El
viernes pasado la EBA publicó el resultado de los test de estrés a la banca.
La EBA es la entidad
europea encargada de supervisar y medir los riesgos bancarios. Está situada
en un Londres que va a dejar la Unión y muchas ciudades, entre ellas Madrid y
Barcelona, se han ofrecido para ser su futura sede. Estos test de estrés dieron
los resultados previstos. La mayor parte de las entidades europeas podrían
superar un escenario económico adverso y las excepciones, como también se
esperaban, venían de Italia, donde muchos de sus bancos están hechos unos
zorros y el rumor del rescate es continuo desde hace meses.
Podría uno pensar que tras este
resultado, este espaldarazo, la cotización de la banca en las bolsas, que
llevaba un año desastroso, iba a mejorar. Y la verdad es que no ha sido así,
más bien al contrario. Desde el Lunes las bajadas son constantes y alcanzan
cifras muy serias, del entorno del 5% diaria en algunas entidades. ¿Por qué?
Eso no lo se con certeza. Si es verdad que los test de estrés se han fijado en
controlar una de las variables básicas, como es el colchón de capital, los
recursos propios, frente a otras más ligadas al negocio bancario, y la
generación de beneficios, que están ahora mismo más en entredicho. ¿Vendrá de
ahí esa discrepancia entre el resultado de las pruebas y los valores cotizados’
No lo se. Lo único seguro es que la presentación de resultados bancarios está
siendo mala, mejor de lo que se esperaba, pero mala. Los beneficios caen y, más
allá de los extraordinarios, el negocio se agota. Son tres los factores que
están haciendo daño al negocio bancario. El primero es el de la regulación,
global y europea, que quiere atar en corto a las entidades para que no cometan
desmanes como en el pasado y que les obliga a ser más prudentes y aumentar
constantemente sus reservas, y prudencia también significa no hacer demasiados
negocios y poder ganar dinero con ellos. Otro factor son las llamadas “fintech”
o aplicaciones móviles financieras, que generan un doble efecto. Por un lado el
surgimiento de competidores virtuales en el mundo del préstamo y la
intermediación, quitando clientes a las oficinas tradicionales y, por otro, la
pérdida completa de valor de dichas oficinas, cada vez menos frecuentadas. Los
bancos siguen cerrando oficinas, despidiendo empleados y reduciendo costes,
pero este margen de bajada se acabará tarde o temprano. Y el tercer, y más
importante ahora mismo, de los factores que hunden el negocio bancario son los
tipos de interés, que viven ahora mismo en el 0% o en terreno negativo. El
negocio del banco es sencillo, consiste en recoger ahorro ocioso y pagar por
custodiarlo mientras se presta parte de ese ahorro a quien lo necesita,
cobrando un interés: Es la diferencia entre el interés cobrado (mayor) y el
remunerado (menor) la que permite hacer el negocio. Pero si ambos intereses se
derrumban o se vuelven negativo esto no funciona. Si la remuneración por los
depósitos es nula, o incluso el banco me cobra por tener mi dinero allí, ¿para
qué lo voy a meter en la sucursal? Los tipos actualmente están matando el
negocio y distorsionando de una manera perniciosa y, en muchos sentidos,
desconocida, el funcionamiento de las finanzas, no sólo globales, sino las del
día a día de muchos ahorradores y empresas. Y los bancos, que están en medio,
sufren el impacto directamente.
Hay algunos que han hablado de la posibilidad de
que esos tipos reducidos, junto a la expansión tecnológica, convierta a los
bancos en objetos obsoletos, que un sistema como Uber o similar destrone a las
entidades y ahorre una enorme cantidad de costes de intermediación. En
definitiva, que la banca sea el siguiente sector canibalizado por la
virtualización y la tecnología. Tampoco lo se, puede que sí o que no, pero de
suceder algo así, ¿Cómo lo regulamos? ¿Cómo protegemos los ahorros que
estuvieran dispersos en plataformas colectivas? ¿Se dispararía, como parece
probable, el riesgo de burbujas financieras y de prácticas irregulares? No se
si eso cotiza en bolsa o no, pero desde luego quita el sueño a muchos.
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