jueves, agosto 18, 2016

Fracaso

Hay varios términos para definir la situación política tras el día de ayer. Algunos, quizás los más acertados, son gruesos, duros, de esos merecedores de querellas y que no gustan a las madres, ni a la mía que esto lee con retraso ni a otras. No es mi estilo, por lo que no los usaré, pero ténganlos presentes en todo momento. Utilizaré un sustantivo bastante más aséptico, común y corriente, pero que también resulta preciso. Fracaso. Fracaso. Eso es lo que nos pasa, que hemos fracasado. Y si somos tan hispánicos como creemos nos faltará tiempo para buscar culpables. El primero de ellos, el más votado, es el PP. El segundo, el segundo más votado, es el PSOE, y sus dos líderes fracasados encarnan nuestra desgracia.

La historia de España me recuerda muchas veces a los vídeos esos que hay en la red, y que no les enlazo aquí porque tengo youtube capado en el trabajo, en los que un cohete despega con impulso de la plataforma y se eleva en medio de luz y estruendo. Éxito, prueba superada, aplausos. De repente, algo va mal, se ven chispas, ruidos no previstos, movimientos bruscos que no debían suceder, y la trayectoria del cohete empieza a desdibujarse. A veces, desde tierra, si la situación se descontrola, se aborta la misión y se le hace estallar, pero en otras es el propio cohete el que, perdido su rumbo, corre raudo hacia su destrucción, siendo esta mucho más aparatosa que el mencionado y laureado despegue inicial. Humo, llamas, destrucción y ruina. El fracaso. Los episodios de la historia de nuestro país se pueden resumir en eso, en reinicios tras fracasos que parecen esperanzadores pero que, llegado el momento, empiezan a bloquearse porque facciones diversas entienden que ellas, y los presuntos líderes que las encabezan, son las que poseen la verdad suprema. No dan su brazo a torcer, no asumen que parte de la razón les ampara, pero sólo una parte, y que también poseen defectos y problemas enormes que no hacen sino convertirlos en trabas, en obstáculos. Podemos dar a esos bandos los nombres que nos de la gana, cambian a lo largo de la historia, pero son siempre lo mismo. Y llega un momento que del enfrentamiento entre esos bandos surge una chispa que convierte la trifulca política en algo bastante más serio. Todas las guerras civiles que han tenido lugar en nuestro país, hasta la última, la peor de ellas, empezaron igual. Tras el desastre se hace un general propósito de enmienda, surge una generosidad entre los que sobrevivieron al caos, y se reinicia el proceso, comenzando un nuevo despegue que llena de ilusión a la sociedad. Hasta que se vuelve a las andadas. Y así siglo tras siglo, décadas tras décadas. Y en ese vaivén la sociedad no logra despegar, los problemas estructurales del país no encuentran solución, las carencias que sólo una política de largo plazo puede aliviar campan a sus anchas, como sabiendo que nadie las va a combatir, y la desesperanza cunde en una sociedad que ve, otra vez, como aquellos que se postulan para ser sus dirigentes no son sino personajes vacíos, huecos de valores y llenos de ansia personal de poder, sujetos ansiosos por controlar a un país para retribuirse a sí mismos, creyéndose con derecho innato a ello. No hay servicio en ninguno de ellos, ni capacidad de sacrificio, entrega o generosidad, no. Sólo ansias de control, de apropiación de lo común para beneficio propio y de los suyos. Esa parece ser, otra vez, la situación en la que hemos caído. Como Sísifo, parecemos estar condenados a volver a rodar por esta pendiente de miseria y bajeza moral, sin que haya remedio alguno.

A Rajoy y Sánchez, los dos últimos estandartes de nuestro fracaso político, no les importa en lo más mínimo el 100% de deuda sobre le PIB, el desempleo, el que las pensiones no puedan pagarse o cualquiera de los problemas de verdad. No les importan nada. Sólo les importa su cargo, su prestigio, su papel en los libros de historia, y tener contentos a los aduladores propios y de los medios que les jalean que les loan previo cobro de favores prestados. Suárez dimitió cuando vio que no podía seguir siendo presidente, porque le importaba España, no su cargo ni su partido. Sólo espero de esos dos “líderes” su dimisión. No la ofrecerán. Antes destruirán todo con tal de aferrarse a un poder que, ni poseen ni, aún mucho menos, merecen. Fracaso.

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