lunes, agosto 01, 2016

El asesinato de un sacerdote (para Jacques Hamel)

Menos mal que en verano no pasan cosas, como rezaba, se ha visto de manera infiel, el viejo aforismo de la prensa. La sucesión de noticias de este final de julio ha batido todas las marcas de la ignominia posible. Y no, no me estoy refiriendo a lo que pasa en nuestro patrio político, que también es infame hasta el hastío, sino a lo que sucede, de manera milagrosa, más allá de nuestras fronteras. Entiéndaseme bien, el milagro está en que aún España no haya sido golpeada en este fatídico verano, en el que todos los islamistas y descerebrados del mundo, valga la redundancia, se han puesto a asesinar en Europa.

Quizás el atentado más repugnante de todos, no tanto por el número de víctimas ni por su intención, sino por la manera de ejecutarlo y la víctima escogida, fue el del asalto a la pequeña iglesia del norte de Normandía perpetrado el martes 26, en el que un comando islamista, compuesto por dos miembros ya fichados por las autoridades galas, penetró en el templo de la localidad de Saint Etienne du Rouvray. En ese momento apenas cinco personas se encontraban en la iglesia. Dos monjas, un matrimonio laico y un cura, anciano, que oficiaba una pequeña misa para todos ellos. Personas mayores, indefensas, pacíficas. Nada podían hacer en caso de ser asaltadas por una banda de pillos, menos si un grupo terrorista se enfrentaba a ellos. Lo sucedido en el interior de la iglesia es algo confuso, ya que los autores del asalto fueron abatidos por la policía. Una de las monjas logró escapar y dio la voz de alarma, y cuando varios minutos después los atacantes salieron al exterior del tempo la policía gala no dudo un instante en disparar, en vista del comportamiento suicida de estos salvajes. La otra monja y la pareja laica fueron soltados por los terroristas y, tras ello, puestos a salvo por la gendarmería, pero nada pudo hacerse por el cura, que se llamaba Jacques Hamel. Jubilado, de 86 años, colaboraba con el templo en el que había desarrollado la mayor parte de su trabajo pastoral. Los terroristas no lo dudaron mucho y, obligando a los cuatros restantes del pequeño grupo de orantes a presenciarlo, degollaron al sacerdote sobre el altar de la iglesia, cometiendo un asesinato y, además, todo tipo de sacrilegios, independientemente de la religión con la que sean juzgados, medidos o considerados. Hamel, 86 años, fue ejecutado de una manera cruel y perversa en el lugar en el que había pasado la mayor parte de su vida y, seguramente, en el que nunca esperaba encontrar la muerte, y desde luego jamás de esa manera tan abyecta. Rememorando a Tomas Becket y Canterbury, Hamel volvió a ser un sacerdote víctima del fanatismo, religioso en este caso, y su cuerpo el lugar en el que el acero empuñado por el mal traspaso la carne del bienhechor. Los testigos, horrorizados, vieron una escena que ni en la más loca de sus pesadillas pudieron imaginar, y al parecer los autores del crimen lo grabaron en vídeo para, seguramente, poder alardear del mismo en este mundo, en el virtual y el de más allá, satisfechos hasta la médula de su alarde yihadista. La muerte y la manera de morir de Hamel horrorizó a Europa la semana pasada, puso en el punto de mira del terrorismo a los lugares de culto, por si faltaba alguno en la lista, y nos hizo ver a todos, por si quedaba alguno con dudas, de que el terror no distingue objetivos. Todos somos víctimas potenciales. Todos podemos caer bajo su yugo.

Ayer, en Francia, se rezó en todas las iglesias por la memoria de Jacques Hamel, por su alma y por la de todos los asesinados por esta barbarie terrorista. Se invitó a los creyentes musulmanes a que participasen de ese rezo, y no fueron pocos los que se apuntaron. Se les ve junto a los demás, abatidos, perplejos y tristes. Y es que el asesinato, se enmascare en motivos religiosos, políticos, económicos, raciales o bajo cualquier otra bandera de conveniencia, es sólo asesinato. La religión es un instrumento poderoso, y como tal puede ser muy peligroso en manos de fanáticos que la utilicen para su provecho. Sea la vida de Hamel ejemplo de cómo obrar en el marco de una creencia, de una fe.

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