No soy muy aficionado a los
Juegos Olímpicos. La verdad es que lo de sentarse delante de la tele para ver
un deporte, y apasionarme con ello, es algo que no me va. Incluso no llego a
entenderlo. Los deportistas nunca han sido referentes en mi vida ni creo que
hagan nada extraordinario (viven dedicados a ello, su mérito es relativo). Pero
para todo hay excepciones, y los
Juegos me permiten ver, cada cuatro años, un deporte, la gimnasia artística,
que sí me gusta, que me parece visualmente impactante, y que además me genera
una profunda e intensa sensación cuando lo contemplo. Dolor.
Me explico, que no soy un
masoquista. Ver a esos atletas, ellos y ellas, con unos cuerpos inmensos,
desproporcionados, forjados por miles y miles de horas de durísimo y solitario
entrenamiento, y con la obligación de jugárselo todo en poco más de un minuto
ante los distintos potros de tortura que el reglamento ha inventado genera
sobre todo tensión, sí. Pero cuando uno ve los ejercicios, y en las
repeticiones a cámara lenta se fija en las muñecas, hombros y demás
articulaciones, todo empieza a doler. Apoyos que dislocarían mis huesos sólo
con sugerirlos, giros, rotaciones y posturas que son completamente imposibles,
acciones de pulso y fuerza para las que los músculos parecen no estar
diseñados… Ver a un atleta de estos subido a las anillas haciendo un Cristo
(posición de brazos extendidos y cuerpo sostenido, como crucificado, sostenido
sólo por sus manos en las anillas) y que desde ese punto empieza a levantar las
piernas hacia una vertical, todo a pulso, suavemente y en equilibrio, me duele
mucho. Ver como una chica hace una pirueta mortal en medio de una barra de una
estrechez tal que yo me caería de ella estando quieto y sentado, y aterriza con
sus plantas de los pies en ese mínimo espacio, me hace daño. Contemplar como
los chicos hacen molinos y piruetas en el caballo con arcos, apoyándose en unas
muñecas retorcidas y arqueando mucho las piernas para que el arco no impacte en
sus genitales… eso provoca una sensación de daño intenso en todo el género
masculino. Y así prueba tras prueba, con ese suelo donde se dan piruetas y
cabriolas imposibles y se aterriza de manera brusca, sin colchoneta, con unos
pies y piernas que, como si fueran ruedas de aviones contra la pista,
virtualmente deben chirriar y echar humo en cada golpe, o esas crueles asimétricas
femeninas, con una barra inferior enana que, durante décadas, ha sido el
calibre que limitaba la altura de las competidoras y forzaba a girar bajo ella
en una postura absurda, criminal, en cuanto la gimnasta tuviera una altura
superior a la media de tercero de primaria… Cada uno de los ejercicios supone
un reto absoluto para unos cuerpos que, quién lo diría, están formados por las
mismas piezas que el que me porta cada día, aunque nada más resulte similar. El
nivel de exigencia de las pruebas es altísimo y los fallos, que siempre están
presentes, pueden condenar una carrera y destruir cuerpos, como vimos hace
pocos días con la pierna reventada de un saltador francés, partida de una
manera absurda tras el impacto contra el suelo. En mi modesto entender lo que
me parece asombroso es que tras esas cabriolas, desarrolladas a una altura
inverosímil, alguien sea capaz de no romperse nada al llegar al suelo. Las caídas
en los mortales desde la barra fija para chicos son un clásico y, aunque ahí
también está todo acolchado, las lesiones son frecuentes. Y claro, verles caer,
duele.
Usada durante años como un escaparate político
del bloque soviético, hubo un tiempo en el que contemplar gimnasia era asistir
a una especie de circo de los horrores, especialmente en el cuadro femenino,
con atletas sometidas a todo tipo de ingesta de hormonas y sustancias, que las
hacían capaces de ganar incluso a los chicos. Hoy eso se ha reducido mucho y,
aunque como creo que pasa en todos los deportes, los que compiten están
dopados, las aberraciones hace tiempo dejaron la pista, o al menos los cuerpos
de las y los que están en ella. Eso sí, una vez que empiezan el ejercicio la
aberración toma forma de vuelo, carpado, triple mortal y un montón de figuras
inverosímiles y asombrosas, que asombran y, desde luego, duelen.
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