jueves, agosto 11, 2016

Los Juegos Olímpicos, la gimnasia y el dolor

No soy muy aficionado a los Juegos Olímpicos. La verdad es que lo de sentarse delante de la tele para ver un deporte, y apasionarme con ello, es algo que no me va. Incluso no llego a entenderlo. Los deportistas nunca han sido referentes en mi vida ni creo que hagan nada extraordinario (viven dedicados a ello, su mérito es relativo). Pero para todo hay excepciones, y los Juegos me permiten ver, cada cuatro años, un deporte, la gimnasia artística, que sí me gusta, que me parece visualmente impactante, y que además me genera una profunda e intensa sensación cuando lo contemplo. Dolor.

Me explico, que no soy un masoquista. Ver a esos atletas, ellos y ellas, con unos cuerpos inmensos, desproporcionados, forjados por miles y miles de horas de durísimo y solitario entrenamiento, y con la obligación de jugárselo todo en poco más de un minuto ante los distintos potros de tortura que el reglamento ha inventado genera sobre todo tensión, sí. Pero cuando uno ve los ejercicios, y en las repeticiones a cámara lenta se fija en las muñecas, hombros y demás articulaciones, todo empieza a doler. Apoyos que dislocarían mis huesos sólo con sugerirlos, giros, rotaciones y posturas que son completamente imposibles, acciones de pulso y fuerza para las que los músculos parecen no estar diseñados… Ver a un atleta de estos subido a las anillas haciendo un Cristo (posición de brazos extendidos y cuerpo sostenido, como crucificado, sostenido sólo por sus manos en las anillas) y que desde ese punto empieza a levantar las piernas hacia una vertical, todo a pulso, suavemente y en equilibrio, me duele mucho. Ver como una chica hace una pirueta mortal en medio de una barra de una estrechez tal que yo me caería de ella estando quieto y sentado, y aterriza con sus plantas de los pies en ese mínimo espacio, me hace daño. Contemplar como los chicos hacen molinos y piruetas en el caballo con arcos, apoyándose en unas muñecas retorcidas y arqueando mucho las piernas para que el arco no impacte en sus genitales… eso provoca una sensación de daño intenso en todo el género masculino. Y así prueba tras prueba, con ese suelo donde se dan piruetas y cabriolas imposibles y se aterriza de manera brusca, sin colchoneta, con unos pies y piernas que, como si fueran ruedas de aviones contra la pista, virtualmente deben chirriar y echar humo en cada golpe, o esas crueles asimétricas femeninas, con una barra inferior enana que, durante décadas, ha sido el calibre que limitaba la altura de las competidoras y forzaba a girar bajo ella en una postura absurda, criminal, en cuanto la gimnasta tuviera una altura superior a la media de tercero de primaria… Cada uno de los ejercicios supone un reto absoluto para unos cuerpos que, quién lo diría, están formados por las mismas piezas que el que me porta cada día, aunque nada más resulte similar. El nivel de exigencia de las pruebas es altísimo y los fallos, que siempre están presentes, pueden condenar una carrera y destruir cuerpos, como vimos hace pocos días con la pierna reventada de un saltador francés, partida de una manera absurda tras el impacto contra el suelo. En mi modesto entender lo que me parece asombroso es que tras esas cabriolas, desarrolladas a una altura inverosímil, alguien sea capaz de no romperse nada al llegar al suelo. Las caídas en los mortales desde la barra fija para chicos son un clásico y, aunque ahí también está todo acolchado, las lesiones son frecuentes. Y claro, verles caer, duele.

Usada durante años como un escaparate político del bloque soviético, hubo un tiempo en el que contemplar gimnasia era asistir a una especie de circo de los horrores, especialmente en el cuadro femenino, con atletas sometidas a todo tipo de ingesta de hormonas y sustancias, que las hacían capaces de ganar incluso a los chicos. Hoy eso se ha reducido mucho y, aunque como creo que pasa en todos los deportes, los que compiten están dopados, las aberraciones hace tiempo dejaron la pista, o al menos los cuerpos de las y los que están en ella. Eso sí, una vez que empiezan el ejercicio la aberración toma forma de vuelo, carpado, triple mortal y un montón de figuras inverosímiles y asombrosas, que asombran y, desde luego, duelen.

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