoles, cosa que no sucedió hace cuatro años, pero que volverá a pasar dentro de otros cuatro. La web que TVE ha montado para esta ocasión no es sino un reflejo de su programación durante estas dos próximas semanas. Juegos, juegos y más juegos.

Río 2016 es el primero de los fracasos de la aventura olímpica de Madrid, que culminaría con Tokio 2020. El 2 de octubre de 2009 se anunció el veredicto que dejaba los juegos en Brasil, después de una enorme campaña publicitaria y de trabajo por parte de las autoridades madrileñas y el entusiasmo, no impostado, de la población de la ciudad. Se decía en todas partes que el proyecto de Madrid era el mejor, el más austero, el más consecuente con el espíritu olímpico, y no se dejaba detalle alguno a la hora de explicar el desarrollo de las infraestructuras y todo lo relacionado con la villa olímpica y demás complejos deportivos. Las visitas de los miembros del COI, apodados de manera genial por Carlos Alsina como “los coítos” eran motivo de apertura de los telediarios, y la sensación de que la victoria estaba hecha, cosa que se da mucho en este país antes de lograrla, nos invadió. Por tal motivo la no nominación de Madrid en esa ocasión fue un palo muy serio, y se decidió resarcirse volviéndose a presentar. El segundo gran no fue recibido con decepción absoluta, y es probable que Madrid no vuelva a presentar candidatura en varios siglos, visto lo visto. En aquel 2009 España era un país que se derrumbaba, caía directo al precipicio de la crisis más devastadora del último medio siglo entre la incompetencia gubernamental, la negación de los profesionales y el susto de los ciudadanos, que empezaban a notar en sus carnes el zarpazo de un desastre que, a muchos, se los comería. Nuestra imagen internacional no iba a la baja, no, ardía ante los ojos de un mundo que contemplaba con asombro como nos negábamos a aceptar la realidad que se nos venía encima. Un par de años después, éramos cenizas. Frente a ello, Brasil vivía un momento de esplendor económico, de victoria emergente por parte de una de las economías más grandes, potencialmente superpotente, del mundo. Asolada por malos gobiernos y dictaduras pasadas, Brasil ofrecía una imagen de dinamismo, de seriedad a la hora de afrontar sus retos, de capacidad de liderazgo, de políticos consecuentes y de una sociedad optimista, que veía al alcance de la mano acabar con la pobreza y la desigualdad que, entonces, asolaban el país. Siete años después las cosas han cambiado bastante. Brasil mejoró mucho algunos de esos años, pero el derrumbe emergente le ha hecho sufrir mucho, lleva dos años en recesión, su estructura política está devastada tras el proceso de destitución de Dilma Rouseff, la corrupción de los años de bonanza se ha transformado en quiebras, apropiaciones indebidas y acusaciones de todo tipo, y pese a haberse reducido, las favelas que rodean las ciudades cariocas, lejos de ser un destino turístico como se pretenden vender, son el exponente del drama en el que viven millones de ciudadanos brasileños, a los que la economía de su país no les permite salir del hoyo de la pobreza y la exclusión.

¿Y nosotros? ¿Cómo estamos? En lo político, casi tan mal como Brasil. Y en lo económico, tras la devastación, empezamos a recuperarnos, usando las mismas muletas que en el pasado, por lo que es probable que cometamos errores similares, y con algunas novedades en la estructura económica que pueden venirnos bien. ¿Hubiera sido bueno que nos dieran los Juegos? No teníamos recursos para organizarlos, y la deuda nos hubiera desbordado en su caso, pero visto lo visto, endeudados como estamos hasta las trancas, quizás al menos habríamos sacado un rendimiento publicitario que, de otra manera, cuesta mucho más obtener. Creo que no es “bueno” que te los den, pero si caen, sácales partido.

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